VIVIENDO
UN ENSUEÑO
La Feria Regional
exponía los más diversos progresos en cuanto a manufacturas de última
generación y tecnología. Yo estaba trabajando en el Stand de una subsidiaria
alemana que exhibía modernas máquinas de escribir, armadas en el país.
Entre el gentío que circulaba
por los pasillos del gran recinto, de pronto reparé con sorpresa que en el
Stand de maquinaria agrícola, atendía un hombre relativamente joven. Pienso que
lo de relativo es válido, porque su cabeza rubia estaba raleando en la corona.
No le vi la cara, en ese momento estaba inclinado. Pensé que a este personaje
ya lo había visto en alguna otra ocasión. Posiblemente en mi oficina o bien en
el bus, en los trayectos diarios hacia la Feria. Aquel día ya
había llegado la hora de cierre, ordené mis papeles, folletos, y guarde todo el
material, como habitualmente lo hacía. Mi secretaria tuvo algo que hacer, se
había marchado antes. Al cerrar la cortina metálica, di una mirada al personaje
que había llamado mi atención. Me estaba observando y ésto me produjo un estado
de nerviosismo extraño. ¡Sí!, estaba segura de haberlo visto en alguna parte.
Lo vi hacerme un cordial gesto de despedida. Creo que me puse colorada, di
media vuelta y me puse el abrigo negro sobre mi traje también negro. Estaba de
luto debido al reciente fallecimiento de mi madre, con quien había compartido
sus últimos años.
Al día siguiente, busqué
con la mirada al hombre del Stand, pero no estaba, en esta ocasión lo atendía
un jovencito que se mantuvo hasta el día anterior a la finalización de la
muestra.
Cada día, al prepararme
para ir a mi trabajo y mientras me miraba en el espejo y en mi mente se alojaba
la imagen de aquel hombre, preguntándome ¿dónde lo había visto?
El último día llegué muy
bien vestida, me había mandado a confeccionar un traje con mi costurera
permanente, quien en esta ocasión me dejó completamente feliz. La imagen que me
devolvía el espejo reflejaba una mujer de treinta años, de buen físico, piernas
y busto moderados y un rostro donde cualquier maquillaje cambiaba positivamente
el conjunto. Este día, al llegar al Stand…! Sorpresa, ahí estaba él!
Creo que sentí un golpeteo
en el pecho que me pareció extraño. No sé si lo soñé o fue real. Me fue a
saludar y a comentar acerca del desarrollo de la muestra. Dijo su nombre.
Ignacio. Yo lo encontré muy acorde con su personalidad. Conversador, alegre y
todo cuanto admiro en un hombre. Aunque gran experiencia no tengo porque a mis
años nunca he tenido un candidato, ni para pololear, sólo he tenido amigos
informales. Le dije mi nombre, pero cuando me preguntó donde vivía, desvié la
conversación. Cuando todos nos retiramos coincidimos en el bus de camino a
casa, pero íbamos en asientos separados. Yo contemplaba el mar, era verano y
una luna llena hacía una senda luminosa en las aguas calmas de la bahía. Ahora
veía este panorama como si tuviera, por primera vez, una ilusión por un hombre
a mi medida.
Pronto me reintegré a las
oficinas de la firma para la cual trabajaba. El tipo se me había grabado en el
pensamiento, lo veía pasar una o dos veces a la semana, por la acera que
correspondía a mi ventana. Por ella podía observar gran parte de la calle a
través de un visillo que había descorrido a propósito. Al cruzarse
nuestras miradas, me saludaba con una sonrisa.
Un día me esperaba al salir
del trabajo y curiosamente caminó a mi lado hasta llegar a mi domicilio, no me
dijo ni media palabra. Sólo sentía el sonido sincrónico de nuestros pasos en el
silencio de la calle adoquinada. Ahora yo vivía en la casa que compartía con
mis hermanas, a quienes nunca me habría atrevido a contarles sobre esta
aventura.
Al despedirse me dio un
beso, ante este avance romántico, cerré los ojos y no supe qué hacer, porque de
pronto estaba sola, el hombre había desaparecido, como quien apaga un
interruptor.
Una semana después, otra
vez me esperaba a la salida, yo estaba ansiosa por saber detalles de su vida,
pero no me hablaba y no sé por qué razón yo tampoco lo hacía. Nos dirigimos al
parque. Ese atardecer caluroso, nos sentamos en un banco que estaba solitario
bajo un árbol frondoso, ocultándonos de las miradas curiosas de los que pasaban
por la vereda cercana. Me tenía tomadas las manos, luego me besó, me besó
muchas veces. Yo me sentía arder de vergüenza, pero no me podía negar porque
este hombre me había hechizado desde que lo vi. Creo que por primera vez estaba
realmente enamorada. Ya estaba oscuro cuando recapacité, estaba sola en el
banco, sin embargo sabía que ese hombre me había hecho su mujer casi sin darme cuenta.
Sólo recordaba sus caricias recorriendo todo mi cuerpo. Sin embargo mis ropas
se veían tan ordenadas como siempre.
Llegue a mi casa y pensé que
este asunto romántico ya había avanzado demasiado, le tenía horror a una
maternidad sin estar casada. Tome la firme determinación de acabar esta extraña
aventura en beneficio de mi salud mental. Sin decírselo a nadie, opté por
buscar compañía. A la salida de mi trabajo, siempre me iba con alguna amiga o
compañero que hacía el mismo recorrido mío. Cuando iba a mitad de camino lo
divisaba parado en una esquina, como espiándome para saber con quien me
juntaba. Imaginé que el hombre me estaba acosando. Un día supuse que algo le
habría pasado porque dejé de verlo. Pero el hecho que no apareciera me hizo sentir
más tranquila, aunque pensé que era una crueldad de mi parte. Y ese
contrasentido me puso bastante irritable.
Como en una nebulosa recuerdo
que, de pronto empecé a sentir una extraña euforia, o más bien un estado de
ánimo que no podía controlar. Algo atisba mi mente a recordar de aquel momento,
podría decir de insanía. Creo que me exalté más de la cuenta por algo que me
contradijo mi jefe, sin gran importancia. En ese momento mis hermanas
decidieron internarme, contra mi voluntad en una Clínica, donde me borraron
hasta el último pensamiento. Fue como nacer de nuevo.
Con los años supe que este
romance, nunca existió. Ignacio, era el nombre del doctor que me atendía, y lo
más importante, mi virginidad siempre ha permanecido intacta.
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