martes, 21 de junio de 2016

Isidoro Gómez Montenegro-México/Junio de 2016




Las Trampas de la fe
A 364 años del nacimiento de la madre jerónima, historia, vida y obra a través del laberinto multimedia, seducción que tiene aún resonancia intelectual y sensual de Sor Juana, genio y figura, suma del milagro literario de síntesis, solución, reconversión de enigmas, glosa de lo decible, voz réproba, su verdadera voz, causa de desdichas que sufrió al final de su vida por castigos severos a sus trasgresiones.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, nació un 12 de noviembre de 1651 en San Miguel de Nepantla, Amecameca.
Lo que sigue, hasta el final ha sido extraído de la obra fundamental sobre Sor Juana Inés de la Cruz, “Las trampas de la fe”, de Octavio Paz, con miras a lección, meditación, aleccionamiento.
No todos los días llega a manos del bibliófilo un libro de tal categoría, naturaleza y consecuencia:
Afines del siglo XVII había en la ciudad de México, según Gemelli Carreri, que estuvo allí en 1968, veintinueve conventos de frailes y veintidós de monjas. La población de la ciudad era de unos veinte mil españoles criollos y unos ochenta mil indios, mestizos y mulatos. No debe extrañarnos el número de religiosos: ya que para la mayoría de los frailes y las monjas el claustro era una carrera, una profesión. Esto no significa claro, que hayan sido infrecuentes las vocaciones autenticas: el temple del siglo era religioso como el del nuestro científico y técnico. La función de los conventos era triple: la religiosa propiamente dicha, tal como lo ejemplificaban las austeridades de los carmelitas descalzos: la mundana, consistente en proveer de ocupación y destino a miles de hombres y mujeres que de otra manera se habían encontrado sin acomodo; y la social: la beneficencia, la caridad, la enseñanza. La obra de los religiosos en el dominio de la educación fue inmensa. Apenas si es necesario recordar que desde el siglo XVIII la Compañía de Jesús fue la educadora de la sociedad criolla: la alta cultura novohispana en los siglos XVII y XVIII estuvo marcada por los métodos y orientaciones de los jesuitas. En los conventos de monjas el nivel intelectual era mucho más bajo; la producción artística, filosófica y científica _con la conocida excepción de Sor Juana Inés_ fue realmente insignificante. En cambio, las monjas se distinguieron en la enseñanza de las primeras letras y en la educación intermedia.
Gracias a las religiosas hubo en México una cultura femenina, por más pobre que nos parezca esa cultura. Las monjas también adiestraban a las niñas y a las adolescentes en la música, el teatro, el baile y en artes y oficios como la costura, el bordado y la cocina.








LA BIBLIOTECA ha excitado más la curiosidad de los biógrafos que la colección. El padre Calleja dice que “su quitapesares era su librería, donde se entraba a consolar con cuatro mil, que tantos eran los libros de que la compuso casi sin costo. Porque no había quien imprimiese que no la contribuyese uno, como en la fe de erratas”. Emilio Abreu Gómez encuentra exagerada esta cita y, apoyado en una opinión de Doroty Schons, los reduce a cuatrocientos. Me parece que Abreu Gómez leyó mal: es claro que Doroty pensaba que, cualquiera que fuese la cifra, Sor Juana tuvo muchos libros. Así es: aunque es imposible determinar su número, no hay duda de que Sor Juana reunió una cantidad considerable de volúmenes. Calleja pudo exagerar, no inventar. Aventuro unos mil quinientos, por lo menos. fundo mi suposición en lo siguiente: Sigüenza y Góngora dejó al morir cuatrocientos setenta volúmenes, que son pocos, pero Don Carlos era pobre y además, tenía a su disposición la Biblioteca de San Pedro y San Pablo: Irving A. Leonard, por otra parte, cita el caso de Melchor Pérez Soto, un simple maestro de obras, que poseía mil setecientos volúmenes. Leonard agrega que las bibliotecas de las personas acomodadas eran aún más ricas. La (llamada)  celda de Sor Juana era un apartamentito de dos pisos, alcoba y estudio (retrete se decía entonces), otra estancia (que pudo servirle de salón y biblioteca), cocina y baño. Las piezas eran espaciosas y de altos techos. En una “celda” de esas proporciones no era difícil acomodar dos mil o tres mil volúmenes.
A pesar de su extremado carácter intelectual, Primero Sueño, es el poema mas personal de Sor Juana: ella misma lo dice en la Respuesta: “No me acuerdo haber escrito por mi gusto, sino un papelito que llaman El sueño”. El diminutivo no debe engañarnos. Es un poema más extenso y ambicioso. Se desconoce la fecha de su composición. Apareció publicado por primera vez en el II tomo de la las Obras en 1692, pero por lo que ella dice ya desde antes era conocido y comentado. Debe de haber sido escrito alrededor de 1685, cuando se acercaba a la cuarentena: es un poema de madurez, una verdadera confesión, en la que relata su aventura intelectual y la examina. En la Respuesta (1690) el poema se llama El sueño, a secas; en la edición de 1692 el titulo se alarma: Primero sueño, que así intituló y compuso la madre Juana imitando a Góngora. Es difícil que el editor se hubiese atrevido a añadir el adjetivo primero, sin mediar una indicación de la autora. Tal vez ella tenía pensado escribir un Segundo sueño y de ahí la alusión a Góngora, autor de dos Soledades, la primera y la segunda. Sin embargo, algunos críticos  piensan que el poema es una totalidad autosuficiente y que ni necesita una segunda parte ni Sor Juana tuvo intención de escribirla: el adjetivo primero es una intromisión impertinente de los editores.

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