miércoles, 27 de julio de 2011

Marta Díaz Petenatti-Zona Rural de la Provincia de Santa Fe, Argentina/Julio de 2011

EL CAMINO


Comencé a caminar. El camino estaba plagado de piedras que entumecían mis dedos, pero también bordeado de flores, esas que me regalaban su aroma dulzón haciéndolo placentero.
Llegaba cansada de las pobres metas enfocadas, pero lo importante era llegar, seguir cumpliendo día a día con ellas.
Mas de pronto se bifurcó, otro camino apareció ante mis ojos y me descolocó. No supe cuál era el que debía recorrer.
Decidí sentarme a la vera del mismo a analizar la situación,  pero el aroma de las flores, la brisa agradable, el piar de las aves, el verdor de los árboles, confundieron mis instintos y comencé a transitar uno de ellos.
¿Cuál?, no importaba en ese momento, no supe leer las verdaderas señales, me adentré en cualquiera, los dos me parecían iguales.
Pero me equivoqué, ya en la mitad del mismo me di cuenta del error.
¿Qué hacer? ¿Volver?  ¿Seguir adelante?
De la decisión a tomar dependía mi paz.
Desandar caminos significaba tiempo perdido,  el ridículo, el ego lastimado, herido.
Seguir significaba sufrimientos, humillaciones, una llegada con la cabeza gacha y el corazón contraído, con un cuerpo magullado por los avatares y con el alma despojada de ilusiones, mancillada, contraída.
Difícil  y costosa decisión.
Luego de vacilaciones resolví regresar. Desandar lo andado.
Sabía  que quedarían heridas en mis pies, pero también que serían menores de las que tendría de haber llegado a esa meta que fue fruto de una oscura realidad que no supe ver por estar escondida detrás de mis ojos y subida a mi soberbia.

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