jueves, 23 de junio de 2016

Cristhian Chiscul Uriarte (20 años)-Perú/Junio de 2016




Y de repente te fuiste al camino de la Etérea vida en los Cielos:
Hiciste una épica batalla en este mundo terrenal, de donde sacaste el mejor provecho de la vida, tanto fue tu eximio sentimiento por dejar tu marca por el sendero de esta etérea belleza de lo que es vivir a cuesta de todo.
Pero luego, luego aconsejabas diciendo: No reniegues de la vida, simplemente agradece y sonríe, así uno no envejece y gana un poco más de tiempo.
Sin embargo entre tanto consejo y consejo ibas dejando enseñanzas que ahora dan una lúcida perspectiva de lo que es seguir y buscar seguridad en cada paso que damos.
Sin embargo, la vida es efímera y sin tener miedo a lo que se veía venir te acechó la muerte, esa silenciosa sombra que te coge por la espalda y desata que te des tu último suspiro sin dejar despedirte de tus más allegados seres con los que compartiste gratos y memorables momentos.
Eres el roble de una sólida familia...
¡Descansa en Paz gran Abuelo!


Alma Luisa Pérez Polanco-México/Junio de 2016

"Irene Rosas", pintada con Pastel sobre papel, en 25cm x 35cm

Éfila Faranna (4 años)-Argentina/Junio de 2016


Antonio Distel (10 años)/Junio de 2016


Ezequiel Cámara-Mar del Plata, Argentina/Junio de 2016



VISITANDO LA FACULTAD…

solo se oía el ruido del viento
y el caer de la lluvia…
¡El edificio estaba a oscuras!
Presencia humana
no había alguna.

Escuche solo murmullos
de viejos estudiantes
de otros años.

Quizá creí oír
por la soledad del edificio
de carteles minados,
prometiendo cambios.

La desilusión y el silencio,
gritan allí adentro...
¡Todo está estático!

Justina Cabral (29 años)-Mar del Plata, Argentina/Junio de 2016

Navegando Técnica: digitopintura

María Esther Ruíz Zumel-España/Junio de 2016



REAPAREZCO

                              Reaparezco para asegurar 
                              tus pupilas serenas,
                             Dominada por la somnolencia,
                             Modorra avasallando.
                             Que te he hurtado de mis brazos.

Damaris Zamora Escanell-Cuba/Junio de 2016




Buscarse
Los vientos de levante apaciguaban los deseos impetuosos de la playa que jamás hubieran visto…Los mismos de Juan  Jacinto cuando se encontraba cada noche con Luciérnaga, -así le puso a quien llevaba como nombre Esmeregilda.
El sitio era obligado para ambos. Allí juraron solemnemente que morirían juntos; sí, al mismo tiempo, igual que la historia de Romeo y Julieta…cuando solamente contaban en realidad con algunos años adolescentes que se descubrían en cada verano.
De niños se encontraban detrás de la parroquia, a la hora de la madre buscar las uvas caletas para rosearlas como limón a los pescados en salsa que hacía casi todas las tardes. Allí  aprovechaban la ausencia maternal de Luciérnaga y descubrían sus pasiones con ligeros roces y mimos que cada vez fueron tomando cuerpo hasta la adultez perfecta, al cabo de pocos años.
Una vez que se soltaron en confianza y ya no eran los muchachos que el salitre les ponía  la piel reseca, en cada temporada de vacaciones escolares, pensaron en casarse; claro, sería más bien porque la madre de Esmeregilda los cogió un día haciendo el amor en el baño del traspatio de la casa, pero por lo que haya sido, ya la boda tenía fecha y “pronto, por si acaso”…decía la mamá de la muchacha.
Luciérnaga sí estaba feliz…A decir verdad, Juan Jacinto también, aunque trataba de no aparentarlo. Al fin dormirían juntos sin preocupación de que los
                                                                                                       sorprendieran y poder recorrerse palmo a palmo como lo hacían siempre que se veían detrás de la parroquia.
Cuando las amistades de la precavida madre supieron la noticia, ya  Esmeregilda estaba casada, ¡a tiempo y en tiempo! El reloj avanzó en los días, semanas y años. A esas alturas la casa de Luciérnaga carecía de la dirección materna y muy rápido fue sustituta de todo cuanto se decidía en ella.
Dios la premió con un par de jimaguas, hembra y varón… eran dos manzanitas, se alimentaban bien. Cerca del mar siempre se tiene el privilegio de comer buenos pescados. La casa pronto le quedó pequeña a “tanta muchachera”, así decía Juan Jacinto cuando se tiraban encima de él y le halaban la barba y le revolcaban  el cabello reseco, hasta que lo hacían saltar de la hamaca que permanecía en un costado del jardín.
La dinámica de los días la comprendieron bien, la asimilaron hasta que cada muchacho cogió su camino y una fue a estudiar Derecho a la capital y el otro se fue a vivir al pueblo de al lado, tras la muchacha que un  día fue al vecindario en busca de una tal Yadira, negociante de ropa.
Luciérnaga no se conformaba, se sentía hondamente sola cuando Juan Jacinto se iba de pesquería por varios días, a veces hasta semanas. Entonces se ponía a tejer sombreros de fibras que le traía un  vecino y la ganancia la compartían a final de mes. Cada vez rendía menos. Lo notaba sin decirle nada a nadie, aunque su viejo sí lo reparaba cada vez que llegaba
                                                                                              mareado de altamar y se sentaba recostado en un taburete del comedor a verla hacer café.
_ ¡Los años no pasan por gusto, pasan porque tiene que ser así! –decía ella  justificando las caídas del jarro donde siempre tomaba Juan Jacinto.
-¡Que si pasan!... mira yo, lleno de arrugas, que no las puedo ni contar…pero hay que vivir, vieja…hasta que Dios decida.
Uno de esos días, cuando el humo de la colada del café salía por la ventana de la cocina, Juan Jacinto apresuró sus pasos porque presentía que algo extraño sucedía. No era el hilo de la humareda habitual de las tardes, ni se sentía el aroma inexplicable de la oscura bebida.
Su amada Luciérnaga quemaba su ropa en el fogón de leña para irse desnuda al mar, quería terminar su demencia en la búsqueda de su querido Juan Jacinto en las profundidades de un océano que no le alcanzaba en su ingenuidad.
Pero ahí llegaba el príncipe tardío para susurrarle al oído que él también quería buscar en las profundidades a una luciérnaga que alumbraba sus noches y sus días…Quitó sus ropas como en los años en que se amaban intensamente y se abrazaron en la desnudez. Sin pensarlo, caminaron cogidos de las manos por un trillo largo de arena a buscarse en ultramar.

Cristina Villanueva-Argentina/Julio de 2016



Ruegos

Ella le pedía siempre a dios quedar embarazada, tarde comprendió que era mejor pedírselo a un hombre. Si la hacía exclamar !ay dios mío!,!ay dios mío!, !ay dios mío ! y era divino le ponía encanto a la situación pero no era imprescindible para la finalidad.

Federico Skliar-Argentina/Junio de 2016



italia eliminada
llego un dia lejano esa alegria legal,
eliminando a la italia que organizo el mundial, 
celeste y blanca la noche toda se supo teñir,
abrazados los jugadores en un festejo sin fin, 
y en  la mitad de la cancha aquel equipo rival,
buscando explicaciones sentado solia estar,
quedaron  mudo  los hinchas en la popular oficial,
arrugando las banderas del seleccionado que solian amar, 
fue todo de la argentina goycochea atajo,
dos penales que le tiraron y en heroe se convirtio,
y la venganza esa noche supo eludir de verdad,
aquella burla que antes nos supieron realizar. 

Luis Tulio Siburu-Argentina/Junio de 2016



DORMIR CON LA LUZ PRENDIDA
Un lunes más, igual a todos los lunes, los martes…siga usted acumulando los días de la semana y súmele los trescientos largos del año. Apaga la luz al acostarse pero se duerme con la luz prendida. Pero no me refiero a la luz que paga Anselmo a Edenor  cada mes, porque es obsesivamente cumplidor con sus obligaciones, sino a esa llama interior que – como la votiva del Monumento a la Bandera rosarino – tiene prendida las veinticuatro horas y quema sus nervios, boca de estómago, horas de sueño y presión arterial.
Pero Anselmo es así desde los veinte años, que digo, casi desde los trece, cuando la muerte de su hermanita menor en un accidente de auto le dejó la piel sensible a las malas noticias, a la sensación de que todo le pasaba a él, a creerse que era yeta, ese bautizo que la maldad inocente de los chicos pone una marca en la frente de aquellos que no lo merecen, pero hacen todo lo posible inconscientemente para que los miren de soslayo, como si tuvieran el diablo dentro, o por un oscuro deseo de dar lástima.
Y esta noche volverá a soñar. Pucha que tiene para elegir dentro de sus 58 años de vida. De lo bueno, de lo más o menos y de lo otro. Pero su cerebro traicionero siempre elige lo otro. Y allá se mete, se tira a la pileta y en lugar de arrojarse desde el trampolín de los éxitos, se pone a bucear en el fondo de los fracasos.
Entonces el Rivotril y el Valium se suicidan en sus respectivos laboratorios y los visitadores médicos de psiquiatras se golpean la cabeza contra la pared, mientras él mira el reloj a las tres de la mañana, prende el televisor a las cuatro y escucha pasar al primer micro vecinal de las cinco. A las seis se va al trabajo duchado pero adormilado y a las siete se baja un tazón de café de cuarto litro, por si acaso descafeinado como decía su madre, y  que justamente por eso no le sirve de nada para mantenerse despierto.
Insomnio lo llaman los familiares. Depresión le dicen las vecinas que solo cursaron el ingreso a Medicina. Baja autoestima los profesionales del bocho y soberana pelotudez los más allegados, o sea los muchachos del bar, entre los que me encuentro, que lo conocemos bien y sabemos que tiene todo el viento a su favor pero le encanta buscar la calma chicha, solo por no animarse a navegar por la vida.
De afuera no se puede decir mucho. Habría que preguntarle a la almohada, a la que se abraza cada noche como amada insaciable. Ella escuchará alguna voz interior, porque su cerebro debe hablar, prestar declaración indagatoria, apuesto que debe ser así. Nadie convive eternamente con el silencio. Hay sonidos que deben escapar - a pesar de mi querido Anselmo - a pasear por la oscuridad y a contar las cuitas que su dueño oculta y le enferman. La rubia Catarsis o la morocha Pesadilla seguro que deben registrar cada latido de su yo, como Holter casero, e irán trazando una curva sobre el gráfico de coordenadas, dibujando una aproximación a su trastornada personalidad.
Y si la almohada es buena y respetuosa de su dueño, si quiere ayudarlo, le contará los resultados al colchón, el colchón a la cama y así sucesivamente llegará el mensaje a la puerta, saldrá por la vereda, cruzará la calle, entrará a la Iglesia frente a la plaza, se arrimará al altar y allí sacará número para contarle al barbudo lo que realmente le pasa a Anselmo. Aunque saque el novecientos noventa y nueve. Porque Anselmos hay muchos y la mayoría descuidados y buscando solución.
Puede que se abran los cielos, que el Señor mande un expediente de pronta resolución a San Expedito, quien estará posiblemente en una nube más cercana a la vivienda del desgraciado y le corresponda por jurisdicción, actúe de oficio con sus bendiciones y se acaben los problemas de Anselmo.
O no.
Y entonces mi amigo se tendrá que arreglar por su cuenta. Porque a veces la solidaridad y los rezos pueden ser una utopía. Por falta de amigos con oído o por falta de fe. Y hay que meter garra y buscar la solución por uno mismo.
Pero eso sí, si Anselmo se cae o no hace nada o hace muy poco para detener el derrape, entonces me voy a meter, lo voy a llamar, le diré que tiene dos alternativas, dejarse de joder o pegarse un tiro, sí ya sé, soy un poco agresivo, pero a estos tipos hay que ponerlos contra la pared, para que se aviven que se están muriendo, convencerlos que están apagando la luz cuando hay que prenderla en lugar de accionar la perilla de las ganas cuando sale el sol, que por suerte sale todos los días.
Mañana lo encararé. Ahora me voy a dormir. Buenas noches. ¿Puedo apagar la luz?

miércoles, 22 de junio de 2016

Nilda Sena-Corrientes, Argentina/Junio de 2016



YA NADA

Hoy asesiné al ego que me consumía.
Entendí por fin que sola estoy mejor.
Hoy el mundo gira en sentido opuesto.
Ya nada será igual.
Manchas oscuras calcadas desaparecen
y tímidas pinceladas empiezan a asomar.
Del sello indiscutido de aquellos tiempos
Ya nada queda.
Condolencias a la pérdida inevitable
de un pasado que decide partir
y a la sombra que cubre aquel dolor.
Ya nada es lo que fue.


Alicia Scordomaglia-Argentina/Junio de 2016



                                                         SECRETO
Su reticencia a enfrentar el tema resultó luego, muy evidente…

En aquella efímera tarde gris, caminaban en silencio por la plaza del pueblo. Silencio que se convirtió en una compañía recurrente
Lejos de compungirse con la apatía de Horacio, Susana decidió tomar las riendas del asunto y lo encaró- algo poco habitual en ella-que siempre soportaba callada, tanta indiferencia…
No hubo respuesta…

Cruzaron sin mirar… Un centenar de vecinos esperaban, cotorreando, en la puerta de la iglesia… Faltaban cinco minutos para la iniciación de la misa…
Las  comadres, vestidas de negro como gavilanes, formaban grupitos cerrados: cartera en mano, anteojos de sol; le daban a la sin hueso despiadadamente. Nadie quedaba afuera.  
Ella las miró con cierta animosidad

La centenaria capilla estaba de fiesta. El hermoso campanario pronto se hizo notar, y los feligreses fueron ingresando  al templo…
Horacio y  Susana se ubicaron en los primeros bancos. Él la tomó de la mano, para salvar las apariencias… ¿Qué dirían sus padres si supieran la verdad? Que, en el fondo de sus corazones, ambos estaban decididos a cancelar el casamiento…

Al terminar el oficio, todos salieron al parque. Las mesas para la histórica  celebración, lucían primorosamente decoradas y con abundantes platos típicos, para degustar
Sin embargo, algo habría de suceder… Algo, que empañaría el festejo…
Silvia, la sobrina del párroco, se acercó y le propinó tremenda bofetada
El muchacho quedó perplejo
El secreto fue develado intempestivamente.
- ¡Me dijiste que la ibas a dejar. Que hablarías con tus padres y suspenderías el compromiso! Gritó la agresora…

Meses más tarde, mientras leía el diario, Don Augusto comentó a su hija:
-No hay mal que por bien no venga petisa. Al fin y al cabo, aunque tuviera mucha plata, ese pelele no te convenía…. Hubieras sido una cornuda



Edelweys Schaffner-Uruguay/Junio de 2016




Fugitivo 


Ser fugitivo y enseñar a vivir,
Como aquel que sabe esperar, ver y sentir,
En soledad y en el beso estreno,
Para no ser infeliz escapar,
Cabalgando en el egoísmo de no pensar,
Para endulzar un sueño,
Que nace en tus ojos,
De profunda fantasía,
Donde los silfos bailan,
Con los traviesos espíritus.
En esa membrana flexible,
Transparente y liquida,
De una pesadilla o sueño,
Donde la vida es un ciclope,
Que te exprime y sentencia,
A hacer arcilla, muñeca rota,
Maldición lubrica y maléfica,
De un extraño y fugas ser
Que surgió de las arenas,
De un desierto corazón,
En paz y en guerra,
Y a quien solo los exégetas podrán ver…

Ana Romano-Argentina/Junio de 2016



Asfixia


Oropeles engomados
en los suspiros
Olisquean
cadavéricas mordazas
en las aureolas
Es en las gargantas calcinadas
la asfixia

Las madres
bordan rituales
desangrando hijos
que involucionan
en la placenta.

Mitchell Román-Colombia/Junio de 2016



Ignacio…
Ignacio Enciso un guajiro monumental de manos fuertes, piel canela y ojos pardos llego el 25 de marzo de 1948 a Bogotá. Sólo lo acompañaba su machete y su sombrero de alas anchas que lo cubría, del escaso sol bogotano, hasta los pies. Entro con  una energía fiestera  inquebrantable al bar menos popular de la cuidad y por ende el más barato en bebidas. Estuvo desde las dos hasta las seis de la tarde tomando aguardiente y regalando trago a cualquiera que lo quisiera. De vez en cuando ingería montones de pastillas medicinales con whisky. «Con agua no me entran, se me quedan atravesadas en la garganta». Explicó al dueño de la tienda cuando esté le dijo con seriedad que hacer eso lo podría matar.
Nunca se supo de donde o como conseguía el dinero, puesto que nunca se le conoció un trabajo. De hecho no sé sabía que existía hasta que su alma entraba al bar. Una tarde en una de sus borracheras grito a todo pulmón, «Fueron más de 3 mil y no mil como todos dicen». Se refería a los muertos de La Masacre De Las Bananeras, hecho ocurrido veinte años atrás el 6 de diciembre. Había trabajado en la empresa United Fruit Company casi toda su vida hasta dos días antes del acontecimiento. «Las palabras de una madre nunca se deben dejar de lado», su madre Florencina Enciso lo salvó. Era una mujer de mirada pasiva, huesos fuertes y largos, y de fieles creencias, pero no de las creencias cristianas o las católicas, sino de las creencias de los sueños.
Estando en la Guajira a kilómetros de su hijo y a quince días del suceso una noche soñó que un cuervo con alas enormes, que podían cubrir el planeta Tierra entero, agarraba a Ignacio con sus monstruosas garras y lo engullía para dárselo de comer a sus crías. Se despertó pasmada de miedo y ensopada en sudor, y duro en este estado hasta que el sol amaneció. No le dio tanta importancia ni tampoco lo comento con su hija Clemisa; solo dos días después cuando volvió a soñarse con el cuervo se percato de su advertencia. Mando una carta a Ignacio con la esperanza de que le llegase a tiempo para salvarle el alma de lo que fuera que lo pudiera lastimar.
En ese entonces el correo era llevado a mula, pero al cartero que recibió aquella carta impregnada en amor de madre se le había perdido el animal horas antes; un vecino bondadoso le prestó su burro, con el cual se demoró menos en su viaje ya que el dueño le daba de comer avena con café para las tres comidas, por lo que el burro tomo una fuerza y velocidad descomunales. Así que el correo a burro se sólo tardo aproximadamente diez días en llegar.
Cuando Ignacio recibió el recado empacó sus pocas pertenencias y sin decir nada salió a medianoche, se fue de polizón en una carga de bananos que salía de Ciénaga y tenía su punto de llegada en Uribía. Esta travesía se desarrollo en tres días, en los cuales Ignacio sufrió los más terribles acalambramientos de sus miembros superiores e inferiores y quedo chapoteando en su propio sudor, tanto que los bananos a su alrededor se ablandaron y magullaron hasta perder su ánima. Cuando llego a su pueblo natal un viento restaurador se interno en su cuerpo para darle nueva vida.   
Solo un mes después de su llegada a la casa maternal se enteraron de la masacre, el mensaje fue llevado al pueblo cantado por un niño menor de ocho años y su guitarra, a la cual le sobraban cuerdas; Ignacio quedo petrificado, su piel se heló y su corazón se transformó en piedra. Fue bastante su malestar que horas después cuando estaba arreglando el techo de un vecino se desmayo y se cayó de la escalera fracturándose la tibia de la pierna derecha y de paso el peroné, le entro la calentura y su madre y Clemisa tuvieron que hacerle compresas de hierba buena con moras silvestres, y paños húmedos de flores aromáticas tiernas.
De allí en adelante no sé supo más de su vida porque él no volvió a comentarla cuando no tenia bien definido que era real o no por las borracheras, solo sé supo que llego a Bogotá a apoyar al candidato a la presidencia Jorge Eliecer Gaitán. Algunos decían que era ladrón, otros que era conservador (aunque sabían muy bien que Ignacio prefería estar muerto que ser godo), unos cuantos elegían no opinar para seguir tomando del elixir gratis que Ignacio les proporcionaba; todas eran teorías de por qué siempre tenía plata en su bolsillo. Él nunca desmintió o puso en verdad todas esas barbaridades.
Era un liberal febril que siempre asistía a las marchas y manifestaciones, hasta las más mínimas. Y sabía exactamente, igual que los demás ciudadanos bogotanos, que Jorge Eliecer Gaitán era el mesías que Colombia había estado esperando. Siempre lo espetaba, lo decía cuando quería y se lo decía a quien quisiera. Y bendito el ser que lo contradecía, porque no volvía a aparecer, y cuando lo encontraban era al otro lado del país, y si tenían suerte: vivo. Los clientes del bar no llegaron a conocer esa faceta de Ignacio, que muy pocas veces él utilizo.
El 9 de Abril de 1948 llegó al bar más temprano de lo común, a eso de las doce del medio día, y en menos de media hora quedo en un coma de alicoramiento. Eran casi las tres de la tarde (se cree que fue la hora más precisa del suceso), cuando un niño harapiento entro sin aire al establecimiento. "¡que murió Gaitán!" fue lo único que a gritos dijo y sin dar tiempo para preguntas salió apresurado para seguir regando la noticia a quienes ignoraban tal hecho. Ignacio dio un golpe a la mesa con machete en mano, el sosiego en su mirada había desaparecido y una rabia descomunal lo contagió. La noticia lo sacó del coma de la forma más abrupta posible.
Que fue un maldito conservador, que fue la pútrida iglesia, que fue la CÍA, que fue el temor de Dios porque creía que Jorge Eliecer Gaitán lo superaba en poder, fueron los gritos que Ignacio lanzó segundos antes de salir enfurecido hacia una Bogotá que estaba despertando en gritos.
Pasadas las tres de la tarde, cuando apenas estaban sacando el frío cuerpo de Jorge Eliecer Gaitán de la Clínica Central una enorme multitud se reunió en el centro de la cuidad, Ignacio estaba como siempre en primera fila. Una marcha pacífica por el magnicidio de un grande se torno en una terrorífica ola de robos y homicidios.  No se veía a Ignacio ni a su machete en ningún lado, había sido borrado de la faz de esa tierra roja.
«Roa lo asesinó». Se lograba escuchar esta y otras frases segundos después de que Jorge Eliecer Gaitán fuera impactado por aquellas tres funestas balas. Roa quedo convertido en una criatura deformada de pies a cabeza, con litros de sangre escurriéndole de los menudos dedos.
Ya sin vida fue arrastrado por las dolorosas calles como si de un desfile se tratase; la mayor atracción de esos tiempos: Roa, el asesino de Gaitán. Que no cabía duda que él lo había matado, porque se le vio salir corriendo del lugar; que traía en su traje la sagrada sangre del mesías; ¿que si no fue él quién? Supuesto asesino se cree hasta el día de hoy, ¿Qué tal si solo corrió porque iba tarde a alguna cita? O ¿Qué la sangre nunca empapó su traje y fueron solo excusas de la gente para justificar uno de los muchos homicidios que sucedieron aquel fatídico día?
Después de un día de caos, en donde los asesinatos y asaltos se intensificaron, las calles colapsaban de muertos y aun quedaban vestigios de la noche anterior al rojo vivo. Pero como una llama que se niega a apagar el desorden revivió. Solo una semana después se podía caminar con entera libertad y sin miedo en el corazón por las calles de Bogotá.
Ignacio se encontraba con un vestido rojo y sin sombrero, lo único que le quedaba era su machete que se encontraba bien incrustado en su cráneo y su intacta dignidad guajira y liberal, no se supo como llego el machete allí, así como no se supo nada de la mayoría de las muertes en ese tiempo. Ya no era un guajiro radiante y de espléndida actitud que mal gastaba su dinero como si lo cagara todos los días, pasó a ser otro bogotano de tez pálida y labios blancos, sin esperanza en los ojos.
La desesperación de las familias era inminente y cada vez se hacía más fuerte, querían conocer el paradero de sus seres queridos; padres que habían salido a apoyar al grande, madres que simplemente fueron a la tienda a comprar algún alimento, hijos que estaban jugando y en un abrir y cerrar de ojos se encontraban al otro lado de la cuidad.
El dueño del bar pensando en su más grande cliente envío una carta a la madre de Ignacio, diciéndole que era muy probable que su hijo estuviera muerto, pero nunca obtuvo una respuesta y este murió con la duda.
Florencina no respondió porque en sus delirios de madre empezó a imaginar a Ignacio en la cocina, a Ignacio en la sala afilando su machete, a Ignacio dormido en su cama, a Ignacio vivo y con ella, más nítido que nunca. Su hija no quiso dañarle la ilusión y decidió guarda ese secreto hasta que muchos años después Florencina murió de muerte natural.  
Ignacio tuvo el honor de ser lanzado a un río, no se sabe cual, pero fue dado a aquel líquido celestial que poco a poco se lo fue comiendo mientras él termino con una enorme sonrisa en su descompuesto rostro.

Agustín Rojas-Chile/Junio de 2016



ASALTO AL CARRO DE VALORES


¿Cuánto renta el crimen?

            El humo de cigarrillos teñía de azul la atmósfera, acentuada por las pantallas de las luces muy bajas, dejando en penumbras la parte superior del salón.
Ese viernes, como todos las semanas, el salón de billar estaba repleto de público. Sus 17 mesas, ocupadas. El sonar de las bolas al chocar entre sí, impulsadas por los “tacos” de los jugadores, interpretaba una sorda melodía.
El tufo a cerveza se mezclaba con el fuerte olor que exudaban los cuerpos sudorosos de los presentes. Era tan denso el ambiente, que fácilmente se podría cortar con un cuchillo. El vocerío y risotadas de las mujeres daban la impresión de encontrarse en un lupanar.

            Por la pequeña puerta disimulada por un biombo, salió un hombre en mangas de camisa, se aproximó a una de las mesas y algo murmuró al oído de uno de los jugadores. Este depositó el “taco” sobre la mesa y se perdió por la pequeña puerta en medio de la oscuridad. Momentos después, entró a un bien iluminado garito. Al centro, una mesa cubierta por un paño verdebosque. Sobre él, diversas botellas de licor, canapés, variados quesos, granos de cereales tostados y otras exquisiteces. Alrededor, cuatro hombres bebían sendos vasos de whisky. Al entrar el recién llegado, todos se pusieron de pie, en señal de respeto y disciplina.
-¿Todo listo?- vociferó tomando asiento e invitando al resto quienes le imitaron.
-Jefe - dijo un barbón que lucía en el rostro una larga cicatriz en el lado derecho. Contaba que la había ganado durante una riña en la cárcel, además de otras marcas en su cuerpo.
-El plan lo hemos revisado. El “Cojo” ha reunido el armamento: tres pistolas P.P.K. 32 y 3 bombas lacrimógenas. - continuaba explicando.
El jefe asintió sonriendo.
-Y tú “Mapuche” ¿Has conseguido los dos automóviles que necesitamos?
-Sí, jefe. Están guardados en el patio de mi casa, uno requisado en Viña del Mar y el otro en Providencia, ambos de color blanco, como usted lo dispuso. Los estanques con bencina y cien por ciento operativos. – Contestó el aludido.
-¿En cuánto se estima el dinero que traslada el vehículo? -volvió a preguntar.
-Entre ciento cincuenta y ciento setenta millones, jefe. Hemos hecho seguimiento una vez por semana. El día viernes, al cierre del comercio, justo a las 23:10, el camión retira la recaudación. La dotación es la misma: un chofer y dos vigilantes. – Intervino el “Chino” otro de los mafiosos presentes.
-Bien, repasemos una vez más el plan- dijo el mandamás.
Se puso de pie y extendió un plano sobre la mesa…
-Esta es la calle Sargento Aldea, aquí, en esta cruz, se ubica el “Mall”. El carro recaudador entra en reversa por este callejón, baja un guardia quien apoyado por un funcionario del local transporta un montacargas con las bolsas de dinero. El conductor del camión permanece en la cabina, el otro vigilante de pie abre la puerta del móvil para el transporte del dinero. Luego se embarcan y aseguran la puerta. Sale el vehículo, tomando por Avenida Las Golondrinas hasta San Juan, luego doblan a  la derecha y continúan por esta arteria hasta llegar a Blanco Encalada. Ahí hay un semáforo. San Juan solo tiene habilitada la pista izquierda, la derecha esta cerrada por trabajos en la ruta. El transito es escaso a esa hora, y la iluminación nula. El móvil llega a las 23:40.

-En este punto se encontrará el “Cojo” con su automóvil averiado, al detenerse el transporte de valores le pedirá a los del camión, que le ayuden a moverlo del lugar, como no podrá pasar, accederán. En ese momento, “Mapuche” y “Chino” salen de la oscuridad para encañonarlos. Los lanzan al suelo, abren las puertas, retiran el dinero y lo trasladan al auto. Mientras tú, “Barbón”, los mantienes vigilados. Terminado el traslado del dinero, esposan a los vigilantes y los introducen al mismo camión. Luego desaparecen para encontrarnos en la “Caleta”, ubicada aquí, en este punto e indicó con el dedo. Todo en un y medio minuto que dura la luz roja. Antes ya hemos realizado esta faena, por ello esta vez, no podemos fallar.
-¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada.
-Yo estaré vigilando el desarrollo de la faena a prudente distancia. Verifiquemos los relojes. Son las 21:10 Hrs. Todos a sus puestos cada cual conoce su tarea…-dijo una vez más el jefe.
                                                     ***********************

El plan se desarrolló sincronizadamente, tal como lo planificó el jefe. ¡Fue todo un éxito! pensó desde la oscuridad. Sonriendo, puso a su vez, su vehículo en marcha.
Mientras se dirigían raudos a la “Caleta”, los mafiosos celebraban felices.
-No hemos disparado ni un solo tiro.- Dijo el “Chino”.
-Ha sido más fácil que quitarles las monedas a un ciego. -Replicó el “Mapuche”.
El chofer, taciturno, conducía sonriendo. Al llegar a la “Caleta” y encender la luz para colocar los bolsos con dinero sobre la mesa, se percataron que estaban rodeados de policías que les apuntaban con sus armas.
Sin disparar un solo tiro, fueron encarcelados por treinta años…No lo sabía el jefe, ni el “Chino”, ni el “Cojo”, ni el “Mapuche”, ni el conductor, ni siquiera el mismo “Barbón”, que en la ultima riña en la cárcel, le fue colocado un micro chip de G.P.S. en su cuerpo.