martes, 31 de enero de 2012

Stella Maris Taboro-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2012


El tiempo de las fresas


La luz caía como puñal desprendido del cielo. La claraboya devoraba la claridad y la ponía delicadamente en la alcoba de Elisa. Ella despertaba de un sueño sin sueños.
Había intentado atrapar la magia del bosque cercano. Buscó más de cien veces conversar con las hadas, con los gnomos y hasta con las luciérnagas antes de dormir. Pero ahora que despertaba a la adolescencia, otras sensaciones le recorrían. Entonces soñaba estando despierta, plasmaba en los espejos frases con perfumes a fresas, aunque a veces asomaban algunas niñerías de su infancia pasada, las sorpresas de las navidades, los cumpleaños cargados de dulzuras, colores, risas y juegos, sus berrinches, los cuentos de la abuela, los consejos de mamá… Todo se mezclaba en ese puente hacia lo desconocido, el ser mujer, tener tacones, como había ensayado con los de mamá. Pintarse los labios, sombrear sus ojos, mirarse mil veces al espejo, ensayar mil firmas y no decidirse por ninguna. Sentirse alegre y a veces melancólica.
Qué extraña situación estaba viviendo, le habían hablado de un príncipe azul, pero a ella le gustaba alguien que nada tenía de azul. Le habían dicho que se trata de la edad del pavo, pero ella se sentía una reina recién nacida o una princesa como la de los cuentos, viviendo en un castillo de ilusiones, de esperanzas, con espejos de ideas cambiantes y sin miedos. Le gustaba revelar en su diario íntimo todo lo que quería y sentía y estaba segura que allí quedaba guardado en secreto, el mayor secreto del mundo. Nadie accedería a esas hojas que en silencio guardaban todo lo que ella vivía en ese, su tiempo de fresas.

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