sábado, 22 de enero de 2011

Maximiliano López-Artículo periodístico-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

La tragedia del desarrollo en el Hip Hop estadounidense

“To revolutionize make a change nothin's strange
People, people we are the same”
Public Enemy, fragmento de “Fight the Power” (1989)
“Niggaz would think I bumped my fuckin head and went crazy
If I put diamonds in my teeth like Baby”
50 Cent, fragmento de “What If” (2005)
“Me presento hoy ante ustedes con humildad
ante la tarea que tenemos por delante
 agradecido por la confianza que me otorgan
y consciente de los sacrificios realizados por nuestros ancestros”.

Fragmento traducido del discurso de Barack Obama al asumir la presidencia de EEUU (2009)

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El Hip Hop quizás fue uno de los géneros que más han sufrido a manos de las fuerzas conservadoras del mercado y la industria cultural estadounidense. De haber nacido bajo los albores de las nuevas expresiones de resistencia y militancia en los ochentas desde los llanos postergados y vulnerables de las metrópolis frente a las políticas económicas neoracistas del establishment estadounidense, pasaron a ser un engranaje más que sostiene la hegemonía de esos valores contra los que luchaban. De Afrika Bambaataa, Grandmaster Flash, A Tribe Called Quest y Public Enemy se pasó a la debacle con Eminem y 50 Cent. Puntas de lanza neoconservadoras que solo fueron la punta del iceberg desvirtualizador de todo contenido militante dentro del genero.

Por otro lado, Kanye West y Jay- Z surgieron como posibles barajas de cambio en sus momentos pero terminaron siendo una dorada de pildora. Hip-Hop de alta costura, con quizás algunas pequeñas brisas de lucidez (muchas de estas gracias a remixes o incursiones en la electrónica) pero a fin de cuentas, todo posible cuestionamiento esta 'controlado' dentro de los parámetros de lo “políticamente correcto”. No hay sorpresa, solo masterización y pulcritud. En esto también cayeron muchas bandas ubicadas anteriormente en el plano de las luchas por las causas justas y las reivindicaciones culturales como De La Soul y Jurassic Five, estos últimos al punto de traer como invitado a Dave Mathews (de Dave Mathews Band, conjunto de pop suave, adulto y Mainstream) en su último disco.

El derrotero que va desde la vieja escuela militante a Kanye West quizás sea paralelo con el nivel de maduración e institucionalización en el que ha derivado la lucha por los derechos de la minoria negra en EEUU, la cual en medio de las urgentes reparaciones sociales y políticas, en vez de seguir sosteniendo una firme resistencia de las bases, ha sucumbido a los nichos de mercado disfrazados de 'oportunidades de ascenso' que permanentemente crea la gigantesca industria cultural del país norteamericano.

A lo que se quiere ir es que en el EEUU actual gran parte del Hip Hop es un maquillaje, como lo fue el triunfo de Obama luego de décadas de confrontaciones, avances y retrocesos de una minoria en una sociedad cuyo mantra reaccionario sigue vigente. A pesar de que la institucionalización de este género representa en alguna forma la magnitud de las conquistas sociales y culturales de la idiosincrasia a la que pertenecen así como las trayectorias posteriores de muchos de sus representantes actuales puedan deparar golpes de efectos reformistas, han sido cooptados por el show business que engrosa cada día al capitalismo en aquella nación. Estilo pero no sustancia, que le dicen.

Patricia O. (Patokata)/ República Oriental del Uruguay/Enero de 2011

IMAGINARIA


Se ciegan mis ojos
cuando no te veo.

Me sangran las manos
si pienso en tu piel.

Me hierve la sangre en el cuerpo
si no estás para calmar mi sed.

Se extravía mi cordura
si tanto te pienso.

Se angustia mi alma
si desespero buscándote.

Me falta el aliento
tanto si te tengo
como si de repente intuyo
que te puedo perder.

Círculos concéntricos
acorralando al ser
embotando de palabras
la memoria
para distraer.

No importa si voy o si vengo,
que importa si está mal ó bien
si en un instante
se paraliza el tiempo
y todo deja de acontecer.

Estoy más allá de los sentidos,
me siento más acá
en sueños de papel
y voy buscando en el aire
indicios de todo lo que pudo ser...

Me he quedado con el alma
llena de amor
guardando los recuerdos en el corazón,
se han quedado palabras en mis labios
que no serán dichas en otra ocasión.

Me he quedado a la vera del camino
soñando un sueño que ya pasó,
inventándole un futuro a los delirios
que nacen de deseos fuera de control...

Enmudecen mis labios
cuando no te nombro... 


tal es el juego de mi imaginación
que se mete de lleno en mis secretos,
y reaviva emociones y alerta pasiones,
confundiendo la realidad con la invención.

Héctor Labonia-Miramar, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

Semejanza virtual

Melancolía trepidante,
angustia en la tarde,
las nubes pasan,
   no vuelcan
            sus llantos;
ni lagrimean por mí,
           se anudan
en su vaporosa
          garganta, 
ahí se quedan
            imitándome.
La tristeza
            se acovacha
y acusa el dolor,
    lacerante, impiadoso .
Soy un humanoide,
           hecho
    a semejanza
de Cristo, para  sufrir.
Y la virtualidad
   del madero,
      es la mía Cruz.

Rogelio Guedea-México/Enero de 2011

El vendedor de mandarinas


El otro día me quedé dentro del carro para esperar a mi mujer, que había bajado a comprar un pastel en la avenida Ignacio Sandoval. No podía quedarme con la ventanilla cerrada y el aire acondicionado encendido porque tenía la garganta congestionada y eso me mataría, así que apagué el aire acondicionado y dejé la ventanilla abierta. El sol me pegaba de lleno en la cara y brazo derecho, como un golpe en la nuca.  Mi mujer empezó a tardarse y yo a desesperar, hasta arrancarme los cabellos. En ese instante pasó por mi lado un anciano llevando un diablito con dos rejas de mandarinas. Se detuvo a mi puerta ofreciéndomelas. Volteé un poco atribulado y lo vi. Vi el sol, todo el sol, sobre sus casi ochenta años, y aunque parecía que, de un momento a otro, lo sepultaría hasta el fondo de la tierra, el pobre hombre ni se atribulaba, impertérrito como estaba frente a mí, esperando un gesto de consentimiento. Primero le dije que no, pero, cuando apenas había avanzado dos pasos en retirada, cambié de opinión.  Entonces le hice una seña con la mano y, arrepentido de mi prepotencia, le compré dos bolsas de mandarinas. El hombre cogió los veinte pesos y se dio la media vuelta, yéndose. Una vez que me cercioré de que ya no podía verme, puse firmemente el brazo sobre la base de la puerta, ladeé el rostro hacia la ventanilla y dejé que el sol, sobre mi piel, terminara de imprimirme su enseñanza.

Elisabet Cincotta-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011


BRINDO


Brindo porque brindo
por vos   por él   por nosotros  
brindo por estar
por la ausencia
por tu mirada
        y aquel gesto inconcluso

Brindo por la vida
que me permite 
errar y cambiar
aprender y enseñar
        por la poesía

Brindo por lo que puedo
y por poder lo que no
        por el abrazo

Brindo por la paz y el amor

Héctor Zabala/Enero de 2011

CUENTO INVISIBLE


Un autor imaginó un cuento de fantasmas tan perfecto que, cuando intentaba escribirlo, los fantasmas del relato tornaban invisible la tinta. Nunca logró publicarlo.


“Cuento invisible” (minicuento):
Premio a la Popularidad en el III Encuentro Teórico del Género Fantástico ANSIBLE 2006. La Habana, Cuba, 28 de mayo de 2006.
Finalista en el IV Concurso Internacional de Minicuento Fantástico “miNatura 2006” organizado por la revista digital miNatura. Madrid, España, 23 de mayo de 2006.

Nélida Vschebor-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

UNA VIDA CORTA


   Ellas  siempre juntas. Salen temprano a trabajar. Regresan riendo y charlando.  A veces se sientan a la intemperie, bajo las estrellas, y hablan filosóficamente de la vida, la soledad, el porvenir.   
   En otros momentos, cuando el trabajo resulta agotador, deciden descansar. Entonces se despiden hasta el próximo día, dejando atrás el sonar de sus risas.  La rutina es agotadora, pero no claudican. Siempre risueñas. Son jóvenes. La vida les pertenece.
 
    Una mañana, inesperadamente todo oscureció. No lo vieron llegar. Fue una sola bota. Un solo pie. Se ocupó de las tres.
 Las hojitas que ellas cargaban volaron  diseminándose por todo el camino. 

Oscar Alfonso Vera-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

¡Feliz cumpleaños!
"Amor mío"


Cuantas veces te digo,  "te quiero",
por esto tan nuestro, tan noble y sincero
cuantas veces me dices que me amas,
como en nuestros veinte, en cada mañana,
con el brío exultante que  brota,
en miles de gestos,  en cada mirada.

Como bulle la sangre en las venas
aunque caigan hojas ya tornasoladas
sobre el brillo cano de nuestros cabellos
de este otoño ebrio, de ansias, y destellos.

¡Tus felices  años!  jóvenes y bellos,
recuerdos de auroras boreales, mimadas,
envueltas en nubes, en soles dorados,
y alondras plateadas.

Sobre nuestro karma, los dos fuimos uno,
y uno fuimos todo, dos bocas, y un solo
te quiero, mi cielo,
dos labios distintos, un beso fundido,
en nuestro destino, Y juntos pedimos
cuando le rogamos,  a nuestro Dios santo
que hiciera el milagro
que hoy gozamos tanto, nos dio amor y vida,
nos brindó templanza, hoy estamos juntos
y por siempre unidos, por eso yo digo,
gracias Dios bendito,


Que sin merecerlo me diste el cielo,
con esta mi esposa hermosa y amada,
que hoy es mi esperanza, mi sol, mi consuelo,
mi paloma en vuelo, pues me sigue amando,
y estaremos juntos, cuando llegue el tiempo
talves, de marcharnos.

Feliz de entusiasmo,
por tenerte, amada
¡¡Muy Feliz cumpleaños

Stella Maris Taboro-San Jorge, Santa Fe/Enero de 2011

Despierta Mujer

Mujer que llevas luz en tu interior,
un día quisieron volverte sombras
jugando a considerarte una piltrafa.
Él, como señor feudal te hizo esclava
de sus rencores y broncas que descarga
en tu piel de mujer enamorada.
Sola en tu callado dolor lloras,
malherida y callada.
Anda tú , que tienes incuestionables derechos
denuncia al malvado que te daña,
toma tu coraje, eres digna,
respeta tu cuerpo y alma
y a salvo del malvado , quedarás con tu energía.
Angelical mujer, que de tentación te acusaron
desde el antiguo testamento y siempre
sospechada de ser un ser sin alma.
Destruye la tradición que considera, eres un trapo
a disposición de tu señor y amo.


Luis Siburu-Buenos Aires, Argentina-Entrevista/Enero de 2011

EL GESTICULADOR

Estaba en un rincón , ansioso , muy ansioso, tanto que se había puesto medio Rivotril debajo de la lengua , para que la efectividad fuera casi inmediata. Sabía que lo iban a llamar para galardonarlo o al menos tenía un presentimiento bastante positivo al respecto.Había hecho un buen trabajo y existía la posibilidad de que ésta vez le tocara a él la obtención de un diploma!!! Y el primer premio es para Roberto Gestoso por su obra “La mueca interminable”.Escuchó su nombre medio aturdido y entre una tiniebla que él sólo veía. Se tragó el Rivotril antes que se disolviera y caminó hacia el escenario donde el Director del Instituto de Teatro Escrito lo esperaba allá arriba sonriente , con los brazos abiertos. A pesar de la íntima alegría los cuatro escalones le parecieron la escalera al cadalso.A él le gustaba que lo reconocieran, pero el contexto, la gente, sus compañeros, su familia, lo apabullaban… Felicitaciones Gestoso….hermoso texto…lo mejor del grupo….ahora nos gustaría que nos cuente cómo desarrolló la idea…..el micrófono es todo suyo….”Ahhhh….tengo que hablar… “Y sí amigo… no sea egoísta, no se guarde todo para usted sólo… Gestoso miró hacia delante aunque no viera nada,  los aplausos los imaginó porque no los escuchaba, la luz en el rostro le parecía la licuadora del patrullero….y comenzó a hablar……..
“Bueno, por supuesto que ésta pieza dramática no fue sencilla” Cabeceó hacia atrás el mechón de cabello que le caía sobre la frente. “Fueron largas horas de escribir y tirar borradores”. Levantó la barbilla y miró el techo.  “No siempre la idea uno la tiene clara”. Violentamente giró la cabeza hacia su izquierda. “Es cuestión de poner los personajes y dejarlos hablar con una historia coherente”. Cerró el ojo derecho como si tuviera el as de basto. ”Una vez que se pasa el primer capítulo uno entra en confianza”.   Abrió la boca para tomarse todo el aire de la sala, hasta pareció un bostezo. “Y el argumento empieza a desarrollarse según lo que hemos imaginado”. Bajó la pera de golpe mirando si el piso se movía. “Es bueno mantener un tono tenso”. Hizo un globo con boca y mejillas. ”Las relaciones entre los personajes deben merecer especial cuidado”. Metió un dedo en su oreja  creyendo le había entrado un mosquito. ”Hay que situarse en el suspenso que disfruta el futuro espectador”. Empezó a tirar los pelitos de la barbilla candado.  “No hay que caer en diálogos densos”. Con la mano en el bolsillo y disimuladamente se acomodó el calzoncillo que le apretaba. ”Hay que ser respetuosos de la idea fuerza de la obra”. Olió el diploma como si fuera un perfume. “A veces un personaje parece que nos sobrara”. Ahora cerró los dos ojos, se  ve que ya no tenía ni para envido ni para truco.”Puedo decirles por experiencia que me sirvió la lectura de los clásicos como Shakespeare”.Comenzó a hacer rulos en su cabellera.”Seguir los consejos del profesor Cossa también ayudó”.Descargó su aliento sobre la palma de la mano , tenía frío. ”Acercarse al final de la obra es lo más difícil , todo tiene que cerrar bien”. Se agachó y puso un dedo entre zapato y media, buscando  algo que molestaba. ”En fin, me alegra que al jurado le haya parecido interesante”. Puso ambas manos por detrás de la nuca, desperezándose o aliviando sus nervios. ”Gracias a todos”. Para rematar su show gestual les hizo un guiño a todos y levantó el pulgar derecho en señal de triunfo.
“Le estaré eternamente agradecido señor Director”… Yo también Gestoso, usted hace honor al apellido y al nombre de su obra…

Rolando Revagliatti-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

Circo


El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
—Estaba helado. Yo puedo. No me faltaba demasiado para consumirme, desde luego. Pensé: soy un caracol derretido.
Los acomodadores, acomodan. El público se llena la boca con pochoclo. El hombre da vueltas.
—Para llevar sólo lo que necesito, ahora que confirmado sé que puedo, ¿cómo supone usted o cualquiera que quiero seguir prefiriendo seguir recluido debajo de esta mesa?...
El hombre gime. El enanito amortigua un profundo bostezo. Otras luces se encienden.
La mujer porta cofia, grandes aros, fantásticas pestañas y camisón transparente, acampanadísimo. Ciento treinta metros de largo; y con muchas y pequeñas pesas en el ruedo. No usa ropa interior. Muslos. Globos pesados. En una cama allá a lo alto, a lo muy alto, sublime. A la cama (tobogán) se sube o se baja (o se bajaría) por una escalerilla. Cubierta por una sábana, la mujer resopla, emite chasquidos.
—¡Si no quiero a todas las personas!... Y ya sé que no soy una princesa. Pero quiero vivir. Vivir... esta vida. —Llama:— Claudio... —Se destapa la cara. Como si lo tuviera a su lado:— Claudio. ¿Pensás en mí?... Claudio.
El enanito, con disimulo, mira hacia las gradas. El público mastica pochoclo. Un león ruge, lejos. Ella sigue:
—Una foto mía no la tiene que tener un... Un navegante, sí. Un diplomático, sí. Alguien que me merezca. Me da una cosa cuando fantaseo... Me suaviza toda. Tu amor me vivifica. ¿Soy como de terciopelo? Como que me astillaría por un parpadeo descontrolado.
El enanito carraspea. El público traga pochoclo. La mujer:
—¿En qué estás pensando, malo? Malo-malo. Sergio Sebastián. Eso sí. Es justo lo que me pedís. A mis pies y con cara de que me comprendés.  ¡Ay, cómo me estimula saber que estás en alguna parte! Podés, entre los dedos podés besarme. ¡Ay, cosquillas! —Saca un brazo—. Vos no sos Alejandro, Arturo. Sos azafrán, un soldado templado, un soñador. Me voy a bajar de acá y vas a ver. Sí, sí, corré. No vale que me llamés a los gritos. No soy una mujer para gritar. ¡Y además no quiero a todas las personas!... Soy para apreciar. Una joya de mucho valor. Aunque esté decaída, desmemoriada. —Intempestivamente, como si alguien la tocara:— ¡Roberto!... —Saca el otro brazo—. A ver... —Hunde la cara en la almohada—. ¡Toda mi vida! ¡Toda mi vida, Roberto, si te sirve! Oigo palabras y como un aliento. Olas que vienen y ¿¡qué hago con la espuma!?, decíme. —Se recompone. Queda destapada hasta la cintura—. Un poco de recato es necesario. Y perfumes. Fragancias del Oriente Medio. O bien, del Trópico de Aries. Una tiene su lugar en la historia. En la historia trasquilada. Su lugarcito. En la historia trasquilimocha. Su propio lugar.
El hombre, absorto, en éxtasis. El enanito se adormila. Los acomodadores tantean sus bolsillos. La mujer:
—Como un clavo en la pared. Como un pez en el agua. Como un geranio en el florero. Como una pluma en el capuchón...
Al público le causa gracia.
—Como un murciélago en el aire. Como una bala en el tambor. Como un olor en la pituitaria... —También a ella le causa gracia lo que dice—. ¡Como un antropófago en la olla! ¡Como un hombre en el anzuelo! ¡¡Como un plato con mierda en el ojo de una aguja!! —Se destapa más. Se recompone—. ¡Aaaaaahhhhhhh!...
El público ríe. Los acomodadores se van. El enanito se desmorona. El hombre arrastra la mesa en dirección a la mujer. Serenata:
          —Yo te quiero explicar
          que soy tu zona más querida:
          el área de la mansedumbre,
          el eslabón perdido,
          el tornillo que cayó
          del avión de tu inconstancia;
          ámame como a los repollos,
          escuálida mujer frontal,
          yo puedo, yo puedo, yo puedo,
          yo solo no puedo tanto,
          ¡yo puedo más con vos!...
La mujer saca una pierna de abajo de la sábana.
—¿Es verdad? ¿Es verdad, Gerardo? ¿Qué late? ¿Qué late acá?... ¿Es cierto, Ignacio? ¿Cierto-cierto? ¿Así?... No es fácil aceptarme. ¡No es nada fácil para mí! Quiero abandonarme. Torcerme los tobillos... Suavizarme. ¿Quién no lo querría?...
—¡Yoooooo lo querrííííaa!... —dice el hombre. Y para sí:— Espero todo todavía...
El público, serio. Nadie come. Otra vez el rugir del león.
—¿Es verdad, opaco? —dice la mujer—. ¿Me clavarías un puñal amoroso?... ¿Me eyacularías la luna?... ¿Me serías completamente pernicioso? ¿En qué parte tuya... podría verme reflejada?...
El hombre asoma medio cuerpo de entre las patas de la mesa.
—¡Soy oído por fin!... ¡Soy oído por alguien más que yo! Mi casa es clásica y es leve. ¿Debo habitar yo?... —Advierte dónde ha quedado la mesa. La desliza hasta volver a cubrirlo—. Recién creía que sí...
La mujer saca la otra pierna de debajo de la sábana. Se arregla el camisón.
—Oscar-Eugenio-Miguel-Matías-David-opaco-opaco.
El hombre llega con su mesa al pie de la escalerilla.
—No, no, no. Sí. Yo sí. No, no. Ay, sí, sí, sí.
La mujer se incorpora.
—Yo puedo —dice el hombre.
—Sí —dice la mujer.
—Yo existo —dice el hombre.
La mujer toma el ruedo del camisón. Arroja pesas y camisón.
—Sí —dice.
—Yo existo, carajo —dice el hombre.
La mujer cubre con su camisón al hombre y su mesa. Una carpa.
—Sí —dice.
Se apagan las luces. El público llora, grita, patalea. Las lágrimas derramándose por las gradas son despejadas con rotundos secadores por personal de boletería. El público lanza sus sombreros a la pista. Se encienden las luces y el hombre y la mujer no agradecen las efusiones. El enanito, ya lo dijimos, sinceramente, duerme.

Marcos Polero Vélez-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

EL CREADOR


Él, el que quiso ser creador, se preparó según las antiguas reglas arcanas. Purificó su espíritu con las hierbas sagradas que debió procurarse a través del monje Onn, aquel que vive en la cima del cerro Argú. El ermitaño le enseñó las oraciones del ritual y le advirtió los peligros: estaba a punto de pasar el umbral desde donde nunca se  vuelve. En la noche indicada podría convertirse en un dios hacedor de vida. Él lo había querido desde siempre. Ya su estirpe estaba destinada a esos trabajos. Tenía la borrosa pero fehaciente noción de haber sentido el llamado de sus antepasados en noches de insomnio y silencio.
Prestó atención a la cábala y debió acudir a la vieja bruja Elú, que todo lo sabía. Obtuvo de ella las claves secretas, sobornándola con riquezas terrenales que  poseía en abundancia. Sin embargo, la pitonisa no recibió del éter los mejores augurios. Él le agradeció pero no quiso escucharla. —Haz tu trabajo —le dijo —no te he pedido vaticinios. Tengo el poder para conjurarlos. Sé de mi sino augusto y predestinado a la gloria. Sé de enemigos que elucubran oscuras profecías para detenerme. No temo al enfrentamiento. Aquí va mi desafío al destino lapidario.
Varios años atrás había conseguido los tres libros de la Onarixá, le habían costado sangre y oro. Para la tarea debió contratar a dos sicarios de la casta de Emión y luego matarlos impregnando con el veneno sagrado las monedas doradas de su paga. Nadie debía saber que él poseía la sabiduría del Ohll, por eso no le importaba el oráculo,  estaba por encima de las sombras impersonales del mundo y su averno.
Descifró los textos sagrados onarixanos, como se ha llegado a saber: El Omus, el de las almas y el paso al inframundo de los arcanos; El Yomus, el de los métodos de apaciguamiento a los monstruos abominables que cuidan las puertas del hacimodo y el Hacimus, el que invoca, en el rito muimus, a los elementos que elevan las oscuridades de la muerte y la vida. A todos los había estudiado. Cada signo lo había traducido al sánscrito y lo tenía grabado en su mente y en su alma. Cada gesto ritual, cada segundo, cada pausa estaban impresos en su memoria.
Era el año doceavo desde la concordancia de las dos constelaciones predestinadas, cuando la casa de Orión, o Veshú, como era nombrada por los primigenios, coincidía con la estrella Veluí. Era justamente esa noche.
                                                                                                                         
Se acostó, con la mortaja ceremonial, en la tumba de piedra. Soñó, después de haber bebido la poción sagrada de onoiiim. Vislumbró cada órgano de aquel portentoso animal que iba a parir. El gran caparazón, las garras de rapiña y la gran cabeza dentada e inteligente del Rolipnnann sagrado que sería su hijo. Aquel debía cruzar los abismos para irrumpir en la tierra. Sembraría el terror con las garras al aire, las alas desplegadas,  sus imponentes columnas de dientes filosos y el telliz  inexpugnable. Con sus zarpas desgarraría las tripas de los nativos horrorizados para comerlos con sus fauces colmilludas. Ellos, temerosos hasta el paroxismo lo llamarían Axuu, con el respeto y la adoración del terror, rindiéndole sacrificios de idolatría, y a través de él a su creador, su dios padre omnipotente.   
Todo marchaba con perfección cronológica. Las partes se ensamblaban mágicamente, ya podía apreciarlo, el hermoso caparacho verdeamarronado, los enormes ojos indolentes y las tres filas de enormes incisivos capaces cortar la carne con facilidad, hasta que un búho de la noche se fue a posar sobre la cabecera de la tumba sagrada, rompiendo los pasos del ritual. El animal fabuloso se desmembró ante la mirada impotente de su invocador. Cada parte tomó una dirección distinta de acuerdo a la naturaleza que le había tocado en suerte. Por un lado, de las alas y las garras se formó un pico rapaz y un ave salió volando; la boca dentuda cayó al mar y agregó a su cuerpo pisciforme, aletas y cola para sobrevivir en el agua y el enorme caparazón también se dotó de fuertes patas para andar por la tierra y una cabeza para  guiarla. Él no volvió a despertarse de su sueño fallido y habitó su tumba para siempre jamás.

Marcela Predieri-Argentina/Enero de 2011

faltan los barcos

Es necesario invadir sus secretos
las horas de agua que se trepan
   fértiles de anclas y de arena hasta el nido de la noche
las bocas de esos hombres que ofrecen la pleamar
         y se abrazan a los puertos

Sin rastros
             se pierden los nombres de las mujeres del bar
como las estelas tras la rompiente irremediable
y sus bocas de rouge
                 arrancadas con el revés de las manos
                                                        o la memoria

Porque ellas saben guardar entre billetes su saliva
bautizan con champagne la pieza que debe de mañana
                                       mantener las ventanas abiertas
mientras se dejan inspeccionar por el sol
y cuadrillas de viento descarnan de los techos
                                                     el jadeo de los clientes

No hay en ellas rencor ni caricias
Tras haber deshabitado la noche
                                          beben café despacio
cepillan sus dientes y los cabellos enmarañados
porque la pena no es pena mientras entre sus muslos
                      esté caliente aun el recuerdo de la paga

Tal vez alguna novata llore
Aprenderá
          -dice la mujer con arrugas en las sienes-
el segundo o el cuarto ya no importan
y la besará en la boca
                   como una madre

Al costado de la cortina
                       la rubia joven se depila una pierna
se arranca uno a uno los marineros de esa tarde   
y es tan bello verla apareada al sol
          con sus ojos de sueño de mediodía
aunque cargue olor a vino
un mal recuerdo que dormirá hasta que el sol
                              caiga exhausto detrás del horizonte
Entonces arqueará las cejas y recortará sus labios
será otra vez yegua ensillada
un portaligas rojo o un corsette para su alma
quizá dulzura de mentira y de duraznos
como de duraznos los ojos
                    y el latir de su cuello ebrio de sábanas

En ella me encuentro
                             hoy a solas
para beber su soledad

Está calzando anillos en los dedos de los pies
Yo me visto de luto
                                Acaso por el miedo


  



Beatriz Minichilo-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

El violín de Adelma
 
La madre de Lucía quería aprender a tocar el violín. En su casa – me contaron- había un violín, yo lo llegué a ver. Estaba en el sótano, guardado en su estuche. Me hizo acordar a esos vestidos recién comprados que, no se sabe porqué, nunca llegaron a estrenarse.
Yo no sé si el violín había sido estrenado o no, aunque supongo que sí, que algunas notas llegó a emitir. Cuando lo vi, cuando lo encontré en ese sótano, no lo recuerdo con exactitud pero creo que tenía algunas cuerdas flojas. Tal vez había sido usado a escondidas. Esto lo supe después. En uno de esos momentos de secretos infantiles Lucía me lo contó. Su madre, como en toda tradición familiar, se lo había contado a ella en uno de esos acercamientos especiales que suelen darse entre madres e hijas, como quien transmite una herencia o se despoja de una carga. Porque la mamá de Lucía, Adelma, arrastraba esa frustración quien sabe  desde cuanto tiempo atrás.
El hecho es que Adelma quiso aprender a tocar el violín en su juventud y sus padres no se lo permitieron. ¡Cómo iba a tomar lecciones de violín una señorita de su casa! Eso era para las otras. Una señorita de su casa podía trabajar sí- en eso los abuelos de Lucía fueron permisivos – pero nunca ejecutar semejante instrumento. A Adelma le gustaban los números y desde muy joven se sintió atraída por la contabilidad. Para eso había estudiado. Eso sí podían aceptarlo, pero no el violín, el violín era una mala palabra.
Esa imagen del violín era la nube que le recorría la mirada cuando retrocedía a sus tiempos de adolescencia. Sin embargo, aunque sin poder acercarse al instrumento, pudo conservarlo. En su estuche negro reposaba como un cadáver, pero un cadáver aún tibio. Parecía que si uno lo abría y pasaba la mano suavemente por su madera, iba a resucitar con un blando quejido. Pero nadie tuvo el valor o sintió la curiosidad por hacerlo. Y Adelma menos, tal vez porque le recordaba aquella instancia dolorosa de su vida.
Analía lo sacaba de la caja por curiosidad pero nunca se atrevió a levantarlo, y si lo hizo alguna vez fue para tomar el arco entre sus manos. Entonces intentaba pasarlo por las cuerdas produciendo un sonido  que se asemejaba más a un chillido o a una queja que a algo musical. Y así el violín permanecía en su estuche en el sótano. Nunca supe que pasó después, si fue regalado a alguien  o desechado definitivamente. Sólo sé que persistió en mí esa presencia de un violín callado, dormido en su propio ataúd, tal vez guardando ese acorde que nunca llegó a concretarse y que, como los ojos húmedos de Adelma, guardaba esa lágrima a punto de caer, pero siempre suspendida entre las pestañas. La lágrima que no llegó a ser lágrima porque los ojos de Adelma se negaron a sí mismos el derecho a derramarla.
El violín fue así como un deseo oculto no expresado. Un deseo profundo, ardiente, pero consumido en su propia ceniza y fue la música que no pudo ser, la pólvora disuelta antes de estallar. Como las ansias, como el deseo sin concretar de Adelma que se fue destruyendo de a poquito dentro de ella sin que ella misma se diera cuenta. Eso fue lo peor. En su interior algo se rompió para siempre. Algo deseado que, como un vestido nuevo, Adelma no pudo ni siquiera estrenar. Lo tuvo ante su vista y lo vio resplandecer y apagarse como una luciérnaga. El violín era como la luz de una luciérnaga, una luciérnaga que sólo puede verse en un sueño porque en la realidad no es una luciérnaga sino una breve mariposa nocturna que expira al cabo de unas horas y su destino es como el del violín en su ataúd.
Adelma murió y por fin Lucía pudo derramar esa lágrima que había quedado suspendida entre las pestañas de su madre. Esa lágrima transmitida como una herencia, lo mismo que el violín.  Y fue como si el instrumento al humedecer sus cuerdas desgranara un único sonido, una única nota, la mejor de toda su mísera existencia de violín frustrado. Y por esa única nota estoy segura que el violín debe haberse iluminado en su caja, en su ataúd, sólo por esa vez, como una luciérnaga.

Maximiliano Spref-Provincia de Córdoba, Argentina/Enero de 2011

Enamorado


Entre todos llevaron el pedazo de madera adentro de la casa y lo
pusieron en el piso del comedor. Los hermanos lo miraban ahora
con curiosidad. El viejo les había dicho que se los regalaba solo si
lo iban a cuidar bien, porque dentro del leño vivían las mariposas
que el había rescatado de su estomago cuando era joven y estaba
enamorado. Ellos accedieron y se quedaron con el madero. El
viejo pronto se fue, rápido, dando saltitos y riendo despacio.
Ahora querían ver las dichosas mariposas. Pero el pedazo de
tronco era un solo bloque macizo. Era imposible que algo
sobreviviera ahí dentro. Lo observaron unos minutos y se dieron
cuenta que el viejo los había engañado. Nunca pudo sacar las
mariposas de su panza y meterlas ahí dentro. Lo que si pudo hacer
fue dejar de sentir, y crear un misterio envuelto para regalo en un
pedazo de madera. Nunca iban a saber si alguna vez en verdad
estuvo enamorado.

Silvia Loustau-Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

  VII

a la hora justa
se quitará
la sed / los vestidos / las ilusiones
y
se dormirá
pero su sueño correrá por los tejados
murmurando amor violentamente
Silvia Loustau
                          ( de: Entramándonos)

VIII

a l’hora justa
es despullarà
la set / els vestits / les il·lusions
i
es dormirà
però el seu somni correrà pels teulats
mormolant amor violentame...


      traducido por el amigo y poeta :Pere Bessó

Ingrid Loschkin-Concepción del Uruguay, Provincia de Entre Ríos, Argentina/Enero de 2011

El Culpo

La tristeza enmaraña su alma, son muchas preguntas, la incertidumbre secuestra sus días. Piensa en la otra. Teme y siente culpa. El culpo la atrapa con sus tentáculos y la hace flaquear. Sus noches son eternas, el insomnio acecha, el pensamiento y el deseo se vuelven obsesión, lo quiere solo para ella. Pero él sigue jugando como un niño. Ella no entiende. Los treinta ya la han pasado y no quiere jugar más.

Los sentimientos se encuentran; el enamoramiento y la alegría se defienden de la desconfianza y la ansiedad. De aquella que parece haber enloquecido, que no entiende que el amor se termina, de una mente enferma, de la cual se ha hecho esclavo; ella, una carcelera cruel, atrapada por la locura; él, un hombre que siente miedo, al que la presión y un resto de cariño lo paralizan.

Lo intenta, pero la pasión la vence, como tantas otras veces, y las heridas duelen, tanto duelen que a veces siente ganas de que todo se apague, que el silencio la envuelva y acurrucarse como una flor que cierra  sus pétalos, tibia y protegida hasta que el invierno venga y la arranque con vehemencia.

Otras noches quiere volar por  cielos de libertad, junto al poeta, el que le robó una sonrisa entre lágrimas pintadas de grises oscuros. Sueña con él, se sueña junto a él y guarda cada palabra escrita como un tentador pedazo de  chocolate. No quiere ser una musa inspiradora estúpida, solo necesita que la sienta, la acaricie con sus versos y sus manos tiernas. Que su voz le susurre como aquella mañana en el café y, como aquella vez, los labios se resistan a separarse, a dejarse por un largo tiempo, un tiempo que pronto será, pronto.