sábado, 22 de septiembre de 2018

Luis Tulio Siburu-Argentina/Septiembre de 2018


CONEJOS EN LA NIEVE 

Los chicos y sus comentarios son muchas veces fuente de pensamientos, preguntas, filosofía barata, angustia, perplejidad, desasosiego, esperanza, carcajada, envidia al desacato, rescate de lo obvio. A las pruebas me remito.
Hace un tiempo fuimos a una hacienda cercana a San Pablo. Con mis dos nietas recorrimos un amplio lugar donde – algunos en libertad y otros encerrados – se movían ovejas, tortugas, faisanes, terneritos, gallinas, ponis y conejos.
Mía, la más chica, ocho años, no se conforma sólo con mirar, acariciar, levantar en brazos cuando se puede. Ya es hija de la propiedad privada. La intención llegó enseguida…quiero ese conejito blanco…
Y los abuelos somos débiles. Al rato la nueva mascota dormía en el buche de la luneta trasera durante el viaje de vuelta y Mía acompañaba su sueño con el propio, apoyando la cabeza a pocos centímetros de Oggi, que ya tenía nombre antes de llegar a su nueva casa.
Volvimos a Ezeiza. Pasaron días y meses, lechuga, perejil y zanahoria…
Anoche sonó el teléfono en Martínez. Era Mía. Sin saludar, porque no se acostumbra – lo que le interesa es largar ansiosa su comentario – me dice con su tonada mezcla de amazona texana, menina paulista y paisana criolla… -Abuelo…por suerte que ya no vivimos más en Cincinnati, porque allá entre la nieve hubiéramos perdido a Oggi…lo mismo si hubiera elegido una ovejita blanca…qué bueno que acá en Brasil está verde todo el año y lo puedo ver corriendo por el jardín…
Cuelgo el teléfono, medito lo escuchado. De repente el sillón del living se convierte en el ayudante horizontal de la introspección interior, comenzando el desfile de anécdotas, decisiones, personajes que pasaron sin detenerse o se detuvieron más de lo aconsejable, dudas, apresuramientos, imprevistos, cosas que quisimos que fueran, hechos que deseamos que no fueran, resultados que a través del tiempo no se pueden medir tan sencillamente como cuando usábamos la modesta regla de madera de treinta centímetros de la primaria. Y esa niebla, esa niebla de años acumulados que no deja observar bien si acertamos o nos equivocamos o quizás no queremos ver o nos cuesta ahora representar el contexto de adentro y afuera que nos afiebraba o congelaba y nos incitó a hacer esto o aquello.
Difícil la solución del crucigrama de la vida. Tanto como encontrar conejos en la nieve.

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