EL APLAUSO
- ¡Qué pasa si ahora a mí ya no me encuentran! ¡Tengo que seguir! - pensó Rodrigo. Se sentó un minuto. El viento olía a mar, calamares, y desesperación. Era mediodía. El calor mataba. El viento se estaba volviendo pesado y muy caliente. Su piel se volvía tirante y le ardía la cara. Por momentos se sofocaba, sintiéndose solo y desorientado. El sol estaba colgando de su cabeza igual que el miedo. Rodrigo tragó saliva y siguió andando.
- No estoy lejos - se dijo a si mismo - no le quedaba otra que ser valiente. Pronto iba a llegar. ¡Mar del Plata no puede ser tan grande! Había heredado de su madre la tendencia a perderse. Rodrigo no se rendía nunca. Siguió caminando pero el calor era insoportable, la arena ardiendo le quemaba los pies, cada tanto cuando veía una sombrilla vacía se acurrucaba allí para luego seguir.
- ¡Esa sombrilla es mía! - le decían gritando los adultos, lo echaban o lo ignoraban. Rodrigo no podía más. Se sentó a llorar.
- Señor, disculpe, me perdí... - dijo llorando el nene.
- No llores más, yo te ayudo, vení conmigo, ¿cómo te llamás? - preguntó el hombre sonriendo y empezó a aplaudir.
- Rodrigo pero me dicen Rodri - contestó.
Todos aplaudieron: una señora, su marido, una joven pareja, un grupo de mujeres mayores, un perro alrededor de ellos ladraba por el ruido. Pronto se extendió una enorme cadena de aplausos que retumbaba mar adentro. El eco se escuchaba por todas partes.
- Rodri, ¿cómo te alejaste tanto? - preguntó sorprendido el buen hombre.
- Persiguiendo una bandeja plástica para hacer castillos de arena - contestó Rodrigo.
- ¡Tanto lío por una bandeja de plástico!- dijo el hombre riendo. Luego de una hora apareció la madre.
- ¡Qué bueno que estás bien! - lo abrazó fuerte.
- Hola, buenas tardes, me llamo Alberto, mucho gusto.
- Muchas gracias, Alberto. ¿Nos acompaña a cenar?.
La abuela dijo: “vayan ustedes. Yo me quedo”.
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