jueves, 21 de abril de 2022

Stella Mayol-Argentina/Abril de 2022


 

COLAPSO

 

          Quiero escribir las palabras exactas, ésas que puedan expresar lo que siento.  Primero las recorto y les doy forma, después trato de combinarlas, encajarlas una dentro de otra como un rompecabezas. Las pinto de colores y armo un árbol. Un árbol de tronco añoso, de vetas profundas, con ramas que sostienen hilos de palabras, para que no se caigan con los vientos del otoño.

           Le coloco tantas lágrimas, que el árbol está empapado y moja el papel, la mesa. Traigo un trapo e intento secar todo. Es inútil, los colores se mezclan, todo se deshace y quedo sentada en el piso absorta ante el desastre. El agua lo cubre todo. La inundación crece y me ahoga.

          Lucho por salir. Trepo a la mesa con dificultad. Queda un espacio muy pequeño entre el techo y mi cara. Respiro. Cierro los ojos sin entender el fenómeno. Como en una película, me veo niña jugando con las muñecas, andando en bicicleta. Mi primer beso de amor, los bailes del secundario, los amigos. Los abuelos parten, el primer amor también.  Vestida de blanco, ilusiones de azahares, juventud. Los hijos. Manitas asidas a las mías. El abandono. Los chicos crecen, se olvidan. El agua está bajando. Se fuga por la rejilla de la cocina, la traga.

         Desciendo de la mesa con cuidado, tengo miedo de resbalarme. De pronto, me siento arrastrada como la corriente del río. La rejilla pierde la tapa y caigo en el agujero negro. Viajo por un caño angosto y, por fin, llego a la calle. La gente me mira. Estoy embarrada, con un olor nauseabundo, me siento perdida. Nadie se acerca.

         

 

          Las sábanas blancas cubren mi cuerpo desnudo, me hablan pero no entiendo, no conozco a nadie. Tengo una aguja en el brazo conectada a una guía y el suero colgado del pie. Espío por debajo de la sábana. Encuentro un cuerpo arrugado, las manos sarmentosas con  moretones verdes. Veo muchas cicatrices. Ésta no soy yo.       

          Grito. Quiero que alguien me explique. Siento una mano que me acaricia la cabeza y escucho palabras que reconozco:

- Te quiero mucho.

- Mirá que nos asustaste.

          Me dan un beso, uno en cada mejilla, hasta que unas gotitas de agua caen sobre mi rostro. Siento el calor de una mano apretada a la mía, caricias y voces, cada vez más lejanas.   La mano queda laxa. Ya no tengo dolor en el cuerpo y una paz infinita me invade.

           Tarde llega lo que necesité.

 

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