sábado, 22 de enero de 2011

Miriam Brandan-Los Ángeles, California, EEUU/Enero de 2011

EL PIANISTA
Ella estaba parada en una esquina esperando junto a una  pequeña multitud  para cruzar la avenida.
Llevaba las manos tensas por el peso de las bolsas que había ido acumulando negocio tras negocio a lo largo de la mañana,  en un intento caro e inútil por calmar la ansiedad que desde hacia tiempo, le oprimía el pecho.
Lo extrañaba, y  aunque no lo reconociera ante ella misma, salía a la calle cada vez que tenia la oportunidad con la sola esperanza de  encontrarlo.
 Trataba de verse bien por si se cruzaba con el, o por si el la viera sin que ella lo notara.
Semanas atrás, caminaba sin poner  atención a las personas que pasaban a su lado, solo andaba entre los demás, pero ahora buscaba sus ojos entre el mar de ojos que se arremolinaba a su alrededor.
 Llego al otro lado de la avenida  y pensó: “donde estas?”.
Comenzaba a lloviznar y entro a un bar que se encontraba lleno de otros  que como ella, buscaban algo del calor que pudiera ofrecerles una taza de café caliente.
Frente a una ventana quedo vacía una mesa que ella ocupo y despacio tomo el café mientras miraba a través  del vidrio empañado como la llovizna se transformaba en lluvia y como en la vereda los bultos negros se apuraban escapando del aguacero.
Lo buscaba, sabiendo que no era probable, sabiendo que en la inmensa ciudad era casi imposible  encontrarlo  así, de casualidad, pero lo buscaba porque al hacerlo le daba algo de calma a la zozobra  que crecía dentro de su ser, como un virus que amenazaba con invadirla completamente impidiéndole continuar viviendo del lado de la cordura.
Termino el café y se quedo acurrucada oyendo las voces, los ruidos, las risas, la lluvia, todo mezclado en un murmullo.
Salió del bar y corrió bajo los chorreantes toldos de lona, apostados uno al lado de otro ininterrumpidamente a lo largo de la vereda ancha y gris.  Busco con la mirada un taxi y una cuadra mas adelante se apuro aun mas para tomar uno que se detuvo a dejar a un pasajero.
En medio de la lluvia y con las manos llenas de bolsas tomo el taxi y se alejo de los negocios, la  gente y el ruido.
“Donde estas?” se preguntaba mientras miraba por la ventanilla del taxi buscándolo entre los bultos oscuros que corrían empapados.   “Donde estas?, pensaras en mi alguna vez?, algún instante de tu tiempo será mío?”.

No había cruzado palabra alguna con el, pero había estado como hipnotizada desde la primera vez que lo había oído tocar el piano en el departamento de arriba.
Cada mañana,  a eso  de las 10, la melodía del Nocturno No.2 de Chopin se filtraba por la ventana y la  hacia  flotar en un mar de sueños.
Se sentía en paz al escucharlo y se adormecía junto al ventanal  mientras el sol y la música lo inundaban todo: su casa, su vida, su alma.
Por varias semanas solo lo había escuchado tocar y si bien no lo conocía,  lo había imaginado.   Seguramente  llevaba el cabello desordenado y oscuro, tal vez una barba de varios días le sombreaba la cara y tenía  una mirada que  transmitía la misma paz que su música, una paz que ella anhelaba y que no tenía.
Una tarde se cruzo con un hombre en la entrada del ascensor,  y al verlo,  supo de inmediato que era el.  Entro a su casa con  el corazón latiéndole alocadamente;  Era el, por fin lo había visto… o casi visto, ya que en el ascensor,  ella solo había alzado levemente la vista  para marcar su piso en el tablero  y  entonces el  la había  saludado  haciendo  una pequeña inclinación con la  cabeza.
Los días transcurrieron lentamente y ella no volvió a verlo, aunque continuaba escuchándolo tocar cada mañana, sentada junto al ventanal.
Le hubiera gustado encontrarlo  nuevamente y decirle algo: “hola” o  “te escucho tocar todos los días… y me encanta”,  pero sabia que aunque lo encontrara no tendría siquiera la valentía de mirarlo a los ojos por temor a que los suyos la pusieran en evidencia.
Una mañana,  vio en la vereda un cartel de “se alquila” y por simple curiosidad le pregunto al portero cual era el departamento vacio; Cuando el le dijo que el muchacho del  “5C”, el pianista, se había ido ella sintió un vacio en el estomago, similar al que  se siente ante la perdida irreparable de ese alguien de quien uno se sostiene para poder andar.
Durante unas pocas semanas y con solo oírlo tocar, el se había convertido  en un oasis dentro de su monótona y casi desértica vida.
Al principio espero verlo, tal vez si algo se le hubiese quedado olvidado, el volvería a buscarlo, tal vez regresaría por la correspondencia, o por alguna otra razón, no importaba cual, ella solo quería verlo  una vez mas, a modo de despedida.
Pero no fue así. 
Comenzó entonces y casi sin querer, a trepar por la ladera de una montaña de fantasías en las cuales el y ella eran los únicos protagonistas.
Paulatinamente comenzó a idealizarlo y así fue que termino  obsesionándose con unos ojos que ni siquiera había visto bien, pero que ahora buscaba  casi con desesperación, una desesperación que ella dejaba crecer, aun sabiendo que no la  conduciría a nada.
A veces deseaba encontrarlo solo para convencerse  de que el no era ese ser tan especial que ella había creado en su mente, incluso deseaba intercambiar algunas palabras con el, para descubrir que el no era interesante o romántico como ella lo soñaba. Necesitaba  que un desengaño o una decepción le ayudaran a extirparlo de sus pensamientos, pero aun así, no dejaba de aferrarse con fuerza a la ilusión de encontrarlo, como un escalador se sujeta a la cuerda que lo separa del vacio.

Sentada en el taxi, evocaba una y otra vez el fugaz momento que había compartido con el en el ascensor,  y le agregaba a su recuerdo escenas en las que invariablemente terminaban   juntos.
Aun llovía cuando el taxi la dejo en la puerta de su casa.
Entro despacio, y luego de quitarse la ropa mojada, busco en su cartera el disco compacto que había comprado y lo puso. 
Una vez mas, la suave melodía del Nocturno No.2 de Chopin entro por sus oídos, corrió por sus venas y relajo sus tensos músculos.
Se preparo un café, encendió un cigarrillo y se paro frente al  ventanal.
Las gotas de lluvia se escurrían por el cristal trazando caprichosas figuras que junto al humo del cigarrillo y al vapor del café creaban una atmosfera tan confusa como la que reinaba en su interior.
Sentía una sensación extraña y culpable, como si regresara de un furtivo encuentro con su amante, justo a la hora de ir a buscar a su hijo a la escuela.
Cerró los ojos  mientras la angustia le aguijoneaba la garganta y como tantas otras veces lloro, con un llanto silencioso y resignado.
No era feliz, y esa infelicidad la había arrastrado hasta sus propios límites, haciéndola aferrarse ciegamente a  alguien que era casi un fantasma  solo para escapar de la realidad, una realidad que desde hacia mucho tiempo  la había condenado a vivir un matrimonio tormentoso y sin amor.

Ahora, de pie frente al ventanal y con la música como única compañía, pensaba si no era la melodía, en lugar del  músico, lo que la hacia soñar.
Tal vez cada salida esperando encontrarlo, había sido en realidad una búsqueda de la paz que había experimentado cada mañana al escuchar el piano en el departamento de arriba.
Tal vez no era El lo que ella ansiaba, sino su música y las sensaciones que esta le transmitían. Tal vez.

La braza del cigarrillo moría lentamente en el cenicero y el ultimo sorbo de café se enfriaba en la taza cuando la lluvia dejo de caer.
Escucho una vez  mas a Chopin  mientras trataba de aclarar sus pensamientos y se sintió abrumada, necesitaba que el frio del viento despejara su cabeza. Salió entonces  a la calle y camino sobre las hojas  mojadas que tapizaban la vereda. Camino despacio, con las manos hundidas en los bolsillos y la espalda encorvada hacia adelante sin importarle como se veía porque  ya no pensaba en el, ahora pensaba en ella;  en ella y en alguien que  día tras día esperaba con ansias verla a las dos  en punto de la tarde. 
Regreso a su casa y rápidamente empaco algunas cosas en una pequeña maleta, se puso el abrigo y salió sin mirar atrás.

Un agudo timbre sonó justo a las dos de la tarde y sus ojos lo buscaron con ansiedad; el corrió hacia ella y la abrazo con fuerza, ella lo beso con ternura.  Tomo su pequeña manito y cuando al ver la maleta el le pregunto:”a donde vamos mama?”, ella  le dijo que irían a un lugar en donde juntos, solo los dos, serian felices.
El cielo comenzaba a despejarse mientras se alejaban tomados de la mano y ella tarareaba suavemente  la melodía que le había dado fuerzas.
Si ahora encontrara al pianista, lo miraría a los ojos y  simplemente le diría: “gracias”.

1 comentario:

abel dijo...

Se desplaza el cuento en gran parte padeciendo la ausencia del amor .
La excelente escritora nos descubre, que el amor o la paz o el vivir mirando hacia el futuro, no solo parte de un hombre,tambíen se genera en el placer del vivir las notas generadas en este caso por un genío como CHOPIN.
fELICITACIOMES POR LA TEMÁTICA DESARROLLADA.
Abel Espil