lunes, 20 de enero de 2014

Luis Tulio Siburu-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2014



UNA MUJER, UNA TARDE

Una tarde triste, dijiste no te quiero
Marchitó la flor que mi mano apretaba
Inundaron de lluvia las nubes en el cielo
Se ahogó de angustia la palabra que asomaba

Una tarde de sombras, dijiste no te quiero
Derramóse el café bajo la taza
Apreté el moño que anudaba el cabello
Temblaron mis pechos, transpiró la casaca

Una tarde gris, dijiste no te quiero
La lágrima se fundió con maquillaje
Mi garganta gritó, ¡ yo no te creo ¡
La esperanza se apagó cuando callaste

Una tarde de olvido, dijiste no te quiero
Los fuelles se desinflaron en un tango
El verso habló de un romance ya de duelo
Estertor de amor, hundiéndose en el fango 

Roxana Rosado-México/Enero de 2014

Imagen: Roxana Rosado


PEQUEÑO SUEÑO  DE NAVIDAD

Cuando era infanta imaginaba que un reno traía regalos
un día que no recuerdo mientras dormía llegaste a mis manos
estuvimos en el parque de las ilusiones
con los pájaros, el columpio,
las rodillas raspadas y los cuentos de niños.

Inevitablemente crecí y te olvidé
aunque en ocasiones volvías a mi mente.

La verdadera historia
es que nunca te poseí,
solo exististe
en mis pequeños sueños
de Navidad y Reyes Magos.

Ahora, treinta y tantas lunas después nos encontramos.

No sé de quién fuiste
qué fantasías alegraste
o en qué desván habitaste
ya no eres un deseo, un ensueño
ahora estás conmigo.

En ese parque que antaño recorrí sin hallarte
nos tropezamos,
ya no perteneces a antiguas ilusiones
no eres cristal, ahora eres cuerpo
eres una pequeña realidad de Navidad.

Ana Romano-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2014

Cercanía

Aun más que ausente:
mira
desfigurado
Pregunta
Absorto
niega
Huye:
la realidad
persigue.

Ana Romano y Rolando Revagliatti-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2014

¿Dónde es qué?


¿Dónde es que descubrimos una luminosa pesadumbre
una soledad chispeante elevándose por sobre las cortezas?
¿Dónde distinguimos texturas ingratas
y estremecimos a los invasores?

Ascensión Reyes Elgueta (cuento)-Chile/Enero de 2014

CABEZAS DE PESCADO
                                               
            Una cabeza de pescado, puede terminar en el tacho de la basura cuando el pescado se cocina frito, arrebozado con batido de huevo y en una sartén con aceite muy caliente; sin embargo, un buen caldillo de cabezas de pescado, con bastante cebolla, cilantro y ají, es inmejorable para reponer el cuerpo, después de un festejo demasiado “regado”.  Eso decimos los entendidos.

            Recuerdo que cuando era un muchacho, el pescado estaba muy lejos de agradarme. En cierta ocasión supe que estaba obligado a comerlo. Esto sucedió en casa de mi primera polola, la que vivía en Playa Ancha. Tenía que hacerlo para “caer en gracia con la familia”, porque su padre era pescador,  y lo que más se consumía en ese hogar era eso... ¡pescado!
            Bueno, en ésto pensaba cuando iba en el bus camino a casa de mi amada, pero antes de llegar al paradero en el que me correspondía bajar, tuve el serio presentimiento que, apenas asomara por la puerta, me pondrían por delante una gran presa recién frita y una taza de café colado. De tal manera que me bajé del bus dos paraderos antes de llegar. Decidí iniciar el camino de regreso al plan de la ciudad, buscando derivaciones por esas solitarias callejuelas que van a dar al barrio puerto.
            Iba llegando a la Plaza Echaurren, por la Población Márquez, cuando un grupo de muchachos, menores que yo, de 14 o 15 años, me detuvieron para pedirme cigarrillos. El vivir en Viña del Mar, ciudad vecina,  no me hacía diferente, pero el olor del “flaite” ordinario y el “pato malo”, lo percibí a la distancia. Tuve un poco de temor al decir que no fumaba. Pero al rodearme “la patota”, presentí que algo malo me iba a suceder. Recordé que había guardado un billetito, de los grandes, en un bolsillo chiquito de mi pantalón. Pero la chaqueta de cuero, casi nueva, no la salvaría. Incluso ya me estaba despidiendo de las zapatillas que me habían regalado para el cumpleaños. Recordé que mi “cumpa” del barrio, me dijo que mejor me buscara una polola que viviera más cerca. Por supuesto en Viña del Mar. Pero, la Corina me volvió medio loquito con sus besos ardientes y sus largas piernas, aunque en el último tiempo ya no me encendía tanto como al comienzo.
            Todo aquello pasó por mi mente como una cinta de película, mientras los “patos malos” me rodeaban, pensé que no tenía escapatoria. Mi mente trabajaba a mil por hora. Me dijeron que vaciara los bolsillos. Como estaban en mayoría no me quedó opción. Di vueltas los de la chaqueta, y saltaron algunas monedas chicas. Uno de ellos se apresuró a recogerlas. Luego, otro me dijo que me la quitara para probársela; con calma y tratando de no perder el control, eso hice. Se la probó, pero le quedó muy apretada, se la pasó al siguiente y a éste le quedó grande, la dejaron en el suelo a la espera. Luego me pidieron que sacara el dinero que guardaba en los bolsillos del pantalón. Eso hice y saltaron dos billetes y otras varias monedas. El muchacho que había recogido las monedas anteriores se fijo en mis zapatillas; me pidió que me las quitara. ¡No sé que cara puse! al ver aparecer en las manos de uno de ellos, la brillante hoja de un cortaplumas. En ese momento sentí unos horribles deseos de orinar, pero me aguanté, sabía que no podía negarme. Me afirmé en la muralla y empecé a soltar los cordones de la zapatilla. Ya me había sacado una y los “flaites” me decían desde marica a boludo, pasando por el recuerdo de mis padres.
            En eso estaba, cuando de pronto sentí que la calle se iluminaba y mis agresores corrían en todas direcciones, dejando olvidada en el suelo la chaqueta y la zapatilla, la otra no terminaba de sacármela. Justo a mi lado se paró un carabinero para preguntarme si me habían hecho daño, les contesté que sólo se habían llevado algo de dinero en monedas y dos billetes de poco valor. Esperaron a que yo me pusiera la zapatilla y la chaqueta, y me llevaron a la Comisaría. Sentado en un banco estuve como media hora. De pronto recordé que tenía ganas de orinar, pero ahora, con más urgencia. El cabo me dijo que el baño estaba ocupado, debía esperar. Pasó otra media hora, antes de poder vaciar mi vejiga a punto de reventar. Cuando finalmente sentí el alivio del desahogo total, noté que mis pantalones estaban húmedos en las entrepiernas y apenas alcancé a achuntarle a la taza del sanitario, dejando la regadera a su alrededor. Cuando regresé a la Sala de Guardia, uno de los carabineros me indicó una sala donde presté declaraciones acerca de lo sucedido. Como el robo era una cantidad de dinero pequeña, no pasaría al juzgado. Pero al mostrarle el carné, se fijaron que yo era menor de edad, tenía 17 años recién cumplidos. Me obligaron a entrar en una celda para pasar la noche. Dijeron que era muy tarde y el barrio en que estaba demasiado peligroso. En mi casa no había teléfono y los celulares aún no existían.
            Un cabo me pasó una frazada para abrigarme. La tomé, pero suponiendo que otro detenido pudo haberla usado, contagiándola con piojos y pulgas, la dejé a un lado. Dos horas después, estaba tapado hasta la cabeza con la pulgosa manta, tal era el frío. Entre picadas de bichos y escalofríos me quedé dormido hasta las ocho de la mañana. El mismo cabo me toco el hombro y dijo que podía regresar a mi casa.
            Cuando traspuse el Reloj de Flores en Caleta Abarca, me sentí en casa. Juré alejarme lo más posible de esos sectores y sobre todo evitar transitar por esos lugares. De la Corina y las presas de pescado con café, me olvidé para siempre.
            Pero, a decir verdad, el término... “para siempre” es demasiado vago en lo que a sentimientos se refiere, y en este caso... el “para siempre”, resulto sólo por algunos años.

            Después de pasear por el mundo embarcado como oficial mercante, me encontré en la Plaza Echaurren, a “boca de jarro”, con la Corina, ambos mayores y todavía solteros. Vernos y reiniciar una amistad que termino en el Registro Civil, fue cosa de meses. Y por supuesto nos instalamos cerca de sus padres en un sector de Playa Ancha.
            Y en cuanto al pescado, cuando a mis nietos les relato algunas anécdotas de juventud, como ésta que acabo de recordar, los escucho decir a mis espaldas...el abuelo cuenta siempre...puras “cabezas de pescado.”(Tonterías)




Ascensión Reyes Elgueta (comentario libro)-Chile/Enero de 2014



Guy de Maupassant (1850-1893)


LA TÍA COLUMPIO

            La tía Columpio, le decían por su llamativa cojera. Era la costurera oficial de una familia campesina de cierta fortuna. Ella aparecía los martes muy temprano y de inmediato se ponía a trabajar, acompañándose en los días fríos, de un brasero pequeño para calentarse.
Llegó a ese hogar, cuando el hombre que cuenta la historia, era un niño de entre diez a doce años. A los ojos de este niño, la tía Columpio era una mujer fea, aparte de la cojera, era muy delgada, su cara tampoco lucía hermosa. Sin embargo, ella lo entretenía contándole historias curiosas que le aportaban un mundo fantástico. Y así, poco a  poco, fue creándose entre ambos un nexo afectivo y necesario para el pequeño.
            Un día al subir a la pieza de costura, en busca de más historias, el niño la encontró tirada en el piso. Asustado, bajó al salón y se escondió detrás de una vieja poltrona. Desde ese lugar pudo ver cuando sus padres la descubrieron, y también logró escuchar la historia de la Tía Columpio, contada por el doctor del pueblo que llegó a certificar su deceso.
            Hortensia, era su nombre, y en su juventud había sido muy hermosa, tanto que logró encandilar a un atractivo y arrogante profesor recién llegado al pueblo. Se generó un encendido romance entre ambos. Sucedió que un mal día, en que los enamorados habían acordado juntarse en el granero, fueron descubiertos por el exigente señor Grabu, Director de la escuela. Para salvar la honorabilidad de su enamorado, ella decidió tirarse desde lo alto del lugar, quebrándose seriamente una de sus piernas, la cual quedó tan afectada que cuando sanó, convirtió su caminar en una cojera que ganó el sobrenombre con que se la conocía.
            El retrato psicológico de la Tía Columpio, nos presenta a uno de esos seres cuya fealdad, producto de malas experiencias o del sino de sus vidas, ha malogrado su imagen exterior. Sin embargo, esto se sublima con la bondad y los valores que se reflejan en su conducta, de tal manera que, el aspecto estético pasa a ser un detalle sin importancia. Está implícito en la historia que el envase no es importante sino el contenido.
            La Tía Columpio, ofrendó su salud y talvez su vida, por salvar la honorabilidad y el trabajo de su enamorado, éste viéndola con un notorio defecto, la abandonó. Un comportamiento contrario al de la mujer. Sin embargo, ella asumió su impedimento y se afanó en una actividad que desarrolló con mucha responsabilidad, y a la vez, dio compañía a un niño solitario llenando su mente de fantasía con sus entretenidas historias.
            La narración es un racconto del niño, ahora mayor, quien recuerda aquel imborrable personaje que acompañó su niñez, Hortensia o la tía Columpio, dejando en él una profunda remembranza de cariño y bondad.
            La historia está ambientada en una residencia campesina, de gran estructura y antigüedad. Por su techumbre puntiaguda recibía el nombre de castillo. A su alrededor se agrupaban cuatro o cinco granjas. Cercana estaba la iglesia, de ladrillos rojos que el tiempo había cubierto con una pátina negra, al igual que la casa. En este aspecto tenemos una ambientación bastante clara del lugar y de la pieza de costura, situada en el ático.
            El retrato de la mujer es comparativo entre la parte física y su interior. Los valores que ella entrega, no sólo en el trabajo, sino también en la ternura que el niño recuerda, siendo un hombre mayor, con la nitidez que proporcionan los sentimientos de afecto que supo inculcar la Tía Columpio.

Rolando Revagliatti-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2014

Simón Esain, sus respuestas y poemas

Entre-vista en tramos-e, realizada por Rolando Revagliatti

Simón Salvador Esain (pronúnciese esáin) nació el 30 de agosto de 1945 en Maipú, provincia de Buenos Aires, República Argentina. Desde mediados de 1970 reside en otra ciudad de la misma provincia: Chascomús. En 1987 y 1988 asistió al taller literario de Pablo Ingberg. Fue miembro fundador del M.A.Y.A. (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) (1988-1998). Coordinó en esa institución los talleres de literatura durante cuatro años. En 1988, junto a Ricardo Chambers, crea la revista artesanal “La Silla Tibia”. También incursiona en radio. Es miembro invitado de la Seccional Chascomús de la Sociedad Argentina de Escritores, donde coordinó talleres informales de poesía entre 2006 y 2008. Poemarios editados: la trilogía de “El Año Inútil”: “Indignación de noviembre”, edición artesanal, 1995; “Mayo de 1989 o el humo”, Alicia Gallegos Editora, Villa Tesei, Buenos Aires, 1995 (con dibujo de tapa de su hija, María de las Mercedes Esain); “Musa interventora”, Alicia Gallegos Editora, 1996; y “El momento de ahogarse”, edición artesanal, 2000. En 2008, por el sello Editores Urbanos, de la ciudad de Buenos Aires, se publica la crónica de viaje “El llamado del árbol” (Travesía a Perú en cuatriciclo), que Simón Esain redacta a partir de manuscritos de su hermano Rubén, bajo cuyo nombre se editó. Permanecen sin socializar numerosos volúmenes de poesía y prosa breve.




    -Sé que has nacido en una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires, donde tu padre atendía un almacén, despacho de bebidas y cancha de bochas. Y sé que siendo vos un pibito tu familia se trasladó al campo y te convertiste en pastor de ovejas y criador de vacunos, patos, ñandúes y zorrinos. ¿Cómo te recordás hoy en ese paisaje y cómo a tus padres y a tus hermanos? ¿Cómo transcurrió tu escolaridad? ¿Qué libros has leído, qué autores, hasta ya adoleciendo tu adolescencia? ¿Fue por entonces que comenzaste a escribir poemas y relatos?


   -Lo admito, Maipú es una ciudad pequeña, lo que llamamos un pueblo, en la panza escurridora y ventosa de la provincia. Sus habitantes, incluidos los que nunca sabrán montar a caballo ni ordeñar una vaca ni cómo se degüella un chancho, son tildados de ‘paisanos’ en ambas ciudades capitales cuya cercanía nos deshonra y nos desangra; pero ellos a su vez, se permiten diferenciarse otro tanto, llamando paisanos con justa razón, a los que viven en el campo, sea en ranchos o casas, que en aquellos tiempos eran y éramos muchos, muchos más que ahora, como grafica mi singladura. Éramos tantos que podíamos categorizarnos socioculturalmente en otros tres niveles, siempre descendentes, según he mirado.

   El paisaje pampeano no se recuerda; se lleva puesto. Es una línea que divide el suelo del cielo. Nada notable; silencio, soledad, rumores del aire en los pastos. Voces de aves, balidos, mugidos lejanos o cercanos. Más bien árboles, sol, nubes, gente sola. Pero de eso hay en todas partes. Lo que de él se extraña es no ver el horizonte a toda hora, como si hubiésemos perdido el reloj. No me veo allí y eso me alivia; me siento allí. Es duro decirlo: el campo embrutece; lo vemos hermoso desde la ciudad.

   Comprender la condición de mi padre me ha llevado la vida entera. Huérfano del suyo a los cinco años, se enteró que no vivía en el País Vasco cuando empezó a ir a la escuela y tuvo que aprender castellano. A sus siete años comenzó a trabajar en la huerta de la madre, único medio de subsistencia familiar de la reciente viuda, oriunda de Guipuzkoa. Luego, en un luego que debió ser largo largo, a sus doce aprendiz de armero le valió no morirse de hambre y asistir al prostíbulo. (De tal época le vienen los rastros de tuberculosis que, a su agonía, nos informó el médico.) Con parientes carnales en el comercio local, no bien estuvo más alto que un mostrador, devino a empleado de comercio. Proletario en vías de inclusión, socialista cristiano ayudando a algún cura a ayudar, cultivó el odio secular del buen navarro a los españoles que habían sometido el viejo reino. Algo intangible lo destacaba: su afición a la lectura. Lo visible; su afición a las mujeres, al juego por plata, al alcohol, los mostradores enchapados, las madrugadas, los amigos de esos alrededores. Lo apreciable en cualquier caso: su modestia, su honestidad, su lealtad.

    Y debo apuntar porque viene al caso, la condición de mi madre, nieta de terrateniente castellano, hija de estanciero conservador, apenas menos iletrada que él, igual de terca, igual de rencorosa y tascadora, tan apegada al mito de su linaje como él al meritorio sobreponerse a ese menoscabo. Es decir: lo menos peor de la provincia bonaerense.

    Entrambos, de nexo, una típica mezcla epocal: la pinta y los ojos azules de mi él, mas el prurito hereditario de mi ella. En el Club Ferroviario una noche de tango y milonga con la orquesta de Di Sarli, “Sacarra”, el “Cachafaz”, lo que, mediada muerte de mi abuelo materno, algunos llamarían ‘braguetazo’. Decirlo es exagerar mucho; toda su vida mi viejo ganó su guita levantándose a las cinco de la mañana y sudando. Pero es cierto que el matrimonio de ambos jóvenes pronto pasó a ser propietario de almacén en una esquina de barrio, despacho de bebidas, cancha de bochas y un teléfono a manivela que podían usar todos.

    Allí, recién terminada la segunda guerra mundial y a la sombra del hongo atómico, la ‘vasca’ me trajo al mundo. Fui la alegre noticia superadora, el mimado de los vecinos viejos y del ‘canchero’, entonces un oficio que permitía comer. Si voy y le vuelvo a preguntar, mi madre vuelve a contarme cómo fue el parto y su temor a que esa cosa chiquita entre sus brazos se le muriera por inexperiencia mía y de ella.

    Hay un pueblito en la provincia al que pusieron de nombre la fecha de mi nacimiento. Pero homenajeando al tren; o sea, a su modo ronda mis afectos profundos. Nací a dos cuadras de la estación de Maipú y el silbato a vapor de aquellas locomotoras es el sonido más antiguo que recuerdo. La que fuera nuestra casa familiar en Chascomús sigue adosada a los rieles y convoyes atronando entre los patios; mi primera casa propia aún los tiene enfrente, cruzando la calle; mi segunda casa, a ciento cincuenta metros; la actual, a cincuenta.

    Cuando nací, una perra de un vecino había parido. Fue mi padre y se trajo un cachorro para mi regalo. Crecí custodiado por un ovejero alemán, el ‘Chicho’: nadie me acariciaría sin su consentimiento, él se comería mi caca y me limpiaría el culo de dos lengüetazos; me ampararía de los automóviles que pasaban levantando polvareda; me ayudaría a caminar prestandomé su lomo. Luego de mi madre, no conocería a nadie más leal.

    En algunos momentos del día la cancha de bochas, silenciosa, alisada, quedaba a mi arbitrio. Tomaba un palito y dibujaba en ella largas siluetas y diseños. ‘Chicho’ descansaba en la sombra; todo bien. El lío se armaba cuando entraban los paisanos a jugar y pisoteaban mi obra. Venía mamá a llevarme alzado, pataleante y lloroso; cuánto odio sentía por esos tipos socarrones, de alpargatas y bigotes. Otras mañanas me iba a la medianera del  fondo a comer polvo de ladrillo. Hablando de comer, me cruzaba enfrente, donde vivía un familión de negros amontonados en un ranchito, a comer tallarines en un plato de aluminio con un tenedor al que le quedaba un diente solo. O más lejos, más allá de la vuelta a la esquina, casi donde acababa el mundo, a la casa en ruinas de otros negros (muy cariñosamente lo digo) que primos de estotros. O a mitad de cuadra, me sentaba en el suelo, cerca de donde para ganarse su vida, la ‘Chacha’ Albornoz lavaba ropa en la batea; a responder nunca sabré cómo las preguntas de su voz profunda y pausada; a observar flores de yuyo o manosear bichitos. Todas las morochas viejas de ese lado del barrio tenían voz de bajo y risa larga.

   Cuando nací había cosas de moda; entre ellas el tango Cuartito Azul, de Mores. Cuando mis padres se mudaron a su casa propia mi padre agregó añil a la cal, encaló lo que sería cuarto dormitorio y le dijo a su embarazada: Ahí tenés tu cuartito azul…

   Yo era tan capaz de travesuras terribles como tranquilo y silencioso. Pasaba inadvertido y como en ese tiempo se usaba hacer referencia a cierto Mongo Aurelio para calificar a un nadie, el ‘canchero’ empezó a llamarme ‘Mongo Aurelio’ y todos me llamaron ‘Mongo’, como al famoso planeta de Flash Gordon. Pero era un sobrenombre muy pesado para un niño, y las mujeres lo llevaron a ‘Mongui’. Y el ‘Mongui’ perduró hasta hoy en el recortado mundo de mi madre, mis hermanos y parientes carnales.

   Mi bisabuelo murió poseyendo 22.000 hectáreas de campo en General Madariaga. Como también tuvo catorce hijos, volvió innecesaria la reforma agraria. Mi abuelo murió con 1.200 hectáreas. Cuando me llegaba el turno de iniciar el jardín de infantes, a mi padre se le dio por establecerse en la parcela de campo que por sucesión correspondía a mamá. De cuántas atrocidades pueblerinas me habré salvado, no sé. Sé cuántas campesinas me esperaban y podría contar cuántas de ellas se concretaron. Fuimos y somos cinco hermanos, pero me he bastado para oveja negra. El menor me es el más afín, como si cerráramos una ronda. Eso hemos sido hermanos y hermanas, no más que una mano juguetona desde el mero principio, que hasta hoy conserva sus cinco dedos.

   A los siete años, unos almaceneros supieron de mi afición a la lectura; me dijeron: Esperá… e ipso facto volvieron de adentro para ponerme en las manos un libro grande, de tapas duras, y me pidieron que leyera alto. Lo hice fluidamente y se maravillaron hasta hacer carraspear de orgullo a mi padre. Fue mi primer libro: Los Robinsones Suizos. Dos años tardé en leerlo; a mi hermano menor, rubio como un alemán, todavía le decimos el apodo surgido de entre aquellos personajes.

   Un día, a mis nueve años, conciente de que me había enamorado por vez primera, pero apenas de eso, comencé a desenrollar versos a rasgos rojos y doble espacio en uno de mis cuadernos; ella tenía quince, nada menos, y era rubia y cuando dormía soñaba y conversaba en voz alta. Recuerdo que le hablé al reloj y a otras cuestiones, casi un Gelman, porque no debía nombrarla ni aludirla. Mi timidez crecía por el modo alucinante.

    Nuestros padres llevaban muchachas a casa para que nos instruyeran, pero ellas preferían ponerse de novio con nuestros tíos, y desfilaban. Así que mi escolaridad ocupó, formalmente, dos años: una fugacidad. Aprendí a jugar a la bolita y a manejar el jeep. Nadie quería verme en la escuela. Era mucho más alto que las maestras.

    Te cuento, para variar, una vez que hicieron a mis hermanas y compañeros tomar la comunión, y vino el cura al aula. Entre la maestra y mi madre me obligaron a confesarme y comulgar. Empecé a repetir ante el cura algunas tonterías preparadas, hasta que me pidió, un poco pálido, escandalizado: Baja los ojos, hijo. Me quedé mirandoló con la boca abierta. Algo recuerdo pues, de qué dicen los curas.

    Leía y releía cuanto caía en mis manos. Empecé por Verne, Salgari y Harold Foster. Meché con La Hora Veinticinco, La Revolución Húngara, Nuestro Enigmático Planeta, El Último Mohicano, El Decamerón, Dumas, Hugo, Shakespeare, o donde la fuerza aérea norteamericana criticaba el papel que le habían asignado en la gran contienda, el diario de un piloto alemán, cuanto hablara de griegos, judíos, indios, Storni, Cervantes, Fray Mocho, Echeverría, Malaparte, Waltari, Dostoievsky, Sarmiento, Tolstoi, Twain, Moody, Buck, Uris, Lin Yutang. Todavía no llegaban Borges, Whitman, Cortázar y reseñas de los poetas considerados nuevos, como Trejo, Gelman, Urondo, Romano. Y vuelta a Mc Cullers,  Dalmiro Sáenz, Camus, Miller, Hesse, Hemingway, Baroja, Galdós, Gómez de la Serna, Vila, Donoso, Pavese, Conti, Marcuse, Salinger, Engels, Nietzsche, Di Benedetto, Vargas Llosa, García Márquez, Juárroz, Pizarnik, Hikmet, Montale, Bassani, Rulfo, Foucault... Fuera en casa, en lo de mis tíos, entre los cajones de revistas que había en la estancia principal, en las bibliotecas de las casas adonde iba con mi familia… Me gustaba leer de historia y de filosofía. Mis lugares preferidos en Maipú eran un quiosco y la librería. Hice la colimba en una escuela para cadetes y oficiales, donde tuve a mi merced toda una biblioteca. Era un ratón de biblioteca. Ahora apenas leo un libro por mes; de a poco y sentado en el inodoro.


 

   -¿En qué época comenzaste a publicar en diarios y revistas, Simón? ¿En qué diarios y revistas fuiste publicado? ¿Estabas inserto siendo muy joven en algún círculo de escritores o taller o asociación? ¿En aquellos sesentas de la Argentina, militabas en algún partido político o te formabas ideológicamente?


   -Me hace sonreír tu pregunta, querido Rolo, y a su modo es indudable que comencé a publicar. Pero tan ridícula su vista comparada a lo que tengo inédito, que me tienta una carcajada triste. En un ocasional suplemento literario que sacaba El Día, de La Plata, en 1970 me publicaron el cuento que le había prometido escribir a un tío con uno de sus sueños que contó. Siendo muy joven y no tanto, mi afición a la literatura y la poesía fue cruz no más, en mi relieve. Entre Whitman, Borges y Marcuse me pusieron a escribir algo que apuntaba en alguna dirección. Pasados los cuarenta, fui a un taller por primera vez. Quizá un tiempo antes, haya salido de una reunión entre iguales aficionados, aquí en Chascomús.

    Por cierto, los ’60 y ’70 fueron años de formación turbia y lenta, de algunas charlas con jóvenes o mayores. No milité ni me integré a grupos clandestinos porque en su momento decidí que no me daban las convicciones y la imprudencia. Además, salir de la colimba en la Armada tildado de comunista, habiendosemé confiscado lo que escribí en ese tiempo y con la seguridad de que su servicio de inteligencia me vigilaba, trabajó bien para disuadirme. Acabé radicandomé definitivamente en Chascomús, adoptando un oficio silencioso, casandomé. La literatura era una afición, un hobby recóndito. No tenía idea de qué era hacer literatura. Me costó décadas poder escribir prosa, un relato, un cuento. Me ayudó decidirme el escribir lo que veía en mis sueños antes que preferir alguna ocurrencia.

    Entiendo que fui aparecido en esas revistas en las que nos publicábamos los unos a los otros, como ahora lo hacen sin retaceo en los medios internéticos. Sería cálido que me pusiera a revolver papelerío para hacer una lista, pero mejor será que te lo quede debiendo. Siempre hay que deberles algo a los amigos; es parte fundamental del vínculo. Debo mucho agradecimiento, y me emociona cada vez que lo pienso. Una de esas personas a las que debo mucho de lo emocionante, sos vos, Rolo. Me han dicho tanto tus silencios.





   -Desde hace décadas residís en Chascomús, esa otra ahora no tan pequeña ciudad (y su laguna) que para mí es encantadora (hasta he fantaseado con mudarme a ella).  ¿Cuál es tu visión de Chascomús, en cuanto al quehacer literario, desde que la adoptaste hasta la actualidad? ¿Cómo has contribuido, de qué modos te has ido involucrando en lo que solemos denominar "lo cultural"? Y paralelamente, ¿a qué tareas remuneradas te has ido dedicando?


    -Sí, Chascomús es una ciudad encantadora e incluye entre sus encantos la ilusión de mudarse a ella. Viví esa experiencia del lado agradable, digamos. Teniendo en cuenta que el quehacer literario desapareció de Maipú en cuanto sus padres se llevaron a Leopoldo Marechal, igual fue deprimente lo visible bajo tal denominación que aprecié en Chascomús. Te confieso mi sospecha de que donde debiera tener el criterio habita un bicharraco. Acá hay escritores desde que tienen memoria unos de otros; la memoria local es selecta  porque en algún momento se lesionó.

    Reconozco que las novelas europeas nos mostraban cenáculos rumbosos, distantes, prohijadores de famas llegadoras. He crecido reparando en esa cara de lo lejano, ajeno, de lo apenas apreciable desde acá. Que te hace concebir lo que no sos como impropio de lo que sos. Una mora o una rémora, en el mejor de los casos como puede serlo el mío. Porque no entendí que acá, a escala menor pero no menos valorada, incurrían en lo mismo. ¡Misántropo de mí! Una de mis primeras novelas preferidas fue El Extranjero. También amo El Principito, pero como cábala falló.

    Puedo decir que en Chascomús he vivido de las letras, pero dejandolás pintadas en paredes, vidrieras, vehículos de transporte, carteles, automóviles de competición varios de ellos campeones. Que en cuanto me enteré de talleres de literatura fui, sin tener en cuenta que nadie del ambiente considerado en sí propio (Dolina dixit) iría. Un taller que empezó a darse en la Asociación Bancaria y que terminó funcionando en mi casa, fue decisivo. Por primera vez sonó la palabra postmodernismo en Chascomús (¡Un redoble ahí!). Fue decisiva una visita de Néstor Sánchez, el amigo de Cortázar, a comer asado en casa. Ya habíamos creado el MAYA; y desempolvado y expuesto poemas a víctimas de la dictadura. (¡Un médico a la derecha!). Estábamos vivos. ¡Pero cómo no!... si la dictadura genocida había pasado y Raúl Alfonsín era presidente de la república. Hicimos circular La Silla Tibia. Me encargué del taller literario del MAYA durante cuatro años. Celeste Diéguez ganó la medalla de oro en poesía y un viaje a España. ¡Ole! Hasta sucedió que vinieran dos chicos de Maipú que se colaban en el tren de venida y de vuelta… ¿Oíste, Marechal? ¡Qué hermoso! Qué caradura o qué falta de otras cosas, ¿no? Creo que ilustrar con esto me evita describir lo otro. ¿Me lo aceptás? Chascomús desconoce a Juan Antonio Vasco que está enterrado acá, y venera a Baldomero Fernández Moreno que está enterrado allá. Quise dar vuelta eso pues de otro modo no va a suceder. ¿Se podrá?

    Sí se puede. Aunque me suene horrible que sea posible la cosa imposible. Aunque los jóvenes más capaces e inquietos se nos sigan yendo a las metrópolis y se vea eso como  éxito, algunos envejecidos quedamos o vienen de tanto en tanto. Como que la SADECH sigue andando y este año organiza la sexta o séptima feria del libro en Chascomús; se siguen publicando libros aunque ya no se sepa para qué; funcan dos o tres talleres y de tanto en tanto alguien de acá lee algo que me gusta. He tratado de molestar poco con mis opiniones y eso me envolvió en una mala fama persistente, tan persistente que un día comenzarán a considerarla sólo fama. Aquí, mi único libro exitoso es uno que apareció bajo nombre de otro. ¡Con decirte que al taller donde concurro, frente a mi casa, lo denominaron ‘Impulso foráneo’!

    Una vez me convencí que me habían dejado desocupado para siempre, hundido en esa mi condición soñada, me dediqué a un montón de actividades pero, lamento informarte, ninguna de ellas remunerada. No importa; en nuestra comunidad siempre aparece alguien que sufraga cobrando.

   Un día (nomás unas horas) ¿podré darme el gusto de traerte a Chascomús a vos, a Roberto Malatesta, a Ale Schmidt, a Rubén Vedovaldi, a Juan López, a Jorge Omar Altamirano, a Eduardo D’Anna, a Osvaldo Bossi, a José Emilio Tallarico, a César Cantoni, a Celeste Diéguez, a Celia Fontán, a Ana Emilia Lahitte, a Cynthia Sabat, a Alicia Gallegos, a Emilce Rotondo, a Ketty Alejandrina Lis, a Anahí Lazzaroni, tantos otros y otras, verlos sonreír juntos y hacer oírlos en gran anfiteatro, presentados en voz alta y decir: ¡Estos son mis amigos!?




    -Desde luego, Simón, estaría buenísimo que un festival de poesía en “tu zona de influencia” nos reuniera a los nombrados y a tantos otros y otras, que vos, al principio con Chambers y después solo, fuiste difundiendo en la revista “La Silla Tibia”, la cual mantuviste hasta que fue materialmente imposible. Te propongo que presentes a los lectores de este “diálogo” a través del correo electrónico, aquella propuesta gráfica tuya, artesanal. ¿Cuántas ediciones fueron, durante qué lapso, qué te fue pasando de grato e ingrato mientras la editabas, cómo armabas cada número, qué criterio de selección de textos prevalecía...?


   -En verdad sucedió que el taller de Pablo Ingberg y la creación del MAYA nos movilizaron mucho y en especial a mí, que me había aislado totalmente durante la dictadura y estaba abocado a la finalización de mi nueva casa, conclusiones que coincidieron en un mismo tiempo y me abrieron un amplio panorama de relaciones y actividades. Pablo nos mostró todo tipo de revistas artesanales y alguna de ellas nos decidió a imitarla desde Chascomús. Chambers propuso llamarla ‘El último perro’ pero a mí ya me había picado la imagen de esa silla que permanece tibia en razón de su tarea. Incluso el comprobar la repercusión y posibilidades de LST, hizo que pronto Chambers quedara desplazado por mi dedicación, que suele ser obsesiva. Fui el primero en alejarme del MAYA por diferencias ideológicas y a poco, otro grupo importante me imitó, así que mi casa (justamente diseñada con ambición) pasó a ser por un tiempo, centro de reuniones de los ‘desmayados’, como graciosamente nos calificó una compañera. El mismo taller de Ingberg y algunas propuestas aledañas, funcionaron en casa a falta de un sitio institucional y fue así como nos visitaron algunos escritores desde Buenos Aires, entre ellos Néstor Sánchez.

    La edición de La Silla pasó por una etapa de desarrollo y difusión acelerada (de la que fuiste partícipe), momentos especiales como la ‘previa’ al Vº Centenario de la invasión de América por los europeos, ocasión en que me reintegré al MAYA aportando esa misma inquietud. Fueron años cúlmine. En el ’92 mi situación económica comenzó a declinar y la pendiente se acentuaría. De cualquier modo continué sosteniendo la correspondencia, edición y distribución de La Silla hasta donde pude y lo mejor que pude. Se armaba con un 70 u 80 % de material inédito, a veces recibido escrito a mano y sin corregir, y el resto elegido entre publicaciones recientes. Además agregaba artículos periódicos de mi amigo indigenista, Enrique Marcó del Pont (Rumiñawi, Piki Chaki y otros seudónimos) y los que secundaran mi visión ideológica. El criterio para seleccionar el contenido era sumamente básico: que me gustara y una calidad suficiente. En caso de percibir errores o correcciones necesarias, consultaba al autor y en general, nos poníamos de acuerdo. Ignoro en qué consistió el acierto, pero La Silla, salvo alguna que otra excepción, recibía una notable acogida. Los números llegaron a treinta a lo largo de diez años. Alguna mereció llamarse Yawar Silla, porque me costó sangre publicarla. Varios acontecimientos se precipitaron y no pude sostener el esfuerzo. Pero mi empeño revela que casi todo alrededor de ella, fue grato, reconfortante. Obtuve algún apoyo económico de los mismos amigos de La Silla (por ejemplo, a Alejandrina Ketty Lis debo mucho agradecimiento), la Municipalidad y empresarios locales, no el suficiente como para continuar su edición. Tampoco en el ámbito local La Silla provocó lo que podría haber resultado de su presencia. Mi complicada situación personal ya pesaba demasiado en mi ánimo y había empezado a militar en varios frentes contra el gobierno reaccionario de Menem, Cavallo y compañía.





    -Antes de publicar tu primer libro habías escrito cinco poemarios. Me pregunto si los tenés, si los conservás, si los valorás, y si así fuera, si los publicarías. ¿Escribías prosa antes de 1986? ¿Cómo se fue dando tu producción antes de sacar “Indignación de Noviembre”? Y como tengo mi ejemplar a mi lado, leído por tercera vez en 2005, voy a tu prólogo, a tus palabras prologales, donde es nombrado “Siberia Blues” de Néstor Sánchez. ¿Cómo perdura en vos aquella influencia? “Una vivencia indeseable: 1989”, leo en la mentada introducción, y leo “Ese fantasma, El Año Inútil”. Ampliemos, te propongo. Expláyate.


    -Sí, aunque me desentendí totalmente de ellos, conservo casi todos mis trabajos anteriores al taller con Ingberg. Es que para mí escribir había sido un hobby sin mayor pretensión; de escritor yo tenía apenas mi gusto por la lectura y dos años en una escuelita rural. Rescato algún trabajo aislado, como el poema que dediqué a un amigo asesinado por la policía en 1974, y otros que se refieren a visiones de mi infancia rural. Pero no, no los publicaría. Soy muy crítico de mi pretensión literaria, dada mi falta de estudios y capacitación para semejante tarea. Salvo alguna excepción, demoré cuarenta años en escribir prosa. Considero mi primer relato a ‘El Canto de las Sirenas’, concluido en 1991, y que abre mi primer libro en prosa: ‘Las Malvinas y Otros Sueños’. Han pasado casi treinta años desde entonces y por tanto, lo que mi olfato dice de aquella prosa, de nuevo comienza a provocarme desconfianzas.

    Fue Néstor Sánchez, a raíz de nuestros comentarios sobre su Siberia Blues y Diario de Manhattan, quien nos habló de fragmentación literaria y de una postura distinta frente al impulso de escribir. La posmodernidad era algo novedoso e inquietante entonces. Nos propuso repetir una tarea que él mismo se había impuesto: escribir alguna cosa todos los días a lo largo de un año. Fui el único loco del grupo que lo hizo, y reconozco que resultó un esfuerzo tremendo, lleno de tropezones y remiendos. Porque al aficionado la vida se le atraviesa e interpone a cada rato. Creo que su influencia significó la conciencia perdurable del hecho escritural. Coincidió además, con la decadencia del gobierno de Raúl Alfonsín, el resurgimiento de fantasmas que creímos superados, la conciencia de nuestras limitaciones sociales y de nuestra relación con un mundo cada vez más globalizado.

   1989 fue un año terrible para mí, plagado de vivencias indeseables, de reversiones, pérdidas, frustraciones. El Año Inútil, que es mi fantasma literario, fue el recipiente donde volqué esa amargura y la ironía consiguiente. Sin embargo, de él surgieron mediante un trabajo en el que me empeñé a fondo y en absoluta soledad, seis o siete libros en verso y prosa. Gracias a la entrañable Alicia Gallegos pude publicar algunos poemarios, pero sinceramente, sigo creyendo que me apresuré en hacerlo. Es probable que lo necesitara (no lo dudo) para cortar el cordón que me unía a la experiencia primeriza. Reconozco que el poemario ‘El Momento de Ahogarse’ describe un segundo esfuerzo destinado a sacar la cabeza del agua, dejar atrás la ironía.





   -La trilogía de El Año Inútil, comenzada con “Indignación de Noviembre”, ve su continuación en “Mayo de 1989 o El Humo”, y allí tu Introducción determina que se trata de “otro libro extraído de los borradores de El Año Inútil”. Y llega después la culminación de la trilogía con “Musa Interventora”, dedicado “a la mujer más despreciable de la República Argentina”. Te insto, Simón, a que les trasmitas a los lectores, muchos de ellos extranjeros, qué le pasaba a la República en cuestión. Qué te pasaba y qué nos pasaba en dicha República.


    -Escribí lo que llamo los Borradores del Año Inútil desde fines de Octubre de 1988 hasta Octubre del ’89. A fines del ’88 otras cuestiones me frustraban, además del fracaso del Plan Primavera. Lo grave que nos pasaba, a mi entender, fue la tardía llegada al gobierno (uno de los regalos o lastres que nos dejaba cada dictadura militar) de Raúl Alfonsín, su discurso, sus promesas. Sobre todo tardía porque coincidió con el embate de la ola neoliberal Reagan-Thatcher. Electo Menem en Mayo de un ’89 que ya arde y quema, muchas cosas humean en el horno de la hiperinflación sin dinero. Quién no la vivió ¿puede imaginarse la hiperinflación sin dinero? Menem, un simple oportunista, se subió en Julio, anticipadamente, al tren que venía  marchando en otra dirección. Designada la hija de Álvaro Alsogaray (uno de mis tradicionales detestables) interventora en la empresa pública de teléfonos, para rifar su privatización, el asco se me volvió completo; en María Julia Alsogaray resumo mi desprecio a una sarta de mujeres que luego se hizo cada vez más larga y pútrida, desgraciadamente (y eso que considero a la mujer como el verdadero sujeto protagonista del cambio histórico en los últimos 45 años).

   Ya había sufrido este tipo de cólicos proféticos en el ’62 y en el ’73. Ahora era distinto: dejaba los rastros escriturales de mi desesperación. Aquellos tres primeros poemarios fueron extraídos de los chorreantes borradores sugeridos por Sánchez, y nada parecía suceder por casualidad. Cavallo ministro de economía, Bussi gobernador de Tucumán, Aldo Rico ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, eran porotos comparados a la grosura de lo precedente.

    Finalizado el trabajo sobre esos borradores, tuve dos sueños que debieron ser productores de sendas prosas. Uno se titula ‘La Espadaña’; el otro ‘La Valija’. No fui capaz de escribirlos y es una cuenta pendiente que no me perdono, porque me enredé en pretensiones en lugar de dar cauce a una creatividad que, es evidente, no tengo. Digo en mi descargo, que mi vida particular de entonces no era fácil. Considero anticipatorios a ambos sueños, es decir, que debieron ser escritos y difundidos oportunamente. Mi consuelo es que, de haberlos escrito oportunamente su difusión hubiera resultado del todo utópica. Han quedado en su condición de anécdotas de sobremesa. Luego traté de resolver algún problema ubicando ‘La Valija’ como relato de un sueño propio que en el otro narrara el protagonista de ‘La Espadaña’, pero ni así he podido dedicarme a escribirlos. Ahí están, apagados, juntando moho, volviéndose ellos sí, inútiles. Creo que no me dan las fuerzas con que natura me dotó, para trabajos de enjundia, de largo aliento. Con ellos llegué al borde de mi destino literario.  






     -Trasmitamos a los lectores, Simón, que mientras conveníamos este método de diálogo, me enviaste un texto redactado por vos en tercera persona, sarcástico-biográfico, del que yo he capturado el presentatorio detalle curricular. Transcribo un fragmento: “Por romper las pelotas, adopta progresivamente la acentuación conjugacional en los enclíticos finales, como un tiempo antes lo hiciera José Hernández y hasta el mismísimo Mempo Giardinelli. Esto le impidió ganar numerosísimos concursos literarios en los que, por lo general, no participa. Pero dice que procura la consolidación de un idioma netamente argentino.” ¿Qué otras apreciaciones respecto de tu escritura nos podrías brindar? ¿En qué escritores intuís búsquedas más o menos semejantes a las tuyas? Y extemporáneamente –me hago cargo- algo más: ¿Intentaste incursionar en la dramaturgia o en el guión cinematográfico?


    -Permitime incursionar en el amplio terreno de las decepciones a mi cargo, Rolando, ya que mis respuestas al respecto no saldrán de ese solar. Pasó que observé, no recuerdo a partir de qué antecedente, el modo en que pronunciamos los enclíticos finales, supongo que en razón de ensayar diálogos coloquiales en mis intentos por alcanzar la prosa narrativa. Una frase como: Se quedó mirandolá… permanece enquistada en mi memoria y ha obtenido carácter paradigmático, indesvirtuable. Puse y pongo atención cuando escucho hablar a mis vecinos, a los funcionarios políticos, y al cabo transformé en norma esa acentuación, que es real. Sobre todo porque mostramos poner el peso fonético en la partícula que señala a la persona. Me llama mucho la atención esa singularidad: el acento sobre el lá, el ló, el mé, el lés… También advertir que, al menos hace un tiempo, Giardinelli usaba ese modo en uno de sus cuentos. Más luego paré mientes en que Hernández había cometido la trampita de utilizar ambas acentuaciones, la castiza y la nuestra. Y bueno… tengo una excusa para consolarme: me descalifican a priori por escribir incorrectamente. Siguiendo esa línea, a veces el diálogo coloquial me tienta a imitar otras innovaciones que ya no lo son mucho: yuvia, eya, yegar, güeno. Escribí un cuento (“De regreso al zoológico”) donde a título de muestra gratis, abundé en la transcripción de estos modismos. ¿Porqué en ese cuento?… Porque converso con una víbora y sucede en el futuro. Es como una manera de trasladar, de extrañar de entrada nomás, al lector. Me gusta, pero no lo he repetido. El castellano es un prodigio lingüístico y tienta. Las lenguas criollas, las añadiduras indígenas, los modismos campiranos, todo tienta. Y tiene que dejar de ser tentación para ser asumido como identitario. Después de todo, allá en España se enfrentan a algo bastante similar. Creo que uno de los compromisos de un escritor pasa por mantener vivo su idioma, y muy sujeto a su tiempo y a sus personajes. Uno también es un personaje. Por su lado, la globalización pretende homogeneizar y neutralizar lenguajes. Creo que, como siempre ha sucedido, vamos a seguir creando y manejandonós con dos maneras lingüísticas, la espontánea y la intencional; la del poder y la insurreccional. Recuerdo que al idioma inglés lo hablaban los siervos, que la aristocracia normanda hablaba en francés, y lo mismo sucedía en Rusia: al ruso lo hablaban los mujiks. 

    Sí, hace muchos años, traté de escribir algo parecido al teatro. Muy difícil, muy peliagudo. Creo que di la vuelta y volví adonde había estado; uno no se merece fracasar tanto. Respecto del cine, del lenguaje cinematográfico, tengo por ahí algo sin terminar. También surgió en ocasión de un sueño donde uno que era yo pero que no lo era, tenía la capacidad de moverse en un tiempo distinto al de los demás. Eso le permitía delinquir, atacar, huir sin obstáculos. La única explicación a mano fue que se trataba de la compaginación de dos películas. Por el momento es un relato en ciernes.





     -Ocupaste diversos puestos en entidades sociales. ¿Nos contás de algunas, qué has sido y cómo han resultado esas experiencias? Sos miembro fundador del Círculo de Ajedrez Chascomús en 2005: este novel interrogador que durante sólo unos meses de su juventud jugó varias partidas, mientras aprendía, y después nunca más lo hizo, inquiere: ¿La literatura y el ajedrez contactan entre sí en vos? ¿Tenés detectados a escritores aficionados al ajedrez que te hayan promovido inferir incidencia del ajedrez en parte de sus obras?


    -La cuestión de participar a nivel social comenzó con la creación del MAYA (Movimiento de Artistas y Artesanos de Chascomús) en la primavera democrática. Funcionábamos en estado de asamblea y a veces asumíamos tareas de promoción y difusión. Una escisión en ese movimiento provocó la continuidad y práctica de cierta línea cuasi ideológica, muy unida a la praxis. De resultas, un grupo más nucleado dio lugar a la creación de una agrupación política informal. A pesar de su pequeñez, impulsamos la creación de una comisión de derechos humanos para Chascomús y cuando, a veinte años, por primera vez se conformó aquí una multipartidaria y se memoró entre nosotros el 24 de Marzo, gestamos la Delegación Chascomús de la APDH. Como premio fui su secretario coordinador ad límine. La actuación de una entidad de derechos humanos resultó tan notoria que era convocada a integrar otros organismos participativos. Así me tocó ser secretario del Foro Vecinal de Seguridad, electo durante cuatro períodos consecutivos, y cuando quise retirarme me nombraron tesorero. Desde este otro peldaño también integré el Foro Municipal y el Interforos regional. Todas experiencias enriquecedoras. Pero a la vez (yo había quedado sin trabajo a fines de 1997) integré la CTA local, nuestro pequeño grupo político actuó bajo el rótulo de otras minorías formalizadas en frentes electorales, y al cabo de idas y vueltas siempre esclarecedoras, nos dimos el gusto con otros grupos, de parir un partido vecinal con todas las de la ley que, desde hace años tiene en su haber el principal bloque de concejales municipales. E intacta la esperanza de ocupar el ejecutivo municipal.

    La actividad política (por la que toda persona debiera transitar en serio y alguna vez en la vida, así cuando opina tan alegremente sabe un poco de qué cuernos habla) expande tu visión y comprensión de muchas situaciones sociales y culturales. Con el SUTEBA local, que tanto nos apoyó siempre, pude enseñar ajedrez a niños en ese gremio y en varias escuelas. Lo hice gratuitamente durante cinco años. Mi idea era que no destruyeran al ajedrez en Chascomús en nombre y colofón de algo que se veía venir. Pero al cabo, creo que lo destruyeron exitosamente. El Círculo de Ajedrez fue un intento, no más, durante dos o tres años, de extender hacia arriba lo que se producía por debajo. Vino gente de la provincia, prometió mucho, no cumplió nada. Me ha quedado el dulce, reconfortante recuerdo, de haber trabajado con los chicos.

    El ajedrez es un hobby bastante común a la gente que escribe. Tiene fama de serlo. Lo que el ajedrez enseña viene bien para casi todo. Un buen cuento es comparable a una buena partida. En los últimos años he participado jugando a las damas en torneos de mayores (cantera en donde persisten los mejores jugadores) y he llegado cuatro veces a las finales en Mar del Plata. Cuarto en la provincia es mi mejor clasificación, pero lo principal es haber entendido que las damas no es un simple juego de mesa; que toda actividad es compleja y proclive a la especialización.





     -Fuimos incluidos vos y yo en una Antología –concurso en 1998, impulsado por la Revista del diario “La Nación”, de la ciudad de Buenos Aires, y con el auspicio de la empresa Metrovías, imitando una iniciativa del Metro de París, socializada como volumen en 1999 a través de Ediciones de la Flor, y entre agosto del ’98 y febrero del ’99, difundidos los poemas que iban siendo seleccionados en la Revista y en simultánea en las carteleras de las estaciones de subterráneos- que se tituló “Poesía en el subte”. ¿Recordás otros emprendimientos (hayan prosperado o no) originales en el género poesía? ¿Propondrías alguno? ¿Fantaseaste con ser el antologador de alguna muestra poética o de prosa breve, sus características, su impronta?


     -Fijate que, a pesar de mi antipatía por los concursos, participé en esa iniciativa de ‘Poesía en el Subte’ porque la difusión de las obras seleccionadas era algo prioritario, y por suerte así ocurrió. Recuerdo lo que hicieron un grupo de poetisas neoyorquinas hace unos años: volantear la ciudad con poemas recortados. Con el MAYA incluíamos a la poesía y la narrativa en nuestras mega muestras anuales, material expuesto y lecturas de autores locales. También me he encargado de microprogramas radiales con lectura de poesía en FM locales. Sigo pensando que la radio es el medio casi ideal para difundir literatura; pero sus dueños creen que lo es para difundir publicidad.

     Para Chascomús me gustaría que los poetas del lugar tuvieran ocasión anual de recorrer las aulas del secundario y leer personalmente para los alumnos, y que estos  pudieran, ipso facto, charlar con los autores. Creo que esa actividad debiera ser rutinaria. Una vez fuimos a dos escuelas, y me gustó mucho la experiencia. Pero no pasó de ahí. En los municipios se designa ‘director de cultura’ (un oxímoron) a gente que le interesa un soto la cultura, en especial la literatura, que es pensamiento en libertad.

    No (dios me libre), no se me ha ocurrido ni en sueños meterme con la obra de otros escritores. A vos te constan qué escasas pautas llevaba adelante LST. Ya bastante deliro  tratando de que me cuenten entre ellos.



***



Simón  Esain selecciona en 2013 textos de sus poemarios publicados e inéditos:




De ‘Indignación de Noviembre’



Antorchas a la selva



La inteligencia se nos vuelve garra y llega a borbotar
ácido digestivo utilizado en pruebas externas
Laminados, aprendemos a sobrevolar el panorama
y lanzarnos sobre cualquier presa a la vista como halcones tenaces
golosos, hasta despedazarla en nombre del arte
y después
sus harapos al sol
De tal aprendizaje se trata nuestro presente hambre
Temas obras personajes un hecho cualquiera ofrecible
una escena cualquiera ofrendable
Y otros escapan revelandosé bajo nuestro pico para satisfacción plena
de la furia anidada en la peña matinal adonde la bruma desfila
Y lo demás importa menos se convierta en hierba lejana o polvo expeditivo
Haremos nueva desproporción nueva caza nueva rapiña desde lo alto
desde lejos. Nos perfeccionaremos nos afilaremos
Nuestro corazón funcionará al compás de los desgarrones en la piel abajo
Interiorizada. Fotografiada. Y si el ensañamiento se dispara se exacerba
las garras se dispararán tras él las alas multiplicarán su ritmo

El paisaje se tiñe de rojo dos veces al día y nos halaga
Gotea sangre de nuestros bolsillos interiores
¿Por qué pensar en las flores nos da asco?
¿Por qué nos da asco pensar en caricias?
¿Por qué nos subleva esta fragilidad?
¿Por qué tomamos por cobardía los gestos o la falta de gestos?
No importa y no espanta. El otro lado es la salud
Adelante. Es lo que significa
Tanta desatención

 


*



De ‘Mayo de 1989 (o El Humo)’



La perspectiva



este es el anochecer del día que pasó por su puerta
este es el silencio que flota sobre el rumor de lo que dijo
esta es la cama donde su hija duerme traslúcida bajo el rostro querido
aquí la iluminación que su mano encendida que apagará para dormirse
la fiebre descansa
este es el rincón donde queda quieto su paso más reciente y lúcido
que también suena a quieto y confundido
estos son los libros que lentamente olvida
este el olvido es la música que suena cada vez más lenta
ahí está la mismidad de la calle por donde pasó una vez
y vio el lugar deshabitado
es este el mismo lugar donde depositó sus afanes y amuró su desesperación
es ese el pavoroso paladar del cielo que lo vio sudar que todo lo devora
sin relámpagos y sin relamerse
los gorriones que se duermen junto a la ventana son los que anunciarán el día siguiente
mañana es el día que todo lo complica adonde todo llega y espera
mezclado al efecto sin pasado al efecto sin sentido y sin la rabia justa
que el hoy no alcanza a transmitirle por causa de la perspectiva
esta es la perspectiva
esta es la perspectiva
esta es la perspectiva




   *
De ‘Musa Interventora’



A eso de las 5 de la mañana me sobresalta
sentir que dormimos profundamente
Al despertar mi pesadilla es saber que todos seguimos durmiendo
Oh, Musa Interventora de los Sueños
que atravesás las realidades en tu helicóptero
y alquilás auténticas orquestas tropicales pagandolés por adelantado
Mantenerme despierto para verte sin maquillaje no tiene gracia
ya lo hacía a la salida de los bailes cuando teníamos la misma edad
Los taxis ronroneaban hasta detenerse ante tus zapatos y pantuflas doradas
y ahí debo bajarme del domingo
Todavía no han barrido de cenizas las alfombras
y la luz café con leche se agrisa
en el interior de las grandes tazas y oficinas

Camino por Moreno hasta Saavedra y doblo hacia Rivadavia
Voy desde uno de tus tacones hasta la puntera del otro zapato
alejado cinco o seis cuadras
Y para ocultar mi condición no alzo
la vista hacia la profundidad de tu lencería en la aurora
como antes no lo hacía para medir el Kavanagh
Vos estás buscando la misma Plaza para acuclillarte y orinar

y salir orinando en la fotografía
Y a mí neocabecita blanco
me avergüenza meterme al bar
a volcar un desayuno en mi sollozo  



*




De ‘El momento de ahogarse’



CASETE TRISTE I


tendremos que fabricar nuestra primavera con cuatro cartones
el recuerdo estadístico no duele
por lo tanto no crece por sí mismo
para sorprendernos su desagrado requiere
de nuevas estadísticas más completas cada vez
uno puede ser ingresado a un hospital para
un aumento en su pena o egresar
con una bufanda al cuello en estado satisfactorio
quedará registrado

pero hoy /  sobre los cañaverales
ha brotado la primera luna llena de primavera
nada es real bajo el ciruelo florecido
ni estando a su lado
y más allá tampoco
mi dolor no era dolor real
mi dolor no era dolor tampoco abajo
entre mis pies
nada es real bajo el ciruelo
ni siquiera la sombra de sus flores

ha brotado la primera luna llena de primavera
por sobre las vainas que se desnudaban en la pared
no hay dolor pero sí nostalgia en los tajos
la paz lunar tajeada se derrama en mi interior
y transforma mis certezas en agua fría sana

está amaneciendo
¿quién registra el no-dolor?
donde sentía ardor siento nostalgia
y mi ansiedad se corre un puesto en el banco
porque la sensación es idéntica a estar amaneciendo
guardando un turno en la sala de espera del hospital
y hubiera sol
y programas conocidos
bajo las tapas de las computadoras

luna quiero nostalgia maná de lo que desaparece
quiero que levantés esa comodidad flotante
desde los cajones llenos de sangre
tirados al río




*



De ‘U.S.Me (Paraíso del acobardado)’




Despedida de los balnearios



¿Marzo ha vuelto de su viaje?
soplan cantidades del Este en la bolsa oscura
asomarse al patio es como asomarse a la vieja playa de San Clemente
en la hora de partir

cielo polvoriento
el polen solar enturbia la frescura de la arena mojada
en la melancolía soportable, estirada, desprejuiciada
se sacuden las fachadas acústicas
todavía anudado a ellas el insomnio de la última noche
¿1970?  /  ¿2001?
¿Abril?


la luz cae sin compadecerse de los cuadros
todo se presiente en soledad
hasta lo hundido
en un futuro lleno de turnos repetibles
cráteres de horas de antigüedad
producto de la caída
de pasados instantáneos



de paraísos artificiales  /  tiempo
hoy
        o lo que hoy sea
                                    no puede ser
                                    nunca ha sido

                                                              otra cosa                                             









De ‘Tótem (La mirada de Ulysses)’




   103             19 de Diciembre



                       volví de la ronda
                       son las 03:00 de la madrugada
                       sigue  el  calor
                       he oído la campana del Cabildo a través de la radio

                       a cada rato suben gorgoteos de agua al tanque sediento
                       me  hacen  presentir  un  grupo  de  sombras
                       ¿han  doblado  mi  esquina?


                       estoy desvelado acosado por los mosquitos
                       pero así y todo aguantaré
                       hasta las 05:00 por lo menos








Ciudades de Chascomús y Buenos Aires, distantes entre sí en unos 120 kilómetros, S. E. y R. R., 2013.




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