La noche se viste de amanecer, de luces doradas, de niebla viscosa. Acercarse a la fiesta, atropella los corazones. La oscuridad, mala compañía, se deja aspirar por el bullicio. El redoble de tambores cubre ásperamente cada eslabón de cautiverio. Las banderas rojas, tremolan, barren las estrellas, airean el sopor del verano, acarician las aguas del río.
El río, Padre de las Aguas, no detiene su rumbo silencioso, bebe el bullicio, pinta el milagro, traslada el meneo de caderas sobre su espejo.
Víspera de la Epifanía del Señor . Todo el barrio de Cambá Cua cimbra al ritmo de cadenas, la murga despega mensajes de la mojiganga.
¡Vamos, madre!...Vamos a la “cueva de los negros”… ¡La fiesta del Rey San Baltasar, madre!... Nuestros pies no están cautivos… Nos llevarán hacia el candombe… Escuche madre… No tema… son esclavos, solo mueven sus cuerpos, no tienen alma, son negros…
La madre, sin apego, sin voluntad, sostiene la mano mestiza de su hija ciega. Oculta su vergüenza con el rebozo de culpa.
Una lejana noche de San Baltasar, cedió a las bombillas de todos colores, amó y fue amada, ocultó la amarradura en su vientre blanco.
La noche partió con el río. El amor, se esfumó en la algarabía. La vida tejió la liturgia blanca y la ceremonia negra.
¡Vamos, madre!... clama la niña. Vamos, hija…Mañana regresará el Rey San Baltasar, llegará a la casa, golpeará a la puerta, le regalará una tea roja, una falda blanca, un tambor a nombre de su padre esclavo.
No me haga caso, siga soñando que a nadie interesa urdir nuestra historia.
1 comentario:
Nina: un hermoso relato. Una luz entre blancos y negros.Felicitaciones, te saluda,
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