lunes, 25 de noviembre de 2019

Ascensión Reyes-Chile/Noviembre de 2019



PERFUME DE CLARINES

            Estaba de vacaciones con mi madre en una casa campesina. Era verano y los olores propios del lugar me hicieron identificar, por siempre, lo característico de la vida silvestre y sus gentes. Todo confundido en una mezcla de aromas que van desde: flores, fruta madura, pasto húmedo, sudor seco y estiércol de animales, todo en una perfecta armonía. El lugar en cuestión estaba situado en el área agrícola del gran Santiago y se llegaba en carreta tirada por dos caballos.
                  Recién llegada, mamá me colocó mi vestido preferido. Blanco y almidonado con un suave olor a perfume de lavanda. Me gustaba mucho, porque tenía unos bordados en el género y orillas ondeadas en la recogida falda. Curiosamente, con ese vestido me identificaba con la pequeña dibujada en el silabario, cuyo entorno era un tupido bosque, posiblemente con olor a  musgo y a hojas verdes.
                  Caminé por los ordenados senderos entre los cultivos de papas y zapallos, hasta que un perfume desconocido llamó poderosamente mi atención. Allí, medio oculto entre los árboles, había un bosquecillo de enredaderas de colores suaves y delicados. Se trataba de clarines en plena floración.
                  Con los años muchos olores se han desdibujado en mi recuerdo, pero el perfume de esa flor permanece nítido y lo identifico claramente entre muchos, como una querida fotografía en sepia de lo que es el campo en primavera.

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