martes, 22 de julio de 2014

Marta Susana Díaz/Buenos Aires, Argentina/Julio de 2014

BUGANVILLA

-¡Mamá! ¡Compré una Santa Rita de flores rojas! Voy a buscar la pala –  gritó Elena esa tarde de otoño al llegar a su casa.
Frente al ventanal de la cocina, la pared, blanca y descascarada mostraba una enorme mancha de humedad que se había colado desde la casa lindera.
Exhausta y sudorosa, decidió colocar la planta en ese lugar, después de haber cargado con cuatro kilos de tierra, más el peso de la enredadera de tallos largos y espinosos atados a una caña para mantener sus ramas erguidas.
Cambió su ropa por un overol, se calzó los guantes y empuñando la pala comenzó a cavar.
La madre, sentada en la mecedora,  abusando de su asma crónica, vigilaba, dando órdenes y contraórdenes, haciendo honor a su actitud de jefa suprema del hogar, descalificándola e hiriéndola con sus palabras.
-No era una Santa Rita lo que yo quería, rezongó. Era un rosal trepador de rosas blancas. Siempre hacés lo que se te da la gana. ¡No me tenés en cuenta para nada! – dijo la anciana, respirando con dificultad.
Elena, como tantas veces,  trató de ignorar sus palabras y mirando el recipiente que contenía la planta,  calculó que debía ahondar no menos de cincuenta centímetros para echar abono y después el mazacote de tierra, teniendo cuidado que no se separaran las raíces.
Por fin, la  Buganvilla quedó emplazada contra la pared que daba al frente del ventanal de la cocina, escondiendo en parte la verdosa mancha de humedad.
Esa primavera no dio flores. Tendría que esperar a la siguiente para comenzar a disfrutar de los inmensos ramilletes rojos que reventarían en las puntas de todas sus ramas llenando de color la cocina y el jardín.
- Te dije que era de crecimiento lento. Que no íbamos a poder disfrutar este verano de sus flores.
- Lo sé mamá.
- Y si lo sabías, ¿por qué no compraste una de crecimiento más rápido?        
- Porque siempre habías querido una que diera muchas flores. Tan solo hay que esperar, respondió Elena sumisa, tratando como siempre de conformar a su madre.                                                                                                                                                                                                                  
La buganvilla no defraudó la esperanza de Elena. Los tallos comenzaron a engancharse a los alambres que había colocado sobre la pared y treparon llenos de vitalidad, traspasando los límites hasta llegar al jardín del vecino. Las ramas que decidían tomar otro rumbo y no quedar enganchadas, crecían tanto que llegaban a los bordes de la  ventana de la cocina.
El siguiente otoño pasó varias semanas barriendo hojas, bajo la atenta mirada de su madre, que no desaprovechaba ocasión para echarle en cara que el rosal trepador hubiera sido mejor que esa planta sucia y rebelde.
Cuando terminó  el verano podó sus ramas  y se propuso guiar  los tallos.
Pero, los tallos fueron más vitales que antes y más rebeldes. Algunos llegaron a alcanzar cuatro metros, creciendo para arriba, por el centro, desplazándose hacia los costados, llegando a ocupar gran parte del jardín y pinchando con sus voluminosas espinas a cuanto cristiano pasara a su lado.
Varias primaveras transcurrieron hasta que llegó el día en que Elena quedó sola.
Mansamente, como había hecho siempre,  se entregó a la ley del más fuerte.
La planta  siguió creciendo en forma agresiva. Algunas ramas entraban por la ventana de la cocina como entrometiéndose  en su intimidad.
Se sentía vigilada, amenazada.
Cada vez que se acercaba, las espinas se enganchaban a su ropa atrapándola.
Debía tironear  para poder soltarse.
Un día, al pasar a su lado casi de costado para no rozarla, creyó ver como una  rama  enorme se estiró en forma repentina.
Le pareció que alguien  respiraba  con dificultad muy cerca suyo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Final inesperado de un relato que parece bien descriptivo. La omnipresencia de la madre y la soledad de la protagonista. Muy bien logrado, como una pintura. Impecable, Martita.Como nos tenés acostumbrados. Marcos

Anónimo dijo...

En un principio me faltó el mate, luego me llené de emoción.
te felicito, te admiro
Un beso Rita