viernes, 22 de octubre de 2021

Analía Pascaner-Argentina/Octubre de 2021

 

Una sola palabra

 

 

El sol la encuentra meciéndose suavemente, una dulce sonrisa ilumina su rostro. Mágicamente regresa a su niñez, época de oro en que sólo a ella se le permitía hamacarse en la mecedora de esterilla de la abuela. Cuánto la complacía esa mujer de cabellos plateados, mirada tierna, voz cadenciosa y manos repletas de caricias y galletas recién horneadas.

La cirugía fue sencilla, ella está animada y aprovecha para disfrutar de un descanso en esa habitación confortable.

Se abre la puerta y entra él.

Disfruta de la compañía de este hombre de edad mediana, impecable chaquetilla blanca, cuerpo atlético, aire seductor, con algunas canas que lo muestran más interesante aún.

Se saludan afablemente, charlan unos minutos. Él pregunta donde está el informe. Ella señala una mesa y aguarda despreocupada, se mece suavemente y piensa en su niñez.

Manos pulcras abren un sobre cuidadosamente cerrado. Sus ojos quedan fijos demasiado tiempo, su mirada clavada en el papel.

La joven mujer sigue balanceándose y otra vez es pequeña. Rememora la suavidad de las caricias, la ternura de la mirada, el aroma de las galletas, escucha a su abuela llamándola por su nombre.

La voz del médico la trae a la realidad, le dará el alta y retomará su vida habitual. Sin embargo algo extraño sucede: él juguetea nerviosamente con ese pequeño papel, no la mira siquiera cuando habla. Muchas frases salen de su boca sin que ella logre entenderlas, entonces cierta palabra la alerta y empieza a comprender que algo terrible sucede.

El sillón se detiene, se arrima hacia delante y de modo casi inaudible formula una pregunta, la que nunca hubiera querido realizar, de la cual nunca hubiera querido escuchar la respuesta. Sus miradas se cruzan por primera vez desde que él buscara el sobre cerrado. Recibe la certera flecha confirmando sus dudas y luego no escucha nada más.

Él sigue hablando con voz temblorosa aunque ella ya no oye esas palabras, sólo percibe gritos aturdiendo su mente, dagas desgarrando su alma, latigazos desmenuzando sus sueños.

Se siente perturbada. Esa noticia acaba de matarla.

Su juventud, sus hijos pequeños, sus seres amados, sus ilusiones… Su vida destruida por el zarpazo de una sola palabra, una mala palabra, irrepetible, innombrable, devastadora.

El médico se acerca para saludarla, menciona algo de las curaciones y por fin se va.

Sí… por fin se va… Ella sigue con sus ojos húmedos a ese insignificante ser, encorvado, canoso, desaliñado, arrastrando sus pies al caminar.

Vuelve a recostarse en la mecedora, ya en la protección de la soledad. Sus sentimientos la desbordan, sus pensamientos se descontrolan. Se balancea nuevamente aunque ya no piensa en su niñez, la realidad la sacudió con una decisión asesina.

De pronto se siente débil, cansada. Intenta ordenar sus ideas, quisiera saber cómo actuar. ¿Para qué esperar el momento del fin, con todo el deterioro que conlleva, si el destino ya firmó su sentencia?

El dolor lacera sus entrañas. Tembló el piso y todo cayó a su alrededor.

El sillón se mece con suave cadencia. Su mirada se pierde en algún recoveco de su niñez, anhela regresar allí y dormirse protegida por los brazos de su abuela, sin pensar en nada más.

El sol acaricia un rostro sereno, empapado en lágrimas, mientras se enciende una tenue luz en su corazón.

Tal vez es la angustia que acrecienta su fortaleza.

O quizá es la certeza que al fin pronto todo terminará.

 

1 comentario:

Analía Pascaner dijo...

Muchas gracias por publicar mi cuento, Graciela. Un gusto integrar las páginas de Literarte.
Mi abrazo y mis mejores deseos siempre
Analía