viernes, 15 de septiembre de 2023

Ernesto Baldi-Argentina/Septiembre 2023


 

El valle de las montañas negras®

 

 

              El valle iniciaba su lento amanecer, cubierto por una densa bruma. El campamento base, pese a que aún no aclaraba el día, ya se hallaba en movimiento. Se encendían los primeros fuegos, y daban comienzo los preparativos para la ardua jornada por venir. Las cumbres mantenían, y era lógico, un místico misterio sobre los habitantes del valle. El frío era intenso, pero soportable. Los preliminares de la escalada, habían sido, la noche anterior, meticulosamente estudiados. Cada grupo, con su líder, tenía trazado un recorrido preciso y una ruta alternativa. La niebla, danzaba formando espirales sobre las montañas, cubriendo sus cimas con un aura mortecina. Las altas cumbres, enmarcadas en un fétido horizonte, dieron al valle la totalidad de su imponente presencia.

              Las diversas tribus, iniciaron la marcha. En riguroso orden. Cargando solamente lo necesario para la travesía. Cada grupo tomó su camino; las caravanas semejaban hileras de pesadas orugas, sinuosas y en paulatino ascenso.

              Unos hacia el Oeste, para completar la travesía por las cumbres bajas; otros, tomaron la ruta Noreste, desafiando los picos más resbaladizos. Las tribus más experimentadas, llevaron sus grupos por los senderos del Noroeste; la escalada más complicada, pero con mayores recompensas. Los últimos grupos en partir, fueron los individuales. Solitarios y arriesgados seres; inquietos de aventuras desestimando riesgos. Expertos en el difícil arte de escalar, y más aún, de particular entrenamiento en la supervivencia en las montañas.

              De todos ellos, sólo uno, el más temerario y joven, decidió tomar la senda Norte. La ruta directa hacia la máxima cima. La más peligrosa, dada su particular y nueva conformación. Poseedor de un fuerte temperamento y un gran carácter, logró hacer prevalecer su decisión.

              Manuel; tal el nombre del intrépido alpinista, ajeno a los ojos que acompañaban su salida; continuaba, extasiado y maravillado, paso a paso, incansable, su lento ascenso. Sus ojos: ávidos de aventuras y conocimientos; sus manos: férreas de voluntad, sorteaban hábilmente los escondrijos secretos de las grietas. El pecho henchido de orgullo; su mente, concentrada a pleno en su objetivo. Estaba convencido de lograrlo. Tantas enseñanzas recibidas; tanto entrenamiento, no podían ser en vano. ¡Lo lograría!

              Como gran reserva, contaba con su voluntad; y con el deseo ferviente de demostrar a los suyos, que era capaz de ello. Pasada la media mañana, en un lugar que reconoció apropiado, Manuel tomó su primer descanso. Exhausto, maravillado por el panorama, regocijado en sí mismo, retomó fuerzas. Observó la cima; alargó su mano hacia ella y una sonrisa iluminó su cara; ¡sabía que lo lograría!

              Tomó sus cosas y continuó. Siempre adelante. Como le enseñara su padre, siempre adelante. Atento a cada paso; cada paso era de vital importancia. En la montaña, -le decía-, nunca se sabe que tenemos bajo los pies. La atenta y dedicada observación del terreno, hacen la diferencia y señan la supervivencia en la montaña. Tales consejos los aplicaba ciegamente. El calor sofocaba, la respiración agitada, corroía su garganta. Las manos le ardían al igual que las piernas. Pero seguía adelante, subiendo, más y más.

              Tiempo incalculable. Tiempo sin tiempo. Manuel miró hacia arriba, ¡no lo podía creer!, le faltaban pocos metros, menos de cinco. Absorbió el aire; clavó sus manos en la montaña, un metro más. Nuevo impulso, sus piernas resistieron el esfuerzo, comenzó a reír. Finalmente, el éxtasis último; alargó la mano en el ataque final...y se encontró con la de su padre. Su padre y sus hermanos lo recibieron con júbilo. Pero el tiempo corría. Los festejos serían por la noche. Se debían preocupar por los camiones. Los grandes equipos recolectores de basura, se aprestaban a vaciar su precioso contenido.

              “El valle de las montañas negras”, denominación dada por los vecinos aledaños. El gran asentamiento comunal de la ciudad de Mar del Plata para depósito de residuos urbanos; bullía de actividad. Poseedor de códigos propios de convivencia y supervivencia. En su mundo de leyes no escritas, Manuel, fatigado pero feliz; continuaba su peregrinar entre las virtudes desechadas. Había logrado su cometido y demostrado su valía. Entre sus pares; como antiguas tribus, marcaba la diferencia.

              Manuel no olvidaría jamás su odisea; ni sus siete años sin tiempo.-

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