miércoles, 23 de abril de 2014

Ainhoa Bárcena Escarti-España/Abril de 2014



Juegos olvidados

Jugaba con los cráneos vacíos, como si se trataran de cascaras de nuez golpeándose los unos con los otros. Hacía tiempo que había perdido el interés, ahora nada le satisfacía. Se quedaba horas mirando su colección de calaveras.
-   Aquellos huesos perdurarán, yo perduraré. – Solía pensar.
Sin darse cuenta pasó siglos encerrado cual anciano anacoreta. Tanto pasó encerrado que olvido como era ser humano, todo lo que no fuera él mismo se le asemejaba a algún evento onírico que le distrajo hace ya mucho tiempo…… La realidad de fuera y la de dentro se difuminaban en su niebla de tedio y siglos ya muertos. Una mañana alguien llamó a la puerta. Él escuchaba el ruido de fondo pero no sabía cómo responder, había olvidado las conductas.
Cuando se despertó al anochecer descubrió que el golpe había sido fruto de una humana. La vio allí con una belleza eterna y carnal, pero finita. Recurrió a sus libros. Paso a paso, gracias a ellos, volvió a aprender todo lo desaprendido y olvidado, ajado por el tiempo. Las palabras al principio brotaban como la meada de un viejo algunas veces a gotas otras en chorros hasta que logró normalizarlas. Ella llevaba ya varias semanas investigando el lugar en ruinas y deteriorado por la podredumbre.  Una noche empezó a ver que las cosas se iban reconstruyendo y que incluso alguien en secreto y entre sombras la atendía para que no le faltara de nada. Pasadas otras semanas, una noche el acudió a su cama con hambre, con sed, con ganas. La geología humana siempre había sido lo suyo y conocía capa a capa todo lo que debía. Su pecado nunca fue la ignorancia. Se acercó a ella olisqueando sus ropas, su aliento, su cabello moreno. Se sorprendió al ver el vello rojizo de su pubis, recordó el rojo de cosas olvidadas, de un mordisco le arrancó la cabeza y volvió a encontrar el sentido a su colección de calaveras.

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