miércoles, 27 de julio de 2011

Carmen Rojas Larrazabal-Venezolana, reside en Los Angeles, California, EEUU/Julio de 2011

Libre


Libre

para abrazar mis raíces a la tierra

y arrullar todo el llanto sin testigos.

Para romper de sol naciente las fronteras

y aprender de una vez a ser oído,

a saber que se sienten mis cadenas,

mas no calla lo que dice en sus latidos

este preso corazón que se rebela.

Libre

para ser pájaro-nube de tus penas

y despertar en lo más alto de tus nidos,

allí donde se alcanzan las verdades

y no le rasgan las alas a quien vuela.

Libre

para sumar de tu nombre los segundos

que llegan a quedarse entre mis días,

a ser amigo, compañero de camino,

oración que disipa las tormentas.

Con mirarme a los ojos te conformas,

y como ya te lo habían advertido,

haces todas las preguntas,

sin esperar ni siquiera la más simple,

la más breve y sutil de las respuestas.

Libre,

para dejar de enumerar derechos

y plantar nueva siembra en la conciencia:

que den los frutos nobles que se enciendan

junto al pan que da luz a nuestra mesa.

Quiero ser libre

para poder definir la libertad.

Para cambiar el poder y la pobreza.

Para borrar del enemigo su agonía.

Para cambiar su temor por rumbo claro

y a los niños devolver nuevas sonrisas.

Quiero ser libre

para celebrar los colores

que olvidaron las antiguas primaveras.

para cambiar el silencio y la tristeza

y encontrarle la voz al sufrimiento

en cada grito que transita entre tus venas.

Que se confiesen, de una vez, tus cicatrices,

y que desangren las razones de tu duelo,

y que arranquen los fusiles de tu pecho,

hasta que logren respirar tus pensamientos.

¿Libertad, dicen?

Quiero ser libre para redefinir ese concepto.

Para darle al alma nuevos sentimientos

y al corazón de la humanidad

nuevos latidos.

Para cantar a una voz, y quemar a un solo fuego,

a plena voz sobre la cima,

y a callado susurrar desde el silencio.

Quiero ser libre

para al fin ser tu testigo,

y aceptar de una vez lo que se ha ido:

quizá ha sido tu madre, tus hermanos,

tus amigos.

Y que esta noche no habrá sobre tu mesa

ni un pedazo de pan para tu olvido.

Estoy ahora, frente a ti,

al borde de la guerra que te oprime,

debajo de las minas que te anulan.

y al proyectar mi sombra en tu tristeza,

ya no estarás solo en tu agonía.

Hijo mío, o hermano, o fiel amigo,

quizá este día, vestido de enemigo,

con puñal de presencia te revivo

y devuelvo la luz a tu mirada

con el libre corazón que habías perdido.

Lo encontré bajo el árbol de la vida,

muy sediento de tus cantos infantiles,

de tus juegos, de tu risa y de tus sueños.

Para dártelo de nuevo, me he hecho libre.

Esa libertad es la que cuenta.

No la quiero si no incluye tu dolor,

si no sirve para el pan sobre tu mesa,

si te vuelves invisible ante mi voz.

Libre.

Esta tarde pude al fin llamarme libre,

porque he visto tu rostro entre las ruinas.

Pero ya no estaba sola frente a ti,

allí estaba conmigo la cosecha

de incontables corazones que te oyeron,

que trajeron su trigo y su agua fresca

hasta el lugar secreto en que guardabas

tu frágil esperanza de vivir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carmen un hermoso poema, una lectura placentera-

Saludos Josefina