martes, 21 de febrero de 2012

Ascensión Reyes Elgueta-Viña del mar, Chile/Febrero de 2012


A LA SOMBRA DE UN PARQUE

     Se ha disipado la calurosa tarde de verano y la brisa suave del atardecer envuelve el lugar, convirtiéndolo en un sector de recogimiento propicio a los recuerdos. Pronto las sombras se adueñarán de la pequeña alameda y de los viejos árboles que extienden sus ramas cubriendo como un manto protector este sector del parque. Entre las hojas, innumerables pajarillos de escandaloso piar, anuncian que el día se acaba. Es el momento de buscar un buen acomodo, entre su nueva prole que una primavera sin lluvia hizo aumentar en un número superior a temporadas anteriores. Abajo, en la tierra, un cementerio de mascotas, pequeñas tumbas nos hablan de amor y respeto hacía aquellos animalitos que fueron parte de nuestra vida, proporcionándonos ese cariño irracional que sólo ellos saben dar.
     Un hombre mayor recorre el lugar junto a su mascota, un pequeño velloncito blanco, cuyas patas apenas sobresalen del suelo, no así su aguzada nariz negrísima que olfatea cuanto se coloca por delante, como siguiendo una huella. Cada cierto tiempo se acomoda y levanta una de sus patas traseras, orina y luego continúa el lento paseo acomodándose al ritmo de su amo. Él usa lentes y su cabeza va inclinada observando cuidadosamente la senda por donde camina. Siempre sigue el mismo itinerario, ese lugar del parque le trae ¡tantos recuerdos! Sí, muchos recuerdos que abarcan la primera parte de su vida.
     ¿Cómo le gustaría desandar los años y volver a estar rodeado por aquellos seres que tanto amó? Un rostro dulce de mujer aparece en su mente. Ella es Adela, con quien siempre se topaba a la salida de clases. Él con su maletín cargado de pruebas para corregir por las noches, y ella con la mochila atestada de cuadernos y libros que generalmente apenas hojeaba al llegar a su casa.
     Ver aquella niña y sentir una atracción ajena a la razón, lo tuvo por mucho tiempo al borde de la desesperanza. Sin embargo, Adela, como niña caprichosa, siempre buscaba la ocasión  y el momento preciso para encontrarse con él y brindarle una sonrisa que alegraba todo su tiempo, hasta la próxima vez que casi  siempre se producía al día siguiente. Esto sucedió en el primer año de magisterio en que debía despedir a veinte alumnas en la especialidad de Matemáticas, debiendo soportar las miradas insinuantes, y hasta un poco provocativas, de aquellos angelicales rostros que pronto abrirían sus alas para seguir diferentes derroteros.
     El refrán dice que “un clavo saca otro clavo”, no faltó una fiesta entre colegas, en la que conoció a Nancy, una alegre jovencita que también iniciaba sus primeros aprontes como maestra de cursos básicos. Su fuerte eran los niños más pequeños. Fueron casi cuatro años de un pololeo tierno y gentil que se convirtió en un bálsamo para borrar el recuerdo de Adela.  
     Pero los designios de la vida son tan extraños y retorcidos como el tronco de aquellos viejos árboles. Un buen día en ese mismo lugar se topó con Adela, quien llevaba a Boby a su paseo  vespertino. La joven había llegado nuevamente a la ciudad convertida en una egresada en Matemáticas, lo que causó gran alegría en su ahora, ya no más profesor, sino colega. Para el hombre ese día fue inquietante al reconocer muy íntimamente que sus sentimientos no habían variado. Adela, sin ninguna duda, era la mujer con la cual quería compartir su vida, a sabiendas que Nancy estaba ilusionada con un futuro a corto plazo.
     Ambos se buscaban y pronto dieron rienda suelta a sus sentimientos. Mientras él se  debatía en culposas aflicciones por no ser lo suficientemente honesto para confesar esta verdad a Nancy, no obstante estar segurísimo de sus sentimientos hacia Adela. Sin embargo había algo que sujetaba las palabras para confesar este conflicto de sentimientos.
     Un funesto día lo supo, Adela padecía una dolencia que no pronosticaba un futuro a muy largo plazo. No obstante y haciendo caso omiso al poco o mucho tiempo que les quedaba, ese lugar del parque fue refugio de los amantes durante aquellos dorados atardeceres, junto a Boby, un lanudo Poodle, que discretamente se echaba en el pasto, mientras sus amos daban curso a caricias y palabras de las cuales el regalón quedaba totalmente ajeno. Adela le hizo prometer que de ocurrirle algo a ella, antes  que a su mascota. Él se haría cargo de su cuidado.
     Seis meses más tarde, el hombre paseaba al alicaído perrito, mientras por sus mejillas se deslizaban unas impertinentes lágrimas al recordar a esa mujer ideal, cuyo paso por su vida fue dolorosamente breve.

     Boby y otros Bobys, incluso el actual, han sido sus mascotas, que ahora descansan en ese recodo del parque, en ese genial cementerio que muestra lápidas, enrejados y recuerdos de aquellos queridos compañeros de soledad.
     Nancy se convirtió en su esposa y el hogar fue premiado con tres hijos, sanos e inteligentes, que gozaron, en su momento, de todos los Bobys que vivieron en el hogar.
     Sin embargo, cuando el viejo profesor camina por esos senderos, siente la compañía permanente de Adela y hasta, a veces, cree escuchar su risa contagiosa y los ladridos de su mascota.

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