jueves, 15 de abril de 2010

Héctor Zabala-Buenos Aires, Argentina/Abril de 2010


EL VERDUGO
de Arthur Koestler

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
–¿Por qué prolongas mi agonía? –le preguntó–. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
–Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.



PEQUEÑO ENSAYO SOBRE “EL VERDUGO”
por Héctor Zabala

Para cuando Arthur Koestler escribió este cuento (mediados del siglo XX), casos de cabezas cortadas parlantes ya no eran novedad en literatura. Recuerdo, a vuelo de pájaro, que en Las mil y una noches (circa siglo IX) un médico es ejecutado por un déspota desagradecido [1], en parte por causa del delito pero mucho más por saciar su curiosidad perversa de ver el prodigio que el mismo matasanos le había anticipado respecto de las peculiaridades de su propia testa. Pese a este antecedente y otros –que seguramente el lector podrá encontrar por ahí– la cosa está muy bien contada por Koestler.
Comprendo que el tema de la pena capital le crispe los nervios a mucha gente, pero no olvidemos que esto es ficción y, además, de género fantástico, ni siquiera realista. Por otro lado, hasta una época tan cercana como el siglo XIX, la pena de muerte era la forma habitual de castigar delitos graves en todo el mundo y por ende hay que pensarlo en su contexto antiguo, no como personas del siglo XX ni del XXI. Tampoco Koestler está abogando aquí por la decapitación ni haciendo la apología de la pena de muerte sino que apunta a otra cosa. 
Por lo tanto, veamos esa ejecución de una manera menos subjetiva y emocional, que es como la habrían visto tanto los verdugos como los legisladores y jueces de tiempos antiguos:
Objetivo 1) ¿Cuál era el objetivo oficial y práctico de una ejecución con espada? Lograr matar al reo lo antes posible. Y esto debe aceptarse porque de lo contrario se hubiera legislado (o sentenciado, de permitirlo la ley) algún tipo de ejecución distinta.
Objetivo 2) ¿Cuál fue el objetivo personal del verdugo Wang Lun? Hacer un corte tan perfecto que la cabeza del reo quedara en su sitio. Con esto evitaba el bochornoso y desagradable rodamiento por el suelo y, por otra parte, se probaba a sí mismo que era capaz de la mayor perfección.
Citemos de paso que, durante siglos, la China fue famosa por todo lo contrario: sus ejecuciones a muerte lenta. Y esto, dada su erudición, Koestler no podía ignorarlo; de ahí que quizás eligiera ese país con mayor motivo, a modo de doble paradoja.
¿Qué resultó de esto? El verdugo Wang Lun logra al fin el corte perfecto, pero debe resignarse a que el reo no muera enseguida. Y hasta debe condescender a que siga caminando contra todo pronóstico posible y encima aguantarse la indignada recriminación del otro por su falta de humanidad. Porque, ¿qué venganza me queda contra los insultos de un reo a quien ya le corté la cabeza? O, visto desde el otro lado, ¿qué cosa peor puedo temer de un verdugo una vez que ya perdí la cabeza? Dentro del mundo del absurdo, esto no deja de ser también otra ironía.
Koestler nos da a entender que el corte fue tan instantáneo y certero que todas las conexiones nerviosas y circulatorias quedaron partidas pero cohesionadas a nivel molecular por lo perfecto del sablazo. Obviamente, aquí la historia se aleja por completo del género realista.
El resultado final fue que el verdugo logró el Objetivo 2 pero a costa del Objetivo 1, que era el fundamental y por el cual le pagaban un sueldo. Es decir, que la celeridad y perfección del corte no implicó una muerte rápida.
El cuento, más allá de la crueldad argumental, apunta a enseñarnos una lección: con la perfección absoluta, sólo logramos la imperfección. Y esto me recuerda lo que muchas veces se lee en textos administrativos y económicos cuando se insiste que una entidad, país o empresa debe ser eficiente hasta el límite: cuidado, no sea cosa que, en pos de lo excelente, acabemos por no hacer lo bueno.
De ahí entonces que, según entiendo, El verdugo sea una gran ironía contra la búsqueda de la eficiencia absoluta, ironía que utiliza como pretexto una metáfora literaria a manera de planteo absurdo con el fin de provocar un mayor efecto en el lector.

[1] Mil y una noches, Historia del visir del rey Yunán y del médico Ruyán (noches 4ª y 5ª).

No hay comentarios: