sábado, 22 de enero de 2011

Trinidad Aparicio-Barcelona, España/Enero de 2011


MADRE  JOROBADA



 Cuento andino.
Fantasía. 


En el santuario, cundía la alarma y el desconcierto. Alguien descubrió el escondite de las flautas mágicas y se las llevó. Si bien el jefe de esa región andina era pacificador, verdad es que también era  al máximo supersticioso. Las flautas en si, habían sido bendecidas por el dios Virachoca y se suponía que tenían un poder sobrenatural. Transmitiendo mensajes con ellas habían salido vencedores de todas las reyertas sostenidas contra los Kollas u otras agrupaciones rebeldes a la política de los Incas. La desaparición de las flautas pues, le restaba poderío al jefe; en consecuencia,  ese hecho, además de ser un sacrilegio era también una amenaza.

Luego de mucho pensar y consultar con sus hechiceros se decidió qué: si al aparecer la Luna, "madre jorobada", el ladrón no hubiese restituido las flautas, merecería el castigo de morir decapitado.
           
Las sospechas, derivadas de una minuciosa investigación, recayeron sobre un joven quechua, llegado recientemente de la zona templada, cuyo único delito fue  haber desoído las advertencias de sus mayores antes de marcharse a recorrer nuevos senderos.

Consternado el muchacho, al enterarse del peligro que se cernía sobre su cabeza, pidió hablar con el gran jefe. No fue la cosa fácil, pero cuándo estuvo frente al gran jefe,  sabiendo lo supersticioso qué éste era, armó su defensa  base a un ardid.

Deshilachó de su atuendo un hilo de plata por cada día en que tardaría en aparecer la "madre jorobada", y habló  de esta manera:

"Poderoso gran jefe, parad atención a lo que a continuación os digo: Si mi muerte aconteciera de manera tan injusta,  nuestro gran padre el sol, no os lo perdonaría. Cada uno de estos siete hilos representa una generación de mis antepasados, con humildad,  frente al gran jefe imploro a sus espíritus. Todos juntos harán, para demostrar mi inocencia, qué al despuntar el alba del día señalado, aparezcan las flautas en el santuario de lo contrario el culpable se convertirá en una roca calcinada". Dicho esto trenzó los siete hilos y entregándolos  al gran jefe, le pidió que difundiera a su pueblo lo dicho por él allí.

Anikay, hija de Ñununku, jefe de menor jerarquía, tenía la certeza de qué su padre, por ambición de poder y con el objetivo de dar motivo a una guerra, había sido el autor del robo. Recordaba que cierta noche lo descubrió  agazapado en la oscuridad esperando ver los fogones apagados para salir corriendo hacia el santuario. Enamorada como estaba del gran jefe, temiendo qué algo malo le sucediera a su amado, amenazó a su padre con arrojarse desde el Huayna  Picchu si no desistía de su intento.

Así las cosas, el día  en qué la Luna, "madre grande" debía ceder la noche a la Luna "madre jorobada" el cielo se vistió de negro; el viento se enfureció y un fuerte vendaval arremetió contra las aguas del  río. Pero… al amanecer, el cielo se despojó del luto, el viento se volvió brisa, se alisaron las aguas del río y en el límpido firmamento antes de salir el Sol, brilló la Luna "madre jorobada" con un resplandor desacostumbrado. Las flautas mágicas habían aparecido y cien quenas sonaban festejando  el acontecimiento.

 Por supuesto, no hubo decapitación ni sacrificio, ni roca calcinada. Todo terminó en una gran fiesta. Al joven quechua, lo despidieron con todos los honores por tener el poder de comunicarse con los espíritus;  Anikay, se casó con el gran jefe y para preservar su felicidad y a la vez  proteger a su padre de la ira de su esposo, supo muy bien guardar su secreto.

10/10/00.

1 comentario:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

TGrinidad: qué lindo relato!!! muy buen tema, por cierto y bien desarrollado. Felicitaciones amiga querida. Te abraza,