viernes, 22 de diciembre de 2017

Luis Tulio Siburu-Argentina/Diciembre de 2017



SE NECESITA UNA MOSCA PARA DISTINGUIR LA SAL DEL AZÚCAR
¿Quién puede estar seguro de que esas dos personas, cosas o entes que estás viendo son iguales aunque parezcan idénticas? ¿Las conocés a fondo acaso, profundamente, las degustaste, oliste, escuchaste, investigaste su pasado, analizaste su estructura, los miraste a los ojos? No se preocupen en pensar la respuesta, seguramente la respuesta es NO. Es difícil encontrar dos gemelos o mellizos, hablen castellano, sean piedras tiesas o cacareen a menudo. Algo habrá de diferente porque la similitud perfecta es muy difícil. Lo dificultoso no es tanto determinar la existencia o no de la desigualdad, sino tener la capacidad de comprobarlo. A mí me cuesta. Sin embargo algunos pueden, tienen esa perspicacia o don….escuchá esta historia.
Su vuelo ondulado, sin demasiada velocidad, finalizó en la ventana de la cocina, así boca abajo, contemplando el piso por si hubiera una mitad de caramelo, algún hueso roído que abandonara el perro o la salsa que acostumbra chorrear del cucharón de la patrona. En eso estaba distraída cuando la palmeta cayó con fuerza y precisión sobre su cabeza, envolviéndola en un mareo interminable, con caída incluida hacia la baldosa, aunque pudo remontar diez centímetros antes y meterse en terapia intensiva en la parte inferior del asiento de la silla, donde no podrían verla ni intuirla. Hasta quizás la asumieran como ya muerta, simplemente para jactarse de vista, reflejos, fuerza y puntería.  
Y en esa mezcla de delirio, fiebre y lenta agonía, la pobre se puso a pensar en su corta vida y su importancia en el conocimiento y determinación de los parecidos pero opuestos, gracias a ser metida, investigadora, curiosa, atraída y golosa por los ricos sabores, pero al mismo tiempo nada esquiva con lo repugnante y desagradable. En fin, los humanos, o uno igual al que le encajara el palmetazo, la odiaban pero la necesitaban porque ella ayudaba a distinguir lo cierto de lo incierto.
Sus últimos pensamientos -  antes de que llegara el Flit con su diario pulverizado hogareño para llevarla a otro mundo -  es que ella no sólo servía para diferenciar la sal del azúcar aunque fueran polvos blancos semejantes, sino que tenía la virtud de discernir entre la sobra del chiquero de los chanchos y las hamburguesas del puesto callejero; la sangre del cordón umbilical del bebé recién nacido y la del anciano muerto en un accidente automovilístico; el libro impoluto de la escuela y el húmedo incunable de la biblioteca.
Tan sólo era una mosca, pero… como hasta el pelo más delgado hace su sombra en el suelo… ella tenía el poder de detectar lo que parece invisible a los ojos…y, sin ser El Principito, superar la incompetencia del hombre que escribió con escepticismo el primer párrafo de este ensayo.  

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