La Distinción
«Lo sé bien, he sido elegido y debo sentirme orgulloso de tan magnífica distinción. Fui el único en mi aldea, por mi porte y buen aspecto. ¡Nunca pensé que mi belleza pudiese traerme tanta desgracia! Quizás dudo porque había soñado otro destino para mi vida: casarme con Chio, festejar en la aldea con abundante comida y bebida, tener hijos...
Mas, ¿quién es este miserable esclavo para torcer los designios de los Dioses?
La escena permanece en mi mente, los padres exhibían a sus hijos más sanos y bellos; niños y niñas por igual formábamos una larga hilera, ataviados con trajes blancos, ornamentados con plumas y bordados; mi madre trabajó cerca de dos años en el mío. El sacerdote revisó a cada uno con mirada escrutadora, dio vueltas en torno a la “carne humana”. Repentinamente, se devolvió con seguridad me ungió la frente y encasquetó una corona. De reojo vi acrecer a mis padres ante el resto de la aldea.
A Chio no la presentaron y me extrañó, pues era la niña más bella de todas; supongo que sus padres pensaron que toda la gloria y el bienestar que recibirían no compensaba su ausencia.
Contrario a lo esperado, esto que viviré y constituye un honor, y me hace ser envidiado por muchos, para mi es la perdición. Si fueran dudas sobre mi destino, podría resolverlas, pero, eso no existe, ya sé cual es. En mi fuero más íntimo desearía haber sido rechazado, no tener gloría ni distinción ni padres ufanos de mí y estar con ellos en la aldea...
¿Soy un esclavo desagradecido?, ¡tengo a mi disposición una mesa colmada de manjares, que en mi modesta vida jamás habría probado! ¡Desde que llegué a la pétrea construcción dos sirvientas me han atendido, bañado y perfumado!
Este transito dura seis días... hoy se cumple mi plazo.»
―Mi señor, ¿has sido bien tratado? ¿Deseas algo más que te podamos brindar?― me preguntaron los escoltas. Con gestos asentí a la primera pregunta y negué a la segunda; no quise hablar, mi voz podía delatar mis inquietudes.
―Te traemos la bebida para preparar tu ingreso al mundo de los Dioses. ¡Se bien recibido!―. Al decir esto me extendieron un tiesto.
―Gracias―, logré pronunciar con voz ronca. Tomé el pequeño cántaro y bebí el contenido de un solo trago. Comenzó su efecto, me parecía estar en el aire, me subieron en una angarilla por unas escaleras.
―Ahora este―. Dijo alguien indicándome a mí.
Desnudo, sobre una fría piedra plana, creí ver luces alrededor, ¡todo era tan irreal! ¡No sabía si estaba despierto o soñando! ¡De pronto! una rara sensación, ¡un liquido caliente chorreando por mi pecho! ¡Sentí como si mi cuerpo y espíritu se hubiesen separado! Desde arriba pude apreciar la zona superior de la construcción, de forma circular, y mi cadáver con el pecho abierto y vacío, en una mesa de sacrificios. La noche alumbrada con antorchas, y en el hombre que me había quitado el corazón reconocí a quién me había ungido en la aldea.
2 comentarios:
Loreto, un relato distinto, traído desde otras épocas pero con la visión de un hoy, que se asemeja. Invita a la reflexión. Un saludo de,
De que entraña de tu cuerpo has extraido el alimento que consolidose en cuento hermano chileno?
Abel Espil.
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