lunes, 21 de abril de 2025

Nilda Bernárdez-Argentina/Abril 2025


 

DE MERITOS Y DE ESTATUAS

 

El abuelo y su nieto  venían caminando y charlando con animación por la calle de aquel pueblo que luchaba denodadamente por recibirse de ciudad.

El doctor Ramírez, tuvo que detenerse varias veces en el trayecto para corresponder  a los saludos de tanta gente que se alegraba sinceramente al verlo. Desde la muerte de su esposa casi no salía de su casona ubicada en la periferia. Lo hacía únicamente por motivos importantes y siempre que tuviera alguien que lo acompañara. En esta oportunidad fue por su nieto menor, el de diez años, quien estuvo a su lado en un acto solemne en el hospital del pueblo, el mismo que cuarenta años atrás, una pareja de jóvenes médicos, él y su esposa, inauguraron, cuando el gobierno se avino a construir uno para acallar los reclamos de la zona noroeste de la provincia, después del azote de la fiebre hemorrágica. En realidad fue una excusa  a la que echaron mano las autoridades políticas del momento para desplazarlo de la posible dirección de un importante instituto de investigación de la Capital. El motivo, haber hecho estudios con el profesor Magnoni, decidido crítico de la oposición, lo cual era cierto, pero su participación personal no había sido tal como para justificar la medida. Sin embargo, la acató sin queja. Sabía bien como se manejaban las cosas en ese momento y prefirió el desafío a su vocación y a todos los principios con los que había actuado desde la infancia.

Pese a las promesas y propaganda del gobierno, el hospital con el que se encontró el Dr. Ramírez, era sumamente precario. A fuerza de insistencia, de largas “amansadoras” ante los despachos de varios funcionarios, desplantes de todo tipo y a todos los niveles, fue logrando cada año agregar servicios, aumentar el número de   camas, conseguir equipos más modernos. No quedó amigo con alguna solvencia económica que se salvara de sus clásicos mangazos. Él personalmente organizaba rifas y festivales entre la gente de campo, algunos bastante pudientes y escondedores para recaudar fondos destinados a ampliaciones y becas para especializaciones del personal. Así pasaron cuarenta años. Un buen día le comunicaron que debía jubilarse, la medida se había ido dilatando en mérito y reconocimiento a  los importantes servicios prestados al hospital.

Llegó el nuevo director y con él, nuevas reglas, nuevos modos y también nuevos benefactores.

Entre ellos la viuda de don Octavio González Herrera, que con gesto agrio decretó “Este hospital es un asco”. A la semana apareció una invasión de pintores y decoradores que al cabo de dos meses dejaron el edificio como  para estrenar.

Precisamente para inaugurar las reformas se había organizado un acto, al que fue invitado ¿y cómo no? el Dr. Ramírez. De paso la viuda del hacendado, descubriría una estatua del difunto, en cuyo nombre había hecho la importante donación.

 

 

Frente al portón de la casa mientras el viejo doctor  buscaba en sus bolsillos la llave del candado, el nieto se le plantó delante y le preguntó

¿Y a vos abuelo, por qué no te hicieron una estatua?

Porque yo no la necesito, hijo, no la necesito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente!! Ironía a las políticas de los que sólo hacen muy poco y pretenden monumentos. Muy buena la mirada de la escritora con la elección del tema.