martes, 24 de julio de 2012

Loreto Silva-Chile/Julio de 2012

Helga   

Él estaba pasado de tragos; antes que yo terminara de despertarme se durmió. Recordé que doña Eduvigis, mi suegra, había invitado a pernoctar durante unos días a un amigo suyo. Era un alemán joven,  que venía a la capital buscando una casa para traer a su reciente esposa. Lo conocí a la hora de la cena, imaginé lo que habría ocurrido, después que me retiré ella lo invitó a un trago bien conversado y ¡claro!, la Doña es capaz de beberse una botella y seguir tan campante.
Con seguridad estaba ebrio, debió ir a su habitación, confundiéndose entró a la mía... y a mi cama. No soy mujer de escándalos de modo que medité qué hacía para librarme de esa comprometedora situación.
Pensé en mi marido, un hombre mayor que andaba de viaje y no era buen amante. En mí, que carente de mayor experiencia ansiaba tenerla. También me di tiempo para pensar en el pobre hombre, tan correcto y gentil. Que vergüenza pasaría al abrir los ojos en lecho ajeno, esto, si acaso conseguía despertarlo.
En estas divagaciones y con la vista ya acostumbrada a la luz de esas horas inciertas comencé a observarlo, era grandote y atractivo. Si al verlo vestido me hice la idea que era  panzón, al levantar la sabana entendí mi error, vestía solo un slip ceñido que le sentaba muy bien. Reconozco que el placer de observar a este inesperado compañero iba en aumento. Con su juventud y varonil entrepiernas  algo me ocurrió, algo así como un calorcillo íntimo derivó mis pensamientos del origen del hecho, a cual sería su destino. Me sentía a medias, entre el error  y la infidelidad, y dudaba de querer que se marchase.
Mis dudas se transformaron en certezas cuando aún dormido se sacó el slip y dejo ver una gloriosa dotación natural que estaba al máximo, esto me produjo una singular atracción y estremecimiento en ciertas partes anatómicas. Atragantada con el espectáculo me sorprendió al comenzar a emitir leves chillidos, golpeando con manos y pies, la cama tal cual si un niño pequeño tuviese una pataleta. Todavía mayor sorpresa me causó al girarse hacia mí, quitándome  la respiración con besos incesantes, manos que me quitaban la ropa y su miembro que ofuscado buscaba con desesperación. En medio de este arrojo ideaba desde huir evitando una posible y casi segura intromisión, a darme el permiso de gozar plenamente la circunstancia.
En la medida que pude mantener la cabeza equilibrada, decidí que en realidad no habría infidelidad pues en todos mis años de casada jamás logré una satisfacción siendo “misionera”; y he aquí el desacierto porque el alemancito ya había despejado las selvas instalándose en el juego ancestral de entrar y salir de paseo en el jardín de las delicias.
Por mi parte estaba adquiriendo contexto de una forma que nunca había imaginado, mi cuerpo comenzó a disfrutar. No sé si era por bríos, tamaño, ritmo o novedad; pero lo cierto es que fui conducida al placer sin otro aporte que mi presencia. Después de unos minutos el alemancito y yo estábamos lanzando  ¡ay!, ¡oh!, ¡ah!  al unísono. Silenciosa esperé a que se durmiera, continuó despierto y decidí salir de ahí. No me resultó en absoluto pues una mano vigorosa me secuestró, poniéndome de jinete sobre un cuerpo firme que había recuperado toda fortaleza en pocos minutos, ¡esa era mi posición!, sacudida de las limitaciones éticas y agradeciendo el trato deferente ya otorgado, devolví el servicio y en ello lucí todas las proezas de las cuales me sabía capaz., segura de enfrentar a un contrincante capacitado para devolver todos los saques. Mi actuación sobresaliente la selló con unos: “Linda Helga”, “¡Bien Helga!”, “¡Esa es mi Helga!”... y otros términos alusivos a la susodicha que por íntimos no voy a divulgar.
Por segunda vez  salí de la cama, en ese momento me tomó y  acercándose con el fin de besarme se puso frente a mí, entonces le dije:
- ¡Dedica eso a tu esposa!
Los ojos vidriosos, la forma en que retrocedió y posterior caída de la cama, me hicieron verlo tan desconcertado que solo atiné a indicarle la puerta de su cuarto. Contrariado, se dirigió allí. Pensando en la mejor manera para zafarme de la situación resolví hacer pasar todo lo ocurrido por una pesadilla. Esperé a que se durmiera fui a su dormitorio y regué su ropa por todas partes como si las hubiese lanzado desde la cama. Al regreso en mi habitación seguí disfrutando, a solas, de esa noche inesperada y llena de fragor.
Los días posteriores coincidimos en desayunos y cenas, siempre con doña Eduvigis presente, así no existieron oportunidades de comentarios ni siquiera una posibilidad a fin de realizar la más mínima alusión a esa noche. Parecía que para ambos no había existido, lo cual agradecí pues me evitó incomodidades. Regresó mi esposo y puse en práctica gran parte de lo aprendido. La nueva experiencia me hizo mejor amante.
Antes de irse a vivir a una casa, el alemancito trajo de visita a su amada esposa, una aria bella y dulce, una verdadera muñequita de nombre Arielle. Los acompañaba una mujer de edad indefinida, terca de rostro, áspera y fría en el trato. Dijo estar en su familia hacía años y ayudaría a los recién casados de ahí en adelante, al despedirse mi esposo le dijo:  
- Adiós señora... señora...
La mujerona, carente de toda gracia, mientras le tendía la mano, respondió cortante:
- ¡Helga señor!, ¡Helga!

Primer Premio Concurso de Relatos Eróticos Karma Sensual7-Italia 2011

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