sábado, 21 de octubre de 2017

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Octubre de 2017



CUANDO MÁS OSCURA PARECE LA NOCHE…

            Luego de treinta años de trabajo, Jorge y yo, nos acogimos a Jubilación. Él inició actividades comerciales y pronto le perdí el rastro. Yo, continué labores semejantes a mi quehacer anterior por un tiempo prolongado.
            Una tarde del verano pasado, casi al llegar la noche, lo encontré paseando por la Avenida Perú. Luego de un efusivo saludo, lo invité a conversar en el Restaurante Chez Gerald. Un trago llamó a otro y así, nos dio la media noche.
            -Jorge, ¿Hace cuántos años que no nos vemos?
            -Diez o doce años -respondió.
            -Tu esposa e hijos ¿Cómo están?
            -Sí, estamos bien. Radicados en Limache, los niños ya están casados. Con Virginia ocupamos la casa que construimos en una parcela en el sector de “Quebrada Escobares”.
            -¿Y tú? - me interroga a su vez.
            -Bueno - Como recordarás, me dediqué a la Administración de Edificios. Luego de 14 años y cumplir 65 de edad, me retiré definitivamente a los cuarteles de invierno. Pero, por favor, ¿cuéntame como llegaste a esa parcela y qué haces en ella?  
            -Mira -partió diciendo- Luego de retirarnos me dediqué a los negocios. Un amigo que ya tenía montada una pequeña ferretería, me conversó que necesitaba un socio que aportara un capital, similar con que él contaba en ese momento. Voy contigo, le dije, y me puse con $15.000.000. La idea era ampliar el local y acrecentar las ventas con nuevos productos.
            Nos turnábamos para controlar las ventas. Abría a las 08.30 –“ A quién madruga, Dios le ayuda” – yo pensaba. A las 14.30hrs., me retiraba, y él se hacía cargo del negocio.
            Como no tenía experiencia, y siendo amigo de muchos años, confié en él. Me mostró los planos de ampliación y las órdenes de compra para surtir el local. Pasó un mes y dos y tres y no pasaba nada. Cansado, le exigí que apurara el asunto. Al lunes siguiente, no vino a cumplir su turno, debí quedarme. Le llamé por teléfono, nadie contestó. Fui a su casa, estaba vacía. Según el vecindario se había cambiado el día viernes.
            El martes, se hizo presente el Síndico de Quiebras y remataron el negocio. Debí pagar más de un millón de pesos en multas y Trámites Judiciales. De mi amigo, nunca más supe de él. -En fin- pensé - los negocios son así.
            Desilusionado y disponiendo aún de una pequeña cantidad de dinero y de mi sueldo, nos radicamos en Limache. Un día, paseábamos con Virginia por el sector de “Quebrada Escobares”. Un sitio agreste y enmarañado me llamó la atención, en mi mente, en forma clarividente, se proyectó una casa rodeada de árboles justo en la ladera del “Cerro Negro”. Le comenté a Virginia mi idea y también a los hijos. Forjé un proyecto: “Plantar paltos y exportar”. Virginia, reticente, me recordó muchas veces el fracaso de mi anterior negocio. No creía que ello fuera factible, pues no había nada, sólo matorrales y una pendiente de más o menos 12 grados. Pero cada noche, en mi imaginación, fui madurando el tema; hasta que un día, decidido, ubiqué al propietario, con cara de asombro, éste dijo que  me vendería 15 mil metros cuadrados, pero él no haría ningún trámite. Yo debería hacerlos. Me pidió $10.500.000, quedamos finalmente en $9.000.000. Firmamos las escrituras luego de seis meses de trámite. Postulé con mi proyecto al FONDAP: “Producción y Exportación de Paltas”. Al año siguiente salió aprobado, con un crédito de $30.000.000, para empezar.
            La familia se trasladó a Viña del Mar y yo me construí, en el terreno, una mediagua; sin agua, sin luz eléctrica, sin servicio higiénico. Contraté una máquina retroexcavadora, luego de 15 horas de máquina, el terreno quedó despejado. 15 horas más, tres andenes de 5.000 metros cuadrados cada uno, el campo quedó listo para la plantación. En la parte superior se construyó la casa que hoy ocupamos, se procedió al cercado del terreno, perforé tres pozos para agua a 12-15 y 18 metros de profundidad; reportando cada uno 8 metros cúbicos diarios. Instalamos riego Tecnificado por Goteo, y se plantaron 120 paltos Hass. En tanto, llegó la luz eléctrica y se construyó un pozo sanitario en espera del alcantarillado. En esta faena pasé 19 meses.
            Trabajé de sol a sol. El primer invierno fue terrible, las profusas lluvias arrasaron con los terraplenes y la parte baja se convirtió en una laguna. Pala en mano, bajo la intensa lluvia, traté de controlar la devastación. La casa perdió la fundación y debió ser reconstruida. Pasado el invierno, construí, muros de contención en la perimetría de los terraplenes y canalas conductoras de agua, se repusieron 48 paltos y 300 metros de tubería por goteo.
            La lucha con la naturaleza fue profunda. El primer verano, con balde regaba cada arbolito y reponía los cercos. Los dineros empezaron a faltar, vendí el auto, las joyas de Virginia y cada cosa que reportara algún recurso. Ya no podía viajar a Viña, me quedé meses enteros en la mediagua. Tenía dos perros, un día por  hambre me abandonaron.
            Un fin de semana vino Virginia con mis hijos que congelaron la Universidad. Al verme con ojotas de goma que me había fabricado, una barba de un mes, sin baño y sucio, casi llegaron a las lágrimas. Me rogaron que dejara todo ahí y que volviera con ellos a la ciudad, que no faltaría con qué vivir. Me negué. Se me apodó “El loco Jorge”. Bajaba una vez al mes a Limache, adquiría algunos víveres y volvía a mi rutina. Pasaron dos años, las fuerzas me faltaban, mal alimentado y sin dinero quise dejar finalmente todo a la suerte.
            Quise ponerme zapatos, éstos se negaron a entrar, los pies estaban hinchados, partidos y curtidos por la falta de aseo. Me senté en la carretilla y lloré como nunca lo había hecho. ¡El fracaso, otra vez, golpeaba mi destino! Puse candado y decidido, emprendí el regreso al mundo de los vivos. Estaba próximo al camino Troncal donde tomaría el bus a Viña. En el suelo, encontré una revista, el viento corría sus páginas y se detuvo justo cuando yo pasaba, en un título que decía: “CUANDO MAS OSCURA PARECE LA NOCHE, MAS CERCA ESTA LA LUZ DEL AMANECER”. Me pareció un mensaje del cielo, volví a leer y releer diez veces el escrito. Me volví a mi cabaña, recorté las letras y las pegué en el cielo de la mediagua justo en mi cabecera. Al acostarme, el mensaje estaba ahí: “CUANDO MAS OSCURA PARECE LA NOCHE, MAS CERCA ESTA LA LUZ DEL AMANECER”.
            Jorge se detuvo en su relato, la transpiración corría por su rostro, tembloroso por el recuerdo de lo vivido, sorbió su trago, volvió a fijar la vista en la lejanía y continuó:
            -He  dividido mi vida en un antes y en un después de ese encuentro con el mensaje. No creía en Dios; pero, ese acontecimiento cambió la concepción de mi existencia y del poder que ejerce en el destino de los hombres. Hoy profeso culto a lo divino y trato de vivirlo y expresarlo a quien quiera escucharme. Días después llegó Virginia muy nerviosa a contarme que había fallecido el Tío Hugo y que éste le había testado una gruesa suma de dinero que ella  ponía en mis manos. Todo empezó a mejorar, pude contratar un ayudante.
            Habían pasado cinco años, los árboles, con el cuidado hasta mis últimas fuerzas consumidas empezaron a producir. El sexto año fue maravilloso, logré exportar 10.000 kilos de paltas Hass. Hoy estoy en los 15 mil y el próximo año espero llegar a los 20.000.
            Te puedo decir que la lucha con la naturaleza fue ardua; pero ésta, al fin, cedió a mi tesón y hoy con Virginia y los niños ya casados, nos reunimos los fines de semana en esa casa que un día soñé rodeada de árboles y de flores…
            Terminó su relato, se levantó, me dio un abrazo, se bebió el resto de su tercer trago, tomó su camioneta Ford 4x4 y se perdió en la bruma de la noche.
            Quedé un largo rato silencioso, recordando cada palabra de su relato y me dije: -¡He ahí, mi amigo Jorge!

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