viernes, 21 de febrero de 2020

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Enero de 2020


LOS OJOS COLOR MIEL
                El conflicto interior de un
hombre fracasado y enfermo,
que encuentra valor para salvar
su propia dignidad pisoteando
la única oportunidad  de auxilio...

            En el subterráneo del hospital, los pasillos del policlínico bullían de enfermos. Necesitados, no solamente de salud, sino de buena ropa, alimentación, aseo y fundamentalmente de consuelo. Venían indigentes desde muy lejos al Servicio Asistencial, sin desayuno aún, con la misma ropa de la noche, un sospechoso color cetrino que se debía más a la ausencia de un buen refregón con agua y masaje de toalla que a una enfermedad específica. Unos se introducían por la puerta de la Asistencia Pública, otros aguardaban que se abriera la ventanilla del Laboratorio portando misteriosos frascos. Mujeres grávidas pasaban directamente al Centro Materno Infantil, algunas con dos o tres moquillentos chicuelos de la mano esperaban en Pediatría, la luz fluorescente pestañeaba intermitentemente y en algunos tramos del largo pasillo ya no sé encendía, dejando caer ojeras sobre los rostros y un mortecino colorido que hacía parecer difusa la vibración del color y la forma. Las ocho y media de la mañana y el olor es desagradable. Humores de ropa carente de higiene imperando sobre los desi9nfectantes. Enfermeras, dietistas, auxiliares, administrativas, uniformes celestes, blanco azul, tocas con algo verde, muchachitas y enfermeros cruzándose presurosos para asumir sus puestos. Estaban repartidos los números para atenciones  médicas. Pasaban por las narices bandejas con materiales: pinzas, termómetros, vendas, gasa, tintura violeta, algodón. Pronto abriría la ventanilla de la Farmacia. Algunos chicos lloriqueaban y sus madres intentaban entretenerlos con unos mendrugos mientras se contaban unas a otras sus calamidades. Una oblicua sordidez resbalaba por los muros cuando el hombre que recién había llegado se deslizó hasta el fondo del pasillo. Le había caído en suerte el último número y debería esperar pacientemente en la larga y lastimosa fila. Su aspecto en cuanto a vestimenta era algo superior a los demás, pero los zapatos, a pesar del furioso brillo que lucían, estaban terriblemente usados y deformados. La camisa le quedaba un par de números más amplia, pero estaba limpia. El cuerpo lacio carente de vitalidad, con estatura regular demostraba de alguna manera una ruina silenciosa. Aislado al final  de la banca de espera, casi vuelto a la pared donde la luminosidad era aún más escasa, compartía la concentración de cuerpos, materia, olores y sufriente angustia de la miseria. Se diría que los intersticios entre cuerpo y cuerpo estaban ocupados por la desolación. La nueve, las diez. Se efectúan cambios. Los citados a Rayos son cancelados por haberse estropead9o el equipo, pero podrán volver con la misma orden en unos quince días. La ambulancia que devuelve a su hogar a los de Traumatología tuvo un desperfecto en el primer viaje de la mañana. La Posta ha recibido veinte heridos de un choque y todos los médicos se han centralizado en el pabellón, abandonando las consultas. También llamado el doctor que atendía a los del policlínico y, como su reemplazante, ha aparecido una doctora joven y buenamoza. 
             La fila en la sección de Teodulfo Zamora ha disminuido y él suspira al comprobar que le tocará el turno para entrar a la consulta. No le interesa cuán médico lo examine. Está de todas formas,  mayormente deprimido que otros días. No puede trabajar, comer ni dormir. En su mente juega en un cruce la melancolía. En frascos de farmacia se están evaporando las economías y el sustento de la mujer y sus cinco hijos, por las malditas úlceras al estómago. Los nervios, Sólo los nervios. Siempre ha sido el consuelo que dejan caer sobre su agotado espíritu. Pero la existencia no ha sido miel sobre hojuelas y muchos tumbos ha dado para enrielar su hogar. Un maligno trueque cambia energía, dinero equilibrio emocional y salud física por más años sobre sus espaldas, pero duplicados de los que corresponden cronológicamente.
            -Pase el siguiente- la voz de la enfermera lo despabila.
            Entra tímidamente y entonces... Toda alba como paloma. Seria amable, inteligente, observadora, el cabello corto, las manos blancas, igual que entonces... ¡Oh Teodulfo! Las piernas pierden firmeza, vuelve el dolor justo en la boca del estómago y el físico se derrumba, porque ahí, frente a él, ofreciéndole asiento condescendientemente está ELLA... !La muchacha de ojos color miel, aquella su compañera en el último año de su Liceo y su primer y silencioso y apasionado amor...Ha vuelto a Valparaíso convertida en Doctora Jefe... ¡
            Veloz en el recuerdo Teodulfo retrocede veintitrés años...Al Teodulfo macizo y moreno,  apasionado del deporte, inconstante en el estudio, el mismo que a tropezones cursa Humanidades  hasta que en sexto año encuentra a Beatriz Merillo. El atolondrado muchachón se avergüenzo de su ignorancia  ante la serena madurez de ella. La desigualdad hacía instintiva la natural búsqueda de la complementación. ¡Estupenda pareja! – decían todos – Beatriz, más intelectual, organizando sistemas para inculcarle las materias escolares, haciendo resúmenes que Teodulfo, poco concentrado, no puede leer porque se estrella con esos claros y transparentes color miel que lo embelesan en su contemplación hasta hacerlos endurecerse furiosos por el tiempo perdido. Al contrario de los muchachos, ella no hizo jamás bromas de su nombre extraño. –Era el Obispo de Orleáns, consejero de Carlomagno – explicaba – impulsador  de la instrucción entre los francos y su origen era visigodo.
            ¡Cómo crecía la admiración y respeto por ella dentro de Teodulfo...! Pero, terminado el año, un día cualquiera, se fue Beatriz Merillo con su familia a vivir a otra parte y nunca más la vio... Entonces la vida empezó a golpear fuerte. Teodulfo fracasando en el Bachillerato. Teodulfo trabajando en el almacén de su padre. Pero al fallecer su progenitor, comienzas losa problemas para el hijo ya casado y poco adaptado a situaciones conflictivas. Años y años sumando sólo dificultades, incursionando en trabajos diferentes, algunos demasiado duros que le arruinan la salud, como ese de obrero portuario en el que para contrarrestar las amanecidas húmedas y neblinosas  o las frías tardes azotadas por el viento, cae en tropel con los compañeros, cada vez más frecuentemente en cualquier bar donde queda el dinero y jirones de salud. Y aquel hijo menor que para colmo quedó inválido por la poliomielitis...La familia no logra arribar y el humor del dueño de casa es un manantial de hastío. La existencia se vuelve un absurdo tras los ojos ausentes. Ahí comienzan los dolores estomacales, las comidas caen mal, acidez, ardor, malestar. Un doctor, otro y otro. Puré, leche. Leche, puré. No resiste otra cosa. Tratamientos, regímenes, licencias, licencias, licencias. Un año, dos tres...Pérdida de la capacidad de trabajo. Una cadena sin fin de insatisfacciones. Ahora ésto...Se siente indefenso total entre las dos mujeres e blanco.
            La auxiliar ordenando de prisa las fichas anteriores y la doctora escribiendo una receta atrasada para la farmacia. Teodulfo siente que su enfermedad es ahora humillante: un sudor frío baña al infeliz. Mira desesperadamente al cielo de la pequeña sala. Las gruesas cañerías de los desagües pasan por esas secciones del subterráneo como negros tripajes, tal vez como su propio organismo, retorcido y oscuro portando putrefactas materias. Una conciencia luminosa de su miseria física, su flacura, color cetrino. Derrotado. El desaliento de ser distinto de aquel que hacía veintitrés años...
            Los errores e infortunios  construyendo el submundo en el espíritu .m Si ya está agotado, caducado, desfigurado después de recorrer diversos centros hospitalarios, falta solamente el elemento fundamental: la cama para su hospitalización. La respuesta en todas partes ha sido siempre “No hay”. Ahora es solamente un guiñapo lo que viene a recibir la respuesta determinante porque su caso ya es urgente y... justamente tocarle a ella...Envidió en ese momento el desdén de un jugador, un tahúr cualquiera que conoció. Cuando perdía sacudía los hombros despectivamente: “Hay que saber perder, Zamora.”
            Súbitamente l doctora Beatriz Merillo se dedica a su nuevo paciente. Tomando una hoja se dispone a confeccionar la presente ficha.
            -¿Su nombre? – distraídamente, aún piensa en el caso anterior.
            -Zamora, Teodulfo Zamora- la voz suena extrañamente enronquecida.
            Ella deja de escribir. El nombre le trae reminiscencias...Lo mira rectamente al medio de los ojos como en aquellos tiempos.
            -¿Nos conocemos? ¿Es usted de acá?-Pregunta dudosa ante el hombre de mirada turbia y cabello gris.
            Una confusa vergüenza revolviendo la herida en el dolorido pecho de Teodulfo...¿Debería confesar su derrota? Aquel adolescente había oído de sus hermosos labios “El hombre es arquitecto de su propio destino”. ¿Cómo justificar ahora su condición de fracasado? Y reuniendo todas las poquísimas fuerzas en un último acto de valentía para que la voz le saliera entera respondió roncamente.
            -No señora, yo no soy de aquí. 




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