sábado, 22 de enero de 2011

Marcos Polero Vélez-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2011

EL CREADOR


Él, el que quiso ser creador, se preparó según las antiguas reglas arcanas. Purificó su espíritu con las hierbas sagradas que debió procurarse a través del monje Onn, aquel que vive en la cima del cerro Argú. El ermitaño le enseñó las oraciones del ritual y le advirtió los peligros: estaba a punto de pasar el umbral desde donde nunca se  vuelve. En la noche indicada podría convertirse en un dios hacedor de vida. Él lo había querido desde siempre. Ya su estirpe estaba destinada a esos trabajos. Tenía la borrosa pero fehaciente noción de haber sentido el llamado de sus antepasados en noches de insomnio y silencio.
Prestó atención a la cábala y debió acudir a la vieja bruja Elú, que todo lo sabía. Obtuvo de ella las claves secretas, sobornándola con riquezas terrenales que  poseía en abundancia. Sin embargo, la pitonisa no recibió del éter los mejores augurios. Él le agradeció pero no quiso escucharla. —Haz tu trabajo —le dijo —no te he pedido vaticinios. Tengo el poder para conjurarlos. Sé de mi sino augusto y predestinado a la gloria. Sé de enemigos que elucubran oscuras profecías para detenerme. No temo al enfrentamiento. Aquí va mi desafío al destino lapidario.
Varios años atrás había conseguido los tres libros de la Onarixá, le habían costado sangre y oro. Para la tarea debió contratar a dos sicarios de la casta de Emión y luego matarlos impregnando con el veneno sagrado las monedas doradas de su paga. Nadie debía saber que él poseía la sabiduría del Ohll, por eso no le importaba el oráculo,  estaba por encima de las sombras impersonales del mundo y su averno.
Descifró los textos sagrados onarixanos, como se ha llegado a saber: El Omus, el de las almas y el paso al inframundo de los arcanos; El Yomus, el de los métodos de apaciguamiento a los monstruos abominables que cuidan las puertas del hacimodo y el Hacimus, el que invoca, en el rito muimus, a los elementos que elevan las oscuridades de la muerte y la vida. A todos los había estudiado. Cada signo lo había traducido al sánscrito y lo tenía grabado en su mente y en su alma. Cada gesto ritual, cada segundo, cada pausa estaban impresos en su memoria.
Era el año doceavo desde la concordancia de las dos constelaciones predestinadas, cuando la casa de Orión, o Veshú, como era nombrada por los primigenios, coincidía con la estrella Veluí. Era justamente esa noche.
                                                                                                                         
Se acostó, con la mortaja ceremonial, en la tumba de piedra. Soñó, después de haber bebido la poción sagrada de onoiiim. Vislumbró cada órgano de aquel portentoso animal que iba a parir. El gran caparazón, las garras de rapiña y la gran cabeza dentada e inteligente del Rolipnnann sagrado que sería su hijo. Aquel debía cruzar los abismos para irrumpir en la tierra. Sembraría el terror con las garras al aire, las alas desplegadas,  sus imponentes columnas de dientes filosos y el telliz  inexpugnable. Con sus zarpas desgarraría las tripas de los nativos horrorizados para comerlos con sus fauces colmilludas. Ellos, temerosos hasta el paroxismo lo llamarían Axuu, con el respeto y la adoración del terror, rindiéndole sacrificios de idolatría, y a través de él a su creador, su dios padre omnipotente.   
Todo marchaba con perfección cronológica. Las partes se ensamblaban mágicamente, ya podía apreciarlo, el hermoso caparacho verdeamarronado, los enormes ojos indolentes y las tres filas de enormes incisivos capaces cortar la carne con facilidad, hasta que un búho de la noche se fue a posar sobre la cabecera de la tumba sagrada, rompiendo los pasos del ritual. El animal fabuloso se desmembró ante la mirada impotente de su invocador. Cada parte tomó una dirección distinta de acuerdo a la naturaleza que le había tocado en suerte. Por un lado, de las alas y las garras se formó un pico rapaz y un ave salió volando; la boca dentuda cayó al mar y agregó a su cuerpo pisciforme, aletas y cola para sobrevivir en el agua y el enorme caparazón también se dotó de fuertes patas para andar por la tierra y una cabeza para  guiarla. Él no volvió a despertarse de su sueño fallido y habitó su tumba para siempre jamás.

1 comentario:

abel dijo...

Sorprende el ritmo de escritura que has adquirido.
Aún más, tu incorporación al cuento del mundo mágico,¿o real? y ficción,con un estilo de ágil lectura y fácil comprensión.
En conclusión, nos determina el desarrollo literario por vos efectuado, provocado por el fragor del trabajo que no te abandona.
Mis respetos.
Abel Espil