jueves, 22 de septiembre de 2016

Bruni Burger-Argentina/Septiembre de 2016



LA ÚLTIMA DE LOS ROMANOV   
La Cátedra de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín anunciaba en el Suplemento literario del domingo “Gran disertación de la última descendiente de los Romanov”. Grande fue su sorpresa ante semejante invitación, sorpresa que la dirigió hacia la Casa de Altos Estudios. Su burbujeante curiosidad le devoraba las entrañas, acometió sus recuerdos.
·          ¿Será verdad? ¡No puede ser!. Debe ser una impostora - decretó en su silente interior.
Esbelta mujer de anchas caderas y fina cintura,  estilizada, piernas largas y rasgos distinguidos cuyo almanaque marcaba muy bien vividos cincuenta y tantos.  Ingresó al Aula Magna y eligió un lugar alejado del centro de la escena. Un lugar que le permitiría pasar inadvertida y desde cuyo ángulo lograba observar a la disertante con ojos expectantes y mirada crítica. Se hundió muy suavemente en una de las mullidas sillas de fina pana.
Hacía ya trece años en que había finalizado la gran contienda en Europa. Se había graduado en Ciencias Políticas en la Universidad libre de Berlín, donde la disertante se estaba presentando como la única sobreviviente de la gran masacre que los bolcheviques habían cometido en Rusia contra la familia real reinante en aquel entonces, apenas diecisiete años de iniciado el siglo XX.
La sala se colmó de murmullo y luego una fresca calma. Mientras oía sin escuchar, su mente viajó en el tiempo. Recordó a su pequeño hermano Alexis con el que había pasado los mejores años de su infancia.
·         Recuerdo aquel primer amor en mi vida. Ese joven soldado que se había adueñado de mi corazón y de mi inocencia. – mientras exhalaba  un denso suspiro pleno de tristeza y desasosiego.
Al reconectarse con la disertante tomó conocimiento de cómo narraba el masivo crimen contra los Romanov. Relataba con inciertos pormenores su huída del infierno en aquel sótano de la casa Itapiev, al que habían sido trasladados mediante un ardid: ofrecerles un lugar seguro antes de partir de Rusia.
·         No fue así. Recuerdo el primer disparo contra mi padre. Mi padre! Un hombre de paz, sencillo, amable. Fue un hombre diferente a sus antecesores: el terrible Iván y Pedro el Grande, quienes afianzaron su poder mediante la venganza y la crueldad.
·         Mi padre tuvo que asumir muy intempestivamente el poder, sin tener la mínima noción de cómo gobernar, ni siquiera sabía cómo dirigirse a sus ministros.
·         Esa impostora osa relatar una historia fabulada. Ofende a los oyentes con su insolencia.- decretó en un estado de creciente efervescencia, a punto de estallar. Desea reaccionar,  pero… el sentido común la frenan en su embestida. Elige callar!
La disertante responde preguntas de los presentes. En cada respuesta la oyente lee una nueva ofensa hacia la verdad oculta. Se ofusca en lo más profundo de su ser, cuando la oradora se atreve a mencionar los errores políticos del Zar Nicolás II. Menciona el apoyo a Serbia contra Austria, y exalta las humillantes derrotas sufridas por el ejército ruso a sus órdenes.
·         No puedo continuar en silencio!
Recuerda como aquel joven soldado logró rescatarla de entre los cuerpos masacrados por las ráfagas asesinas de los fusiles Mosin Nagant.
·         Aquel gran amor me rescató del inmenso charco de sangre imperial derramada, luego de remover los cuerpos ajusticiados. El cuarto se había llenado de humo por la deflagración de las armas utilizadas y ennegrecía la escena.
·         Recuerdo sus brazos, fuertes y decididos, cuando partió en dirección al denso pinar cercano, cargándome cual frágil figura de porcelana.
·         Recuerdo también la pequeña cabaña al borde de los Urales. Curó mis leves heridas recibidas por los proyectiles desviados al rebotar contra las joyas de piedras preciosas que había cosido en el interior de mi ropa de viaje.
Ya no podía contener el volcán que desbordaba su esencia. Perdió la postura imperial que la distinguía de los demás presentes e interrumpió a la expositora:
·         Señora, según sus relatos, usted parece ser quien no es. Me permito disentir con usted. La conmino a realizarse un análisis de ADN para confirmar su dudosa identidad.
El silencio en el auditorio se tradujo en una gélida atmósfera. Los oyentes, clavados en sus butacas, no daban crédito a sus oídos. No osaban siquiera pestañear.
·         Señora, como dijo usted que la salvaron? La disertante enmudeció, balbuceó unas frases inaudibles y se retiró ofuscada de la sala.
Un periodista se atrevió a cortar el silencio.
·         ¿Y usted, Señora? ¿Quién es?
En ese instante se percató de su desvarío y llegó a formular en su frenética mente: - Nadie sabe que yo  en realidad  soy la gran Duquesa, hija del zar Nicolás II.
No podía darse a conocer como Anastasia Romanov. Sus documentos la identificaban como Olga Tatiana Alexeieva. Había elegido el nombre de sus hermanas, y el de su adorado hermano transformándolo en el apellido de su nueva identidad.
Se levantó de su asiento y sin decir palabra abandonó el aula para no volver nunca más.

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