IDENTIDAD
Donde la soledad escucha los velados
sonidos que el tiempo emite, allí, donde la lluvia es nostalgia, existen
pueblos antiguos.
Han echado raíces en los cerros, a
orillas del Altiplano, donde el cielo es el milagro y el río es un misterio.
Los he visto con el sol generoso del
mediodía y en la clara quietud de noches consteladas.
Habitan entre pircas ancestrales, permanecen
como paradigmas incorruptibles, siempre en pie; soportan recuerdos punzantes,
evocan ausencias.
Son promesantes del sol, peregrinos
de la altura, enemigos férreos de la sombra, respetuosos del silencio,
custodios inflexibles del pasado. Honran la Tierra y su destino es eterno.
En secreto van trepando las laderas.
Con constancia milenaria avanzan, aún en las noches más oscuras; cuando la luna
se hace cómplice, se encaminan y se elevan.
¿Cardones? ¡Así se empeña en
llamarlos la gente! Pero yo los he descubierto prosperando sin prisa, a plena
luz.
Juro que los he visto y que ellos me han
reconocido anhelando mis raíces… y me han llamado.
¡Es cierto que ascendí con ellos!
Hemos sorteado las mismas piedras.
¡Me han alentado a vencer cada repecho!
En las tardes en que el viento se
hace música, cuando roza sus espinas, de sus voces melodiosas surgen verdades,
como antiguas plegarias desde el punto clave de la Historia.
Una noche luminosa he acudido a la
cita. Pude oírlos. No gritan. No susurran. Simplemente me han nombrado en la
lengua originaria.
Desde entonces... ¡yo comprendo
tantas cosas!
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