martes, 24 de septiembre de 2024

Rosana Rosado/Septiembre 2024


 

ÉL

 

Abrió la puerta y entró en la casa. Se quitó sus pesadas y sucias botas dejándolas a medio pasillo. Miró a su esposa que estaba terminando de preparar la cena.

-¿Eso hiciste todo el día?- la miró de arriba abajo con desprecio. Se sirvió un vaso de whisky y se dejó caer pesadamente en el sofá. -A ver si ahora cenamos diferente. Siempre preparas lo mismo-.

Ana no le respondió. Acomodó los platos en la mesa y sirvió la cena. Él tomó la cuchara y devoró la cena. No dio las gracias -no era necesario, trabajaba mucho para ello-. Limpió sus dedos sucios de grasa en el mantel blanco y se levantó de la silla eructando ruidosamente.

-Te espero arriba-.

Ana terminó de cenar, lavó los platos y subió a la recámara. Él la agarró bruscamente por la cintura, le quitó el vestido tirándola sobre la cama y la poseyó, así, tal cual, sin miramientos, salvajemente, sin acariciarla, sin un beso de amor. Nada. Al terminar le dijo: -fuiste el postre-. Eructó otra vez y se dio la vuelta para dormir.

Ana no pudo conciliar el sueño. No entendía cómo cambió todo en su matrimonio, en qué momento se volvió una pesadilla. No es que hubiera sido un nido de amor al principio, después de todo el matrimonio había sido arreglado a conveniencia de su padre, pero al inicio no fue así.

Se sentó en la sala con una taza de té caliente en las manos, mirando la lluvia a través de la ventana. Se tocó el vientre y pensó -merecemos ser libres-.

Al día siguiente él se levantó exigiendo su café y sus botas boleadas. Cuando salió de bañarse escuchó un profundo silencio.

-Mmmmm…supongo que tendré que comprar un café en la esquina.-

 

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