LA
ÚLTIMA DE LOS ROMANOV
La Cátedra de Ciencias Políticas de
la Universidad Libre
de Berlín anunciaba en el Suplemento literario del domingo “Gran disertación de
la última descendiente de los Romanov”. Grande fue su sorpresa ante semejante
invitación, sorpresa que la dirigió hacia la Casa de Altos Estudios. Su burbujeante curiosidad
le devoraba las entrañas, acometió sus recuerdos.
·
¿Será
verdad? ¡No puede ser!. Debe ser una impostora - decretó en su silente
interior.
Esbelta mujer de anchas caderas y fina
cintura, estilizada, piernas largas y
rasgos distinguidos cuyo almanaque marcaba muy bien vividos cincuenta y
tantos. Ingresó al Aula Magna y eligió
un lugar alejado del centro de la escena. Un lugar que le permitiría pasar
inadvertida y desde cuyo ángulo lograba observar a la disertante con ojos
expectantes y mirada crítica. Se hundió muy suavemente en una de las mullidas
sillas de fina pana.
Hacía ya trece años en que había finalizado la
gran contienda en Europa. Se había graduado en Ciencias Políticas en la Universidad libre de
Berlín, donde la disertante se estaba presentando como la única sobreviviente
de la gran masacre que los bolcheviques habían cometido en Rusia contra la
familia real reinante en aquel entonces, apenas diecisiete años de iniciado el
siglo XX.
La sala se colmó de murmullo y luego una
fresca calma. Mientras oía sin escuchar, su mente viajó en el tiempo. Recordó a
su pequeño hermano Alexis con el que había pasado los mejores años de su
infancia.
·
Recuerdo aquel primer amor en mi vida. Ese
joven soldado que se había adueñado de mi corazón y de mi inocencia. – mientras
exhalaba un denso suspiro pleno de
tristeza y desasosiego.
Al reconectarse con la disertante tomó conocimiento
de cómo narraba el masivo crimen contra los Romanov. Relataba con inciertos
pormenores su huída del infierno en aquel sótano de la casa Itapiev, al que
habían sido trasladados mediante un ardid: ofrecerles un lugar seguro antes de
partir de Rusia.
·
No fue así. Recuerdo el primer disparo contra
mi padre. Mi padre! Un hombre de paz, sencillo, amable. Fue un hombre diferente
a sus antecesores: el terrible Iván y Pedro el Grande, quienes afianzaron su
poder mediante la venganza y la crueldad.
·
Mi padre tuvo que asumir muy intempestivamente
el poder, sin tener la mínima noción de cómo gobernar, ni siquiera sabía cómo
dirigirse a sus ministros.
·
Esa impostora osa relatar una historia
fabulada. Ofende a los oyentes con su insolencia.- decretó en un estado de creciente
efervescencia, a punto de estallar. Desea reaccionar, pero… el sentido común la frenan en su
embestida. Elige callar!
La disertante responde preguntas de los
presentes. En cada respuesta la oyente lee una nueva ofensa hacia la verdad
oculta. Se ofusca en lo más profundo de su ser, cuando la oradora se atreve a
mencionar los errores políticos del Zar Nicolás II. Menciona el apoyo a Serbia
contra Austria, y exalta las humillantes derrotas sufridas por el ejército ruso
a sus órdenes.
·
No puedo continuar en silencio!
Recuerda como aquel joven soldado logró
rescatarla de entre los cuerpos masacrados por las ráfagas asesinas de los
fusiles Mosin Nagant.
·
Aquel gran amor me rescató del inmenso charco
de sangre imperial derramada, luego de remover los cuerpos ajusticiados. El
cuarto se había llenado de humo por la deflagración de las armas utilizadas y
ennegrecía la escena.
·
Recuerdo sus brazos, fuertes y decididos,
cuando partió en dirección al denso pinar cercano, cargándome cual frágil
figura de porcelana.
·
Recuerdo también la pequeña cabaña al borde de
los Urales. Curó mis leves heridas recibidas por los proyectiles desviados al
rebotar contra las joyas de piedras preciosas que había cosido en el interior
de mi ropa de viaje.
Ya no podía contener el volcán que desbordaba
su esencia. Perdió la postura imperial que la distinguía de los demás presentes
e interrumpió a la expositora:
·
Señora, según sus relatos, usted parece ser
quien no es. Me permito disentir con usted. La conmino a realizarse un análisis
de ADN para confirmar su dudosa identidad.
El silencio en el auditorio se tradujo en una
gélida atmósfera. Los oyentes, clavados en sus butacas, no daban crédito a sus
oídos. No osaban siquiera pestañear.
·
Señora, como dijo usted que la salvaron? La
disertante enmudeció, balbuceó unas frases inaudibles y se retiró ofuscada de
la sala.
Un periodista se atrevió a cortar el silencio.
·
¿Y usted, Señora? ¿Quién es?
En ese instante se percató de su desvarío y
llegó a formular en su frenética mente: - Nadie sabe que yo en realidad
soy la gran Duquesa, hija del zar Nicolás II.
No podía darse a conocer como Anastasia
Romanov. Sus documentos la identificaban como Olga Tatiana Alexeieva. Había
elegido el nombre de sus hermanas, y el de su adorado hermano transformándolo
en el apellido de su nueva identidad.
Se levantó de su asiento y sin decir palabra
abandonó el aula para no volver nunca más.
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