jueves, 25 de abril de 2013

Abel Espil (Cuento)-Buenos Aires, Argentina/Abril de 2013

DON ADALBERTO APENAS

Creció en un pequeño pueblo llamado Salsipuedes, junto a ocho hermanos
y tres hermanas.Los padres fallecieron al poco tiempo de nacer Don
Adalberto. Fueron vilmente atropellados, una mañana de domingo, llendo
a misa de ocho.El siniestro asesino de veintidós años, era el hijo
mayor del Comisario Peralta de Río Cevallos. En conclusión, todas las
huellas o signos de la alta velocidad--costumbre habitual de los
jóvenes que residían en esos lares---desaparecieron en forma
inmediata. Cada niño o niña fue derivado a vivir con distintas
familias y los dos más pequeños se los trajo a Capital Federal el
subalterno del General Rosales.Se criaron los dos muchachitos en los
mejores colegios de aquellos tiempos. Don Adalberto sabía mucho pero
escondía más de lo que sabía. Nunca dejó de ser un ser humilde y
sencillo.Adquirio en forma extrema muchos conocimientos sobre los
caballos de Raza Árabe. Desde adolescente, el tema lo atrajo y se
planificó para que su vida estuviera plagada del mismo tema. Los
caballos eran su único dialogar.Los caballos eran su único criterio de
porqué vivir. No dejando en ningun momento de olvidarse de sus
orígenes y el de sus padres. De todos sus hermanos y hermanas, se veía
nada más que con Clarita la de San Andres de Giles. Clarita era la
mayor. Clarita había tenido una vida donde no conoció ningun tipo de
privaciones ni de infortunios. En ella solo merodeaba en su cabeza y
en su corazón, la muerte tan infame de sus padres.Por eso no podía
desarrollar su felicidad a pleno. Don Adalberto no se casó, como así
tampoco se le conoció mujer.Eran, se diría hasta muy compinches en las
andanzas de caminar pausado por las calles del pueblo cuando la iba a
visitar.Clarita sabía que su hermano, el más chico, nunca se podría
consolar de la muerte de los padres y que muy por el contrario, lo
había detectado en conversaciones, como que esperaba  el momento de
vengarse del hecho horrible y ocultado en forma tan maliciosa.
Claro que nunca pensó esta pequeña y regordeta señora, que los tiempos
se habían acortado de tal manera. Una mañana llamo a su hermano y él
le transmitió que estaba preparando las valijas porque pensaba hacer
un largo viaje.Don Adalberto llegó muy temprano en la mañana a
Salsipuedes. Encontró hotel . Desayuno en el mismo. Charló con una muy
simpática y joven camarera, de todas las novedades de alli como de la
Capital.
A los pocos días, pudo comprar un campo pequeño de 150 hectáreas para
sus caballos árabes. La gente lo comenzó a ver como el loco de los
caballos. Todos sabían que el caballo árabe sirve para mirarlo pero
actualmente para nada mas. Don Adalberto no se preocupaba. Sus
clientes del exterior lo seguían siempre.Él sabía que todo consistía
en saber esperar. Sus caballos a quienes los tiene, les da prestigio
además de mostrar el poder de su dinero. Llevaba radicado unos seis
años, cuando una mañana se presentó un señor alto,corpulento, de
aproximadamente cincuenta años, queriéndole comprar tres caballos. Don
Adalberto no solo era previsor, observador y prudente en el dialogo
con gente que no conocía, sino que también quería saber con quien
estaba por efectuar un negocio."Soy Gustavo Peralta el hijo mayor del
Comisario Peralta.Dios lo tenga a mi padre en la gloria".
Don Adalberto cerró la brillante operación y aún más quedó en que
aceptaba la invitación de ir a pasar un día en la estancia de Gustavo.
El tiempo pasó y el señor reiteraba nuevas compras para amigos,
reclamándole a Don Adalberto que le estaba fallando en la invitación
que había aceptado hacía ya un cierto tiempo.
"Este domingo Gustavo me tiene en su campo y que esté toda la familia,
me encantaría conocerla.
Llego tardecito para el almuerzo, pero Gustavo lo recibió con mucha
alegría porque ya consideraba que no venía. El resto de la familia
estaban en el postre. Don Adalberto al sentarse pidió a todos las
disculpas de su demora. Les sugirio que por favor continuaran con sus
charlas como si nadie hubiera llegado.
La familia de Gustavo Peralta se componía de su esposa y dos hijas. La
esposa era una guapa mujer de origen francés que de adolescente sus
padres la trajeron a la Argentina.
Su dialogar era un tanto entreverado pero así y todo la hacía mas atrayente.
Don Adalberto al atardecer agradeció la invitación y se retiro
dejándole como atención para familia un regalo que consistia en una
hermosa canasta de moño rojo con cinco paltas muy grandes, de hermoso
color.
Don Adalberto subió a su auto moderno de dos puertas y emprendió el
camino de regreso a su campo escuchando por fondo musical el explotar
de brutas granadas incendiarias que fue contándolas hasta llegar a
cinco. Detuvo el auto, bajo y miro la casa de los Peralta, era una
tremenda fogata de llamas de colores amarillos y azulez.

3 comentarios:

ALICIA CORA dijo...

Hermoso cuento Abel, con una trama muy interesante que explota en las manos del lector impensadamente. Felicitaoiones por tu magnífica creación. Besos de Alicia

Anónimo dijo...

Abel: Un relato duro, descarnado, muy bien narrado desde el punto de vista del protagonista. Me recordó ese antiguo cuento tuyo de la torta explosiva. Felicitaciones, y van... Marcos.

Marta Susana Díaz dijo...

Y las palabras explotaron en tu narración como granadas... Llenas de venganza y en la espera de su oportunidad. Además me encantó la semejanza con las paltas. Felicitaciones Abel!