sábado, 24 de junio de 2017

Ascensión Reyes (Cuento)-Argentina/Junio de 2017



EL DÍA DUERME EN CONCIERTO DE GRILLOS


            El día descubre una “verónica” propia de un torero. Por breves momentos su capa de vida esconde su próximo sueño.
            Ella pensó, mientras los pájaros piaban buscando el nido y los polluelos clamaban por su alimento. Con algazara se iniciaba el reposo de una jornada de mucho movimiento. El sol se despedía mostrando su mejor vestuario, en capas de arrebol que mostraban un paisaje casi irreal, matices esfumados desde el rosa hasta el rojo encendido, pasando por los celestes hasta llegar al azul oscuro. La temperatura había bajado radicalmente y debió abrigarse pese a estar en verano.
            Había sido una tarde de adioses, la partida estaba programada para el día siguiente, muy de mañana. Sentíase triste por dejar todo aquello, incluidas sus gentes que se habían convertido en un remanso de alegría y fortaleza. Fue un paréntesis en su complicado vivir citadino.
            Ya era noche cerrada cuando regresó a la casa donde alojaba. La oscuridad reinaba por todas partes, se oía un concierto de grillos y sapos recreando sus oídos. La luna nueva proporcionaba sombras a cuanto obstáculo se colocaba por delante. Árboles y tranqueras, casas y una laguna cercana, tomaban un aspecto fantasmagórico, con un brillo de plata que invitaba a soñar, o temer la presencia de algún mito hecho realidad.
            El frío y la helada habían humedecido la senda y las pequeñas piedras se habían pegado al pavimento arenoso, de manera que el transitar por el camino rural, a pesar de la oscuridad, se hacía regular, hasta en aquellos lugares donde la arboleda ocultaba ese baño lunar. Un suave olor a campo, mezcla de tierra húmeda, flores, pasto verde y estiércol seco, se entremezclaban en perfecta armonía, uniéndose para proporcionar una imagen que sugería, ¡exactamente eso!, una noche de campo.
            Se podría decir que iba sola, pero a poco andar, los diferentes sonidos le dieron la certeza de que estaba bastante acompañada y permitió que pudiera meditar sobre tantas cosas importantes que debía resolver en breve. Llevaba una pequeña linterna, pero nunca la encendió; de haberlo hecho, habría cometido una irreverencia al invadir ese bello paisaje nocturno, con un raquítico y extraño haz de luz. De poco habría servido en esa deliciosa soledad acompañada de un mundo que despierta con la noche y pregona su presencia.

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