domingo, 20 de marzo de 2016

Nechi Dorado-Argentina/Marzo de 2016



¡¡¡¡Ay, qué pena!!!!

Se desperezaba el sol guardando en la estrella más lenta el resto de sueño que se negaba a dejarlo. Anunciaba un día espléndido desplegando su hermosa capa celeste. Karina se despertaba de a poco, tan remolona ella. Saltó de la cama, puso su CD preferido antes de abrir la canilla de la ducha para bautizar el nuevo día.
-Llegó la primavera, se dijo mientras el agua se deslizaba como cascada sobre su cuerpo, dejó la puerta entreabierta, total estaba sola como siempre. La voz de Joaquín Sabina envolvía cada rincón de la casa, Karina cantaba con él: “peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar…”
Desayunó, se vistió, maquilló a la ligera su carita joven y partió como todas las mañanas rumbo a su oficina. –Uno no sabe para qué trabaja, si al fin nunca se llega a fin de mes, pensaba mientras apuraba el paso para no llegar tarde.
-Vienen tan duros los inviernos, si consiguiera esta primavera mantener un poco de calorcito, seguro será más suave el próximo, está tan loco el tiempo. No, no es el tiempo, somos nosotros. No, tampoco nosotros, son algunos ¿por qué cargar con culpas que no tengo?
-Con el daño que están haciendo no hay planeta que resista, no se por qué el dinero vuelve a la gente tan irresponsable. La cabecita de Karina parecía un bólido disparado pero siempre con un rumbo fijo.
-Al salir de la casa se le ocurrió juntar rayitos de sol para guardarlos en un bolsillo del alma. Al llegar el invierno los soltaría para sentir un poco  de calor, pero así como creía atraparlos, se le  escapaban brillando.
-Al llegar a la oficina  arrancó, para guardar en su cartera,  la hoja del almanaque que testificaba que ese día nacía la primavera aunque nunca se le hubiera ocurrido encadenarla como esa vez.
Con los rayitos no pudo, se fugaban entre sus dedos  y la saludaban desde lejos. –Niña comprende, no todo puede encerrarse, le dijo uno al oído antes de echarse a volar tan libre como hubo nacido.
 –Ay qué locura, pensó Karina, pretendí encerrar la libertad, cosa más tonta e injusta. – Si al fin lo que hace falta es calor humano, no es el sol el que tiene la culpa…

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