lunes, 19 de agosto de 2024

Norberto Ramazotti-Argentina/Agosto 2024


 

                              Para no olvidar

      

        Lo encontré hoy, revolviendo papeles en un cajón. Vaya a saber por qué llamó mi atención si, en realidad, lo debo haber visto allí un montón de veces antes, al ir a revolver en ese mismo cajón en busca de alguno de los papeles antiguos que contiene. Pero hoy salto la liebre, como dicen: El viejo carné de afiliado al Sindicato Trabajadores Industria de la Alimentación, de mi tío José, obrero de la fábrica Yerba Mate Larangeira Mendes, La Cruz de Malta.

        Al abrirlo, lo primero que observé fue su foto, redonda, fondo oscuro, y su rostro serio de frente amplia, rasgos finos, ojos de mirada despejada, de hombre sencillo, y mentón con, al parecer, un hoyuelo, (parece mentira, no recordaba eso). Luego repare en un numero: Afiliado N° 3.545, su nombre, dirección y especialidad: Obrero. La firma del Secretario General, en color verde-azulado, es ilegible.

    Me senté, entonces, mate mediante, a hilvanar recuerdos.

       Lo primero que surgió, fue su mano grande (al menos para mis dos o tres años) de piel áspera por el trabajo y su ¡Upalala! cuando, tomado también de la mano por alguno de mis primos, me hacían saltar mientras caminábamos por el largo zaguán de casa o de camino al parque. Luego llegaron en catarata la primera visita a la cancha de Boca Juniors (en sus brazos, porque para mis tres años era muy difícil subir los escalones de ingreso); las idas al cine Real, a ver las pelis de Carlitos Chaplin; las vueltas a la calesita, con su presencia que yo buscaba vuelta a vuelta, parado contra las rejas que la separaban del parque,  no tanto por diversión cuanto que por la seguridad que ella me brindaba; los paseos por la costa del riachuelo, cruce de las escaleras mecánicas del puente Nicolas Avellaneda incluido y mi sorpresa aquella mañana soleada de domingo, cuando, parados frente a Vuelta de Rocha, comenzó a cantar un tango que yo sé que a él le gustaba porque levantaba el volumen de la radio cada vez que lo pasaban.

“Ha plateado la luna el riachuelo

Y hay un barco que vuelve del mar

Como un dulce pedazo de cielo

Con un viejo puñado de sal

Golondrina perdida en el viento

Por que calle remota andará

Con un vaso de alcohol y de miedo

Tras el vidrio empañado de un bar…”

       

      A la distancia, lo veo con su uniforme de trabajo color verde, entrando a la fábrica, en la que sonaron dos sirenas llamando al yugo; o charlando con compañeros en la esquina de casa (vivíamos a una cuadra de la yerbatera). Sorprendido, escuché alguna vez un respetuoso “¿y usted que opina, José?”. Después supe de su militancia en el socialismo. Y que se había afiliado al peronismo cuando este sanciono muchas de las leyes que el socialismo propició. Y me veo de su mano camino al sindicato a cortarme el pelo o a buscar un guardapolvo o útiles escolares (Claro, las necesidades eran muchas criando cinco chicos. Mis tíos siempre tuvieron en claro que la patria es el otro).

         Así también, a pesar de no ser él el que firmaba boletines, o se presentaba en los colegios ante cualquier problema, recuerdo que, a pesar de la falta de dinero, se negó a que trabajara hasta terminar el secundario.

         Y después, cuando empecé a trabajar, me regaló otra enseñanza que es la que quiero compartir:

       -¡Mira tío! ¡Fijate cuanto cobre!

      Hace muchos, muchos años, en un país muy, muy lejano…

      No, no, no, no. Empecemos de nuevo porque esto parece el comienzo de uno de esos viejos cuentos para chicos, y lo único que falta es que aparezca un hada con la varita mágica. Aunque, mirándolo bien, hacer muchos años, los hacen. Y el país lejano… al menos lejano de lo que es ahora…también es real. Bueno, avanti.

      Hace muchos años, un Beto jovencito, llega a casa de su tío José muy contento, acariciando el sobre de su sueldo mensual, engrosado por el refuerzo de muchas, muchas, (¡Y dale con el recurso de la exageración!), muchas horas extras. 

      -Que bien, me alegro- contesta Jose- Pero…

      -¿Pero que, tío? - consulta Beto.

      Y…es que…mira. Nosotros peleamos por la jornada de ocho horas. Ocho horas de trabajo, ocho de recreación y ocho de sueño, ¿entendes?

      -Si. ¿Y?

       -Yo se, por los diarios que lees y los libros que traes a casa, que conoces acerca de los mártires de chicago, la Patagonia rebelde, la semana trágica. ¿No es cierto?

       -Si, si, ya se, pero…

       -Pero, nada. Vos sabes que esa conquista costo muchas, pero muchas vidas. Y me preocupa que a ustedes los ponga contentos ganar una buena plata pero a costa de hacer un montón de horas extras. ¿Me comprendes? Porque, ¿de que sirvió tanta lucha, tanta sangre, tanto muerto? Estas conquistas no te las regala nadie. Se ganan peleando. Así que cuidalas, porque no solo podés perder las ocho horas, sino también la ley de la silla, las vacaciones pagas, el aguinaldo, la obra social. Todo. Nunca te lo olvides, belinún.

 

       Ahora entiendo el motivo de la aparición del carné sindical, justo en estos momentos. ¡Gracias por recordármelo tío José!

         

          

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