lunes, 25 de septiembre de 2017

Rolando Revagliatti-Argentina/Septiembre de 2017




Irma Verolín: sus respuestas y poemas

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti


Irma Verolín nació el 8 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en grupos de estudio particulares. Entre otros, obtuvo el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea” (por su novela inédita “La mujer invisible”), el Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, el Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos. Ha sido traducida al inglés y al alemán. Es autora de ensayos literarios y de artículos concernientes a su condición de Maestra de Magnified Healing y de Reiki. Ha publicado los libros de cuentos “Hay una nena que gira” (Premio Fondo Nacional de las Artes 1987), “La escalera en el patio gris” (Primer Premio de Encuentro de Escritores Patagónicos), “Una luz que encandila” (Premio Ciudad de El Colorado, provincia de Formosa, 2010) y “Una foto de Einstein tocando el violín” (Primer Premio IX Concurso Nacional “Macedonio Fernández”); las novelas “El puño del tiempo” (Premio Emecé 1993-1994) y “El camino de los viajeros” (Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, Ediciones UNL, 2012); el poemario “De madrugada” (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014). Es también autora de literatura infanto-juvenil: “La gata sobre el teclado”, “La lluvia sobre el mundo”, “La fantástica familia Fursatti”, “El misterio del loro”, “El ferretero del tornillo perdido”, etc. Por su libro “Los días” (inédito en proceso de edición ) obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Fundación Victoria Ocampo  “Horacio Armani”  2014). Su quehacer ha sido incluido en antologías nacionales (citamos “Mi madre sobre todo”, compilada por Marta Ortiz y Gloria Lenardón, Editorial Fundación Ross, 2010) y extranjeras. Administra http://www.suryalotoreiki.blogspot.com/ y http://espiraldesaraswati.blogspot.com/





          1 — ¿Marcamos un perfil?

          IV — Con respecto a mi vida yo diría que está caracterizada por cambios abruptos. Y en esos cambios están los viajes, los traslados. Apenas nazco mi padre me lleva a Rosario donde reside la familia paterna con la excusa de bautizarme. A partir de entonces volveré muchas veces a Rosario. Cuando se produce la epidemia de poliomielitis mi madre me deja con mi abuela y ahí aprendo a caminar. Luego mi padre, que era militar, es castigado por Perón. Cosa curiosa, mi padre no era para nada antiperonista, ni siquiera quería ser militar, pero siguió el mandato de mi abuelo y creo que eso lo mató a los 38 años, el sometimiento. Él decía que un militar no tenía que estar al servicio de la política y los políticos, se declaraba en contra de los golpes de estado; lo que ocurrió durante el peronismo fue que se opuso a que los soldados cantaran la marcha peronista en vez del himno nacional. El castigo terminó siendo lo mejor que le sucedió, porque en su exilio interno en Tartagal, provincia de Salta, trabajó con los indios chiriguanos y allí logró aplicar su sentido del servicio. Mi padre no tenía una visión muy vanguardista de la política, simplemente pertenecía a la vieja escuela sanmartiniana, privilegiaba la decencia, y veía que los oficiales hacían negociados, que vivían por encima de su sueldo y eso no lo podía admitir. De entre los chicos, éramos los más sencillamente vestidos. Tampoco él provenía  de una familia patricia; pudo estudiar en el Colegio Militar porque fue becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era ridículo que pensara que los militares no hicieran golpes de estado porque en realidad siempre estuvieron al servicio de la clase dominante. Eso mi padre no lo veía, pero sí la corrupción, por lo que decidió irse del ejército. Y se compró una camioneta para traer mercadería desde la provincia de Mendoza. Pero se enfermó y murió. Recuerdo que nos llevaba a mi hermano menor y a mí a las villas a jugar con los chicos los domingos, creo que esto le quedó de su trabajo con los indios. Algo había en él porque quería que tuviéramos una conciencia distinta a la del medio que nos rodeaba. Se opuso a que asistiéramos a una escuela religiosa, no era creyente, así que mi hermano y yo fuimos a la escuela pública. Siendo muy niña estuve en Tartagal con los indios. Lo sé porque hay fotos. Mi padre no tenía conciencia política pero sí sensibilidad social, no podía durar en el ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte del grupo opositor al llamado Proceso de Reorganización Nacional. Murió cuando yo tenía ocho años, en 1962. Tres años antes había muerto mi madre. Me crié con tres hermanos más, dos de ellos adolescentes, hijos del primer matrimonio de mi madre viuda. Cuando mi madre enferma de cáncer, nos reparten a todos los hermanos. Yo voy con mis abuelos paternos y con mi tío, hermano de mi padre, entonces soltero, que luego fue actor [Leopoldo Verona, 1931-2014], un actor conocido del elenco estable del Teatro Municipal General San Martín, y que durante el Proceso fue secretario en la Asociación Argentina de Actores, estuvo en la lista negra, sufrió persecuciones, militó  de joven en el partido comunista y después adhirió a la propuesta de Raúl Alfonsín. Allí con mis abuelos empiezo el preescolar y vivo de espaldas a lo que sucede. Cuando vuelvo a la casa, mi madre ya no está, mis hermanos mayores tampoco. Se recompone la familia con mi padre, mi hermanito menor, y vienen mis abuelos y mi tío a vivir en la casa. No vuelvo a  tener verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta pasados mis veinte años. Nos habían informado que estaban muertos. A escondidas vi a mi hermana a los trece años. Y a los quince. Lo que marcó un hecho importante es el contacto con mi tío actor, quien se pone de novio con la actriz Dora Prince [1930-2015] y ellos me llevan al teatro, son amigos de María Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo Alcón, y entonces en ese barrio, que no era un barrio elegante sino un barrio de tango, yo descubro la literatura pero a través de sus voces. Vienen a ensayar algunos actores que luego conformarían el grupo Stivel, entre ellos recuerdo a Alicia Berdaxagar con el negro Carlos Carela. Un mundo se abre para mí, mi tía me pide que le tome la letra que está estudiando para una obra que va a estrenar. Así, sin querer, comienzo a leer a los ocho años a Ibsen, Chejov, García Lorca. Vivo en un barrio modesto con sentido de pertenencia, con vecinos que son como parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos al teatro San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros donde ellos trabajaban. Fallecieron hace muy poco: fue muy duro para mí.
          Lo otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas donde hice el secundario por iniciativa de  mi abuela para ir a Filosofía y Letras a principios de los setenta, ese viaje como en la película argentina “Mirta, de Liniers a Estambul” [dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura], en el colectivo 109. Transité los setenta a pleno, política y culturalmente. Después, ya sabemos. Vivo sola y ya me perfilo como una mujer sola, pero a los 29 años conozco en Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de frontera” que vive en la provincia de Misiones, en el límite con el Brasil y me voy con él. Ése ha sido para mí el gran viaje. Escribí después en los noventa la novela “El camino de los viajeros”, que relata  una parte de esa experiencia y que me hizo ganar quince mil dólares con un premio que me ayudó a mudarme de casa. Ahí me conecto con los indios guaraníes. No me voy a olvidar nunca lo que sentí la primera vez que fuimos desde el pueblito perdido en el que vivíamos a la aldea guaraní (un proyecto subvencionado por los alemanes). Oscar, mi pareja, se convirtió en el médico que debió aprender a hacer medicina alopática escuchando su tradición en sanación. Podía prescribir un antibiótico según el caso pero respetaba su práctica de medicina ancestral. Ahora debo decir que en secreto le daba las pastillas anticonceptivas a la esposa del Paí. Participé a la mañana y al atardecer en el saludo al sol. Pocas veces la energía fue tan intensa en su manera de transmutarse. Bueno, lo fue con Sai Baba y en ciertas ceremonias en las que participé. Pero aquí se le sumaba la energía medioambiental de la naturaleza en aquel espacio no contaminado por la civilización. Como se dieron cuenta de que yo los quería mucho me bautizaron con un nombre en su lengua: Pará Reté Mirí. Oscar obtiene una beca para estudiar sanitarismo y viajamos a la ciudad de Córdoba. Allí residimos un año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y me convertí en narradora, participé en el Grupo Homero Manzi, que intentaba entroncar la llamada alta cultura con la cultura popular. Hice un taller de narrativa todo el año en la Sociedad Argentina de Escritores. Me separo de Oscar y vuelvo a Buenos Aires. Mi contacto con Misiones continúa. Viajo también a Corrientes y a Santa Fe, provincias que me mantuvieron ligada con el litoral. Cuando publico mi primer libro viajo a presentarlo a Santa Fe. Como en Buenos Aires, es Libertad Demitrópulos la que se ocupa de eso, así que viajamos ella, Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo. Después viene mi quiebre a los treinta y cinco años, debo recuperarme y así llega casi milagrosamente el viaje a la India. Me hice vegetariana primero y fue tan natural, desde chica había rechazado comer carne. Desde 1990 que no como carne y eso ayuda mucho en la meditación. Todo es antes y después de ese viaje a la India. 


          2 — Otro mundo.

          IV — Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando con lo literario hasta cierto punto, pero que de algún modo siguió un camino paralelo sin ensartarse completamente.  Debido a que desarrollo una práctica privada, personal, fuera de mis artículos sobre calidad de vida, no hay material visible. Justamente hace un momento, hablando con el poeta Luis Bacigalupo, decíamos de lo intransferible de estas experiencias interiores. Qué otra cosa más que fotos, mis diplomas de maestra en Reiki o Magnified Healing o de todos los otros cursos que hice puedo dar como testimonio palpable. Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí, escribir siempre crea espejos que nos resultan útiles. 
          Me acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta Susana Villalba para el diario “La Prensa”, yo le hablé de esta búsqueda y ella me dijo: “En tu literatura no se ve lo espiritual.” Y es cierto, en la narrativa yo no lo expreso ni siquiera como un ángulo de mirada. Sospecho que debe estar subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué bastante y en editoriales importantes e incluso gané dinero, pensé que la literatura infantil me iba a permitir transmitir el sistema de valores humanos del hinduismo. Algo hice, en la actualidad publico poco y nada para chicos. Obtuve una primera mención en un concurso de ensayo en ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) sobre literatura infantil, basado en este esquema. No sé si ahora con la poesía lograré que estos mundos se enlacen más. En realidad, estos dos mundos son por un lado la literatura, la palabra escrita en sus distintas variantes, por supuesto, y por otro la búsqueda de comprensión sobre la vida que se podría llamar “espiritual”, pero ese es ya un término antiguo, mejor es llamarlo “autoconocimiento”, incluye los últimos  hallazgos científicos, roza la filosofía pero abarca otras zonas, como las de la autosanación. Situarlo en la frontera de lo espiritual, o sea arrinconarlo fuera del espacio del mundo, es también una antigüedad, porque los avances en física nos demuestran que aquello que las religiones tradicionales codificaron con el objeto de darle elementos a la gente para vivir más allá de lo rudimentario, tiene hoy su explicación en la ciencia, por lo que la humanidad va hacia la unificación de las religiones, en tanto sistemas operativos de las distintas culturas, para comprender eso no tan visible pero existente. Ahora, que ciertas religiones hayan utilizado su saber para dominar a la gente y obtener poder mundano es otra cuestión que no invalida la verdad de lo que sostenían. Este camino que yo emprendí no es precisamente un camino religioso, aunque “religión” significa “religar”, unir lo que está separado. En Occidente, la manera de entender el mundo siempre se ha basado en la división, la separación, la lucha. Yo encontré una mirada nueva desde la visión hinduista que no es una religión sino una cosmovisión, de allí que Gandhi pudiera aplicar todo ese conocimiento para vencer al imperio más grande de su tiempo: el inglés; por eso asocio a Gandhi con el Che Guevara, la fuerza de la propia convicción por encima del poder económico demuestra que hay algo más fuerte que lo material. Estando en La Habana, en el Museo de la Revolución, en el año 2000, me sorprendí escuchando un discurso que en primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi; pensé: “Tradujeron a Gandhi”. Luego miré: salía de un televisor. Era el Che. Su concepto del hombre nuevo no está nada distante del pensamiento de Gandhi. Fui hilando y trabajando este pensamiento integrador entre Oriente y Occidente y aplicándolo a mi necesidad de comprender lo que me ocurría como persona. El siglo XXI, como ya lo estamos percibiendo, es el de integración de lo diverso, de lo diferente, las nuevas leyes en nuestro país dan cuenta de eso. Ya no se trata de escoger esto en vez de aquello, sino de combinar cosas que parecían insolubles, ¿no? Cuando en los ochenta Nacha Guevara regresó del exilio planteando algo parecido, fui una de las primeras que equivocadamente la acusó de burguesa. Claro, yo basaba mi esquema en la visión marxista y en el psicoanálisis, pertenezco a la llamada generación psicobolche. Pero luego la vida me planteó una gran escisión, y de estar abocada a la literatura empecé a interesarme en todo esto. Llegué incluso a pensar en abandonar la literatura, cosa que finalmente hice entre los años 2001 y 2009; fueron años de lectura, profundización, y de servicio. Me llevó un tiempo comprender que trabajar el camino interior no está reñido con una visión política. Se ve claro, por ejemplo, en la cuestión del eco sistema y la actitud de Estados Unidos, que siempre es perversa. Pequeños grupos de personas que estaban en un camino de búsqueda interior en Estados Unidos comenzaron a no trabajar tanto, con lo que dejó de responder al modelo requerido de ser un consumidor, romperse el alma como un burro y enfermarse para comprar cosas con el objeto de que el sistema se perpetúe. La suma de conductas como éstas redunda en un cuestionamiento social. Lo individual es social, afecta la totalidad. No es fácil compartir esta experiencia. Comencé con la meditación que es una práctica muy común en la India y que consiste en superar la dualidad de la mente; cuando se la efectúa con constancia se aprende a detectar interiormente aquello que está oculto. El trabajo sobre la mente es el gran aporte de la India al mundo, lo vienen estudiando desde hace milenios. Una mente escindida es una mente manejable desde afuera. Me contaron amigos que fueron presos políticos, que era común en la cárcel que viniera un guardia y les diera una orden, y luego pasaba otro o el mismo y les daba la orden contraria. Es la táctica del policía bueno y el policía malo: eso debilita a la persona porque la aleja de su sentido de unidad, así se convierte en manipulable. Lo que Gandhi hacía con los ayunos y las meditaciones era conectarse con la voluntad colectiva desde adentro. Los guaraníes que conocí en Misiones tienen sus rituales y lo hacen a través del sonido. Por eso no atentan contra la naturaleza, porque su sentido de unidad viene de una práctica profunda y cotidiana. En una época aprendí calendario maya y ese aprendizaje fue revelador para mí. Los mayas consideraban que el tiempo es arte y no dinero, como dicen los yanquis, su concepto del tiempo estaba ligado al de la autotranformación como personas. Conectarse con el ser interno es una tarea como cualquier otra. Requiere trabajo diario, ejercitación, voluntad, soportar perderse en el error y volver a intentarlo.
           Como ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo tenía treinta y cinco años, tuve un quiebre muy profundo a nivel de salud y debí encarar un nuevo programa de vida. Lo que más me costaba era la idea de Dios. Pero claro, no era el Dios patriarcal y represor sino un poder superior; convivir con esa idea del poder superior fue un trabajo arduo, un poder superior, por ejemplo, es la climatología, la influencia de los astros o el tránsito de la ciudad. Es curioso, porque mi madre murió cuando tenía treinta y cinco años, y desde una visión freudiana se puede opinar mucho al respecto. Siempre estamos haciendo espejo con las figuras paterna y materna. De algún modo yo morí —o una parte mía— y cambié, como se dice comúnmente ahora, el paradigma o sistema de valores. Pero esto no implica dejar de pensar políticamente el mundo, se puede ser antimperialista y hacer prácticas de meditación u otras de armonización interna. Esa división entre lo espiritual y lo material ya es arcaica, porque lo cuántico nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se convierte en partícula (materia) y viceversa, de manera que lo menos tangible o espiritual es una continuidad de este mundo cotidiano. Para la visión hindú, Dios es materia y energía a la vez. La idea de la divinidad no está separada de la creación, en este sentido la naturaleza es divina, y en eso tiene puntos en común con la visión de los pueblos originarios de América. El escritor Adolfo Colombres antes de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear con que yo era medio guaranítica. Y con respecto a este “antes”, podría decir que desde chica había vivido experiencias que no tenían explicación y que fueron sepultadas por la visión de la ideología. Lo cierto es que luego de una serie de sueños anticipatorios voy a la India y allí estoy tres meses en un ashram. La experiencia fue absolutamente transformadora. Dejé el psicoanálisis y comencé a ahondar en esta línea a través de lecturas y prácticas. En el ashram en el que estuve se abordan los procesos interiores tomando al mundo circundante como una expresión de la propia conciencia, como una materialización o plasmación de nuestro mundo. En realidad los humanos seguimos la ley de los planetas y estrellas del cosmos, tenemos nuestra propia fuerza de gravedad y atraemos o repelemos según nuestro estado vibracional. La vibración afecta a los átomos y altera la forma en que los electrones giran alrededor del núcleo. Todo está hecho de átomos y cambia constantemente. Es el estado de nuestra mente la que modifica la amplitud de onda de las vibraciones. Así que trabajar la mente es decisivo. Volviendo al ashram de la India, se puede afirmar que el trabajo en el ashram no era muy diferente a una sesión con el psicólogo. Se comprende que es así su forma de funcionamiento. En vez de la palabra del psicólogo como interpretación que permite contrastar, se toma la respuesta del afuera a modo de interpretación. Lo sorprendente era ver lo que le ocurría a los otros también.
          Cuando volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos Sierra, en nuestra provincia de Córdoba, donde hay un centro energético de la tierra muy importante. Y en cada viaje advertí transformaciones interiores. Luego comienzo a practicar Reiki, que es una técnica de armonización energética de origen japonés. Fui haciendo los distintos niveles; lo significativo es que entre nivel y nivel estuve siete años trabajando. Actualmente soy maestra de Reiki y he iniciado a varias personas. Pero no me dedico a eso. Mediante esta técnica de sanación, que parte de una visión chamánica en Japón que también se entronca con la cosmovisión de nuestros pueblos originarios, es posible desatar nudos, abrir caminos, dispersar sombras. Durante veinte años hice sanaciones a través del Reiki que me modificaron muchísimo. Pero ahora suspendí, tengo la sensación de que esa etapa se ha cumplido. Trabajando con la energía de otras personas, incluidos mis abuelos que murieron tan ancianos, se comprende al otro sin palabras, se capta a la otra persona en lo profundo; esta experiencia es, por supuesto, intransferible. Suele suceder frecuentemente que luego de una sesión de Reiki se descubra que tanto el receptor de Reiki como el canal, en este caso yo, han visualizado las mismas imágenes. Así se puede experimentar que no existe separación entre una persona y otra, como no hay separación entre nosotros y la naturaleza. En las sesiones de Reiki se siente profundamente la compasión que es una clave para cambiar el mundo.
          A lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por distintas etapas. Lo último que comencé a practicar fue el canto védico en idioma sánscrito. Se entonan grupalmente plegarias que tienen miles de años de ser transmitidas oralmente, la vibración del sonido, como ya dije, modifica la onda vibratoria que describen los electrones que giran dentro de cada átomo y que componen las células. Es impresionante lo que puede aprenderse trabajando con el sonido. También está el conocimiento teórico. En realidad este camino se divide en cinco partes o cinco opciones posibles, es el llamado Sanatana Dharma: una es el Hatha Yoga, que es la más conocida en Occidente, el Karma Yoga, el Raja Yoga y Jñana Yoga, además del Bhakti Yoga. El más difundido en Occidente es el Hatha Yoga, que emplea el cuerpo como vehículo para el conocimiento. El Karma Yoga es el de la Madre Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo para transformar el mundo transformándose internamente como procesos simultáneos, y tampoco es inocuo aunque lo haya practicado una monja flaquita que apenas podía sostener una vela. El Jñana Yoga es un camino a través de lectura de los textos sagrados, el Raja Yoga está ligado a la meditación y el Bhakti a la adoración de esa perspectiva superior y trabaja con imágenes representativas y con sonidos. Es sencillo corroborar la correspondencia entre el hinduismo y los pueblos originarios de América en la  manera en que utilizan las imágenes de animales como representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado explicar de qué forma las palabras son puertas de conexión con otros planos, con otras dimensiones según esta cosmovisión.
          El Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso en veinte años. Ni siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho, y no lo hice por una cuestión personal. Una sesión de Reiki me lleva dos horas como mínimo, incluyo piedras o gemas, se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una limpieza energética de la habitación también. Esto sólo se puede comprender a través de la vivencia. Esa es la cuestión de este camino de aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de nada. Actualmente estoy trabajando con una línea terapéutica creada por Bert Hellinger llamado “Constelaciones Familiares”, que se vincula por un lado con la memoria celular y por otro con los aportes del biólogo Rupert Sheldrake. Para continuar hablando de estos temas reconozco que hay tantas aristas y ramificaciones en esto que no sé qué escoger. Quizá habría que hablar del ego y de los valores humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco elementos, del cual derivan un montón de valores subsidiarios de estos. Son Verdad, Rectitud, Paz, Amor y No Violencia. En sánscrito, Sathya, Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Este último fue de lo que partió Gandhi para crear el sistema que le permitió alcanzar la independencia de la India: el Satyagraha. Parece anecdótico, pero cuando se profundiza es tan clarificador. De la verdad se desprende el valor de la coherencia y de ahí lo fundamental: no mentir, no transgredir la ley social, tener unidad como persona. El tema del ego es muy vasto. En realidad en Occidente se asocia la persona con la personalidad y se ha hecho un culto de eso desde el Renacimiento. Para mí cambió el concepto de persona, la persona importa por sus valores, por su capacidad de autosuperación y de ayudar al otro a mejorar el mundo. La conciencia del mundo resulta de la suma de conciencias individuales. La idea es trabajar desde adentro hacia fuera. Reconocerse como persona para reconocer al otro. Y el servicio es fundamental. Actualmente prevalece la identificación de la persona con su rol social, con aquello que hace para ganarse el sustento, pero eso no es la persona, en la era moderna la estirpe o prosapia fue reemplazada por el dinero, ahora existen también formas equivalentes a la prosapia y el dinero como el prestigio, pero también es una falsa identidad. Competir es una tontería; Gandhi decía: “Competencia es violencia”, todo  el sistema gandhiano se basaba en la no violencia, que ha sido mal traducido en Occidente como “resistencia pasiva”. No hay nada pasivo en este modo de operar, lo que pasa es que para Occidente la acción está asociada con el cuerpo. Cuando volví de la India dije que tuve que irme a la India porque en América masacraron a los pueblos originarios, este saber estaba aquí cuando llegaron los españoles. Y todavía sigue estando. Afortunadamente en Latinoamérica estamos siendo testigos de una revalorización de los chamanes que se integran a esta búsqueda. Cuando algo tiene verdad se expresa en otro paradigma o en otra cultura de la misma forma.


          3 — ¿Así que solés “hacer apuntes cuando leo un libro de ficción, generalmente con lápiz en la primera página en blanco”?, descubro recorriendo tu blog literario. ¿Solés hacer apuntes cuando leés libros de otros géneros? ¿Qué te llevó a elegir “Espiral de Saraswati” para nombrar ese blog?

          IV — Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar testimonio, en realidad lo escribo todo, me escribo constantemente. La falta de memoria o mi natural dispersión me inducen también a eso. Pero fundamentalmente busco darle forma a lo que se me escapa. Antes llenaba fichas, de esas de cartón con letra manuscrita (tengo una sobre el “Curso General de Lingüística” de Ferdinand de Saussure guardada) y todavía lo hago, aunque prefiero abrir words en la PC. Para preparar una reseña o ensayo, esas anotaciones en lápiz realizadas con apuro en las páginas de los libros que leo, cercanas a la experiencia de lectura, son la base de lo que resultará después. Leo siempre desde el lugar del escritor, del creador, traduciendo el impacto primario de la lectura en mí, a partir de esa impronta surge la mirada y de la mirada la reflexión. El camino es siempre desde lo sensitivo. En cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que me representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del Dios Brahma, el creador en la trilogía hindú y simboliza la fuerza, el empuje de lo que comienza, Vishnú es el conservador y Shiva el destructor, sus respectivas consortes expresan energías equivalentes (para marcar una coincidencia en la trilogía maya aparecen representaciones que indican inicio, punto medio de mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales). Ninguna cosa que hacemos o hace la naturaleza escapa al movimiento de estas energías representadas, según las culturas, por imágenes diferentes. Saraswati es la protectora de las artes. Es posible que mucha gente crea que esta  denominación responde a la línea propia de la postmodernidad que escoge nombres que parecen no significar, como esos graffitis sin sentido en las paredes de la ciudad, que intentan ocupar el lugar de las consignas políticas. Puede ser considerado de las dos maneras, pero para mí Saraswati tiene un profundo significado, como se puede inferir de todo lo que dije antes. Tuve que agregarle “espiral” porque ya existía el nombre, y elegí la palabra “espiral” porque es la tendencia del movimiento propio de la energía, desde un cuerpo vivo hasta las galaxias, el movimiento es siempre espiralado.


          4 — Integrás con otras veinticinco autoras argentinas la antología de cuentos “Mujeres con pelotas” (Ediciones del Dragón, 2010), impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de María Rosa Lojo. ¿Cómo ha sido y es tu vínculo con el fútbol (y por extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has practicado?

          IV — Has hecho una pregunta que me da vergüenza responder. No soy buena haciendo deportes ni tampoco bailando. Salvo la chacarera, nada me sale bien. Durante algunos años me esforcé con el Hatha Yoga, pero no fue el camino que elegí. Ando en bicicleta y camino mucho, pero los deportes no son mi fuerte y me aburre soberanamente verlos por televisión. Mi pobre abuelo insistió en que me hiciera socia de un club en mi adolescencia. Y al final lo único que hice en el dichoso club fue un curso de danzas folklóricas argentinas. El fútbol para mí es un lenguaje extranjero. No me gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda comprender, salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una pasión, el encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo. Por ese motivo, cuando Mabel Pagano me convocó para participar en la antología, recurrí como los actores a la memoria emotiva. Mi abuelo paterno, que fue mi papá por adopción, jugó al fútbol en los años veinte, en Rosario; nos contaba anécdotas muy divertidas y me basé en el discurso de mi abuela para construir el cuento, que terminó siendo un relato bastante jocoso.


          5 — Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía bastante antes de volcarte a la narrativa.

          IV — Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a fines de los setenta a través de un grupo de teatro. Me acuerdo muy bien la noche en que fuimos a una cena en la casa de una señora que era amiga de su mujer, la mamá de Ramiro Silber, psicóloga. En esa cena estaban también el pintor Michi Aparicio y su mujer, Irene Saderman, la hija del famoso fotógrafo Anatole Saderman, quienes además eran amigos de mis tíos, pero yo no los había conocido personalmente hasta aquel día. Más tarde trabé amistad con ellos y participé de su escuela en San Isidro: “El Taller de la Ribera”, coordinando talleres literarios. En ese grupo estaba también el cineasta Gerardo Vallejo —vecino de Irene y Michi—: su esposa coordinaba el taller de teatro. Le di mis poemas a Marcos y él fue muy generoso. Luego participé en su taller en “La Casona”. Poco después integré los grupos coordinados por Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue una experiencia valiosísima porque estábamos en el momento más duro de la dictadura, y poder reunirnos y trabajar significó un refugio. Luego continué en el Teatro IFT: allí estaban también Marcelo Di Marco, con quien hice un curso, y Gustavo Geirola, que dio dos años taller. Por aquella época hice muchos cursos: con Santiago Kovadloff, Nicolás Rosa, Jorge Panesi, por citar algunos. Antes y después de irme a vivir a Misiones, fui tallerista de los grupos de Liliana Lukin, a quien considero mi maestra referencial por varias razones, entre ellas porque trabajé con ella muchos años; si bien yo me definí por la narrativa, en su taller, donde el concepto amplio de escritura lograba que se abordaran varios géneros sin entrar en conflicto, pude involucrarme con la poesía paralelamente. Recuerdo que desde Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme: “Ahí tenés una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en novela, como ella propuso.


          6 — Durante 2014 coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo de Encuentros de Narrativa en una institución: APA Artistas Premiados Argentinos “Alfonsina Storni”. ¿Cómo se generó la propuesta? ¿Qué autores participaron?

          IV — Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer algo juntas. La idea era reunir textos nuestros y leerlos en público. Pero terminamos concretando los encuentros de narrativa. El ciclo no concluyó en realidad. Este año retomamos, pero a partir de la segunda parte del año, porque quedamos un tanto extenuadas las dos. Nos exigimos demasiado. Debido a la falta de experiencia realizamos a principios de año un cronograma y comprometimos a los autores. Claro, somos serias, entonces nos leíamos durante ese mes la obra completa de los dos invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación nos superó y, como no queríamos hacer diferencias, seguimos con el mismo nivel de exigencia y el mismo rigor para que los próximos escritores y escritoras no se sintieran menos considerados que los otros. El material está grabado y tenemos la intención de hacer un libro con él. Comenzamos con María Granata, un verdadero lujo. Luego continuamos con Liliana Díaz Mindurry y Carlos Antognazzi, Jorge Paolantonio y Luisa Peluffo. Invitamos a Hernán Ronsino junto con Esther Cross, pero ese mes Esther no pudo venir por razones de fuerza mayor (vamos a entrevistarla en el futuro). El mes siguiente les correspondió la entrevista a Marta Ortiz y Beatriz Isoldi. Intentamos que no todos los convocados residieran en Buenos Aires, así es que en varias ocasiones los escritores se costearon el viaje desde sus provincias, no todas cercanas, por cierto. El último fue Ricardo Mariño, que debía hacer dupla con Germán Cáceres, que lamentablemente no pudo venir, por eso Mariño fue entrevistado solo. Y cerramos con una lectura muy jugosa en la que estuvieron Enrique Solinas, Laura Nicastro, Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens, Liliana Allami, Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la creación  de este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas Premiados Argentinos, que es una institución estupenda que nuclea a escritores, pintores, músicos y actores que han obtenido el Primer Premio Municipal y que defiende nuestros derechos, en especial lucha para que estos premios continúen convocándose y de esta forma haya más beneficiados. La Comisión Directiva es sumamente transparente y merece todo nuestro apoyo. Ahora que Inés Legarreta y yo estamos escribiendo poesía, creo que vamos a rebautizar al ciclo “Literatura en APA”, para incluir  la poesía.


          7 — Tenés abierto un canal en YouTube.

          IV — El canal surgió simplemente por agrupación de material. No existe planificación desde mí, van surgiendo eventos a los que voy, en parte, por solidaridad, otro poco por interés en difundir, subo algo. También he subido poemas míos o entrevistas que me han hecho. Supongo que seguiré sumando más material siguiendo el mismo carácter aleatorio. Eso sí, me he comprado una nueva máquina y espero filmar, mi idea es registrar en video los encuentros de APA. Veremos cómo resulta. Esto es nuevo para mí, soy un poco atrevida, no tengo demasiados conocimientos, voy avanzando a medida que voy aprendiendo.


          8 — Complementando un reportaje que te hicieran para el diario “El Litoral”, quedó allí esta reflexión tuya: “¿Qué narrador hay en mis relatos?: Una mirada infantil con cierta agudeza adulta.” ¿A toda tu narrativa? ¿Qué, de tu obra, quedaría excluida de esa aseveración?

          IV — Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de las novelas que escribí. ¿Por qué? Pues porque al ir escribiendo las novelas, he tenido una actitud deliberada, quise desarrollar distintas líneas desde la perspectiva del narrador específicamente, hubo un planteo y una intención previos. En los cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en función no digo de la historia o el asunto sino de la atmósfera o las distintas maneras de abordar el género que me  plantea un desafío en tanto debe responder a ciertos requerimientos pero necesita que se los transgreda. Si bien no podemos eludir a Poe, tampoco es legítimo hoy por hoy seguir un esquema tan rígido. Para mí esa búsqueda típica de transformación estética que buscamos los escritores de libro en libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo contrario, no es la temática lo que marca una evolución sino el empleo de los procedimientos, en este caso narrativos. Implícitamente la ley del mercado editorial parece decirnos que repitamos el esquema narrativo que es el de la novela decimonónica o realista y que en esa misma caja cambiemos los temas. Yo he hecho exactamente lo contrario: profundicé en ciertos temas recurrentes e intenté cambiar la manera de abordarlos.
          En la novela primera que se publicó bajo el título “El puño del tiempo”, me propuse trabajar un narrador que combinaba lo grotesco, lo absurdo con el lirismo. Fue como un gran contrapunto y no sé si fue comprendida por mucha gente esa propuesta. En esta novela el discurso es metonímico, hay detallismo y mucho humor, humor negro, ácido, como quiera llamárselo, pero humor al fin. En la segunda novela, que se publicó con el título de “El camino de los viajeros”, escogí un narrador que ya se hacía cargo de la historia, que no buceaba, que no merodeaba, es un narrador abarcador, la novela tiene algo de operístico y el humor está prácticamente ausente. Tiene el sello de la tragedia griega. Y el discurso es metafórico. Se nota en la voz de ese narrador el intento por sintetizar, en “El puño del tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi tercera novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea”, “La mujer invisible”, surgió en realidad de un requerimiento: me dieron la beca del Fondo Nacional de las Artes a la producción artística y la tuve que escribir dentro de un plazo. En esa novela busqué vincularme más a la tradición y, si bien me interesé en la  construcción de una atmósfera, lo que me importó más fue elaborar la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es más bien convencional. Ha salido finalista ya en dos concursos: “Honorarte”, que nunca se expidió y “Clarín”, el año pasado. Pero aún espera un editor. La novela siguiente que escribí es muy rara aún para mí, primero porque el personaje central, el que cuenta la historia es un hombre y mayor que yo; intenté desarrollar una historia en más de doscientas páginas, reduciendo el concepto de lenguaje, simplificándolo, lo que para mí es arduo porque soy más bien frondosa a la hora de narrar, tiendo a expandir. Ahora me doy cuenta de que esa novela me expulsó de la narrativa, que un germen de huida de la narración ya estaba en mí porque escogí lo extenso pero introduje una limitación muy grande. Y en ese tironeo me moví. El eje de tensión en este caso está dado entre esos dos polos: lenguaje acotado en una prolongada extensión. No sé si la novela es eficaz, sigo en la nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a escribir poesía. Lo que sí creo que hay en todos mis relatos, e incluso en ciertos giros del sujeto de la enunciación de mis poemas, es una voz empapada de dosis de jocosidad, que juega con una relativa mirada irónica combinada a su vez con lo trágico del sentido de la vida. Para mí esa tensión entre lo dual del enfoque está presente de manera constante. Y también descubro que hay un rasgo infantil en la manera de mirar, quizá de asombro. Ricardo Piglia me dijo que mi primer libro está caracterizado por la perplejidad del narrador. Álvaro Abós, después de leer “El puño del tiempo” me habló del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí, creo suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me comentó que en mis textos encontraba la ingenuidad patética de Felisberto Hernández. Siento que mi poesía arrastra esa mirada, el mismo doblez entre lo ingenuo y lo agudo o ingenioso.


          9 — Por el diario “El Territorio” de la provincia de Misiones, me entero que alguna vez se produjo un Encuentro de Escultores y Escritores, y que vos participaste. ¿Cómo se desarrolló y qué produjo ese encuentro?

          IV — Fue muy divertido. Se realizó en una localidad cercana a Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y Argentina. Escribí un conjunto de cuentos que compone un libro inédito, que terminé hace poco, donde incluyo un relato que a mí me parece bastante desopilante basado en esa experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en avión pero volví en micro, lo que constituyó una ventaja: ese viaje de regreso me permitió escribir las primeras páginas de mi segunda novela, al conectarme nuevamente con el paisaje misionero encontré la forma de plantear esa novela que venía rondándome sin que hubiese podido expresarla. El paisaje fue el disparador primordial. Yo sabía que para contar la historia era preciso resolver primero el punto de vista del narrador con respecto al paisaje del monte, que es tan particular y que no podía ser tratado convencionalmente.
          Puedo decir que ese encuentro de escultores y escritores fue enriquecedor. Cuando dos artes se cruzan, como en este caso la escultura y la literatura, la estimulación se torna poderosa. Lo que más tengo presente es lo divertido que resultó todo aquello. Me reencontré con escritoras y escritores conocidos, como Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes sobre polacos que nos hicieron reír muchísimo. Por otra parte, la propuesta oficial surgida desde el sector cultural de la provincia pretendía ser protocolar, de hecho lo fue; sin embargo nos devoraban los mosquitos porque escribíamos “in situ”, los escultores hacían mucho ruido y eso no nos ayudaba a concentrarnos, vinieron los alumnos de la escuela y hasta el intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó con un acto fervoroso donde se plantaron árboles con el fin de sustituir los que fueron hachados para convertirse en esculturas. Creo que mezclar tan íntimamente naturaleza y cultura significó un gran desafío. No había hotel en esa zona, parábamos en la casa de gente del lugar. Fue intenso e inusual.


          10 — Alicia Genovese concluye su comentario crítico a “El puño del tiempo” (Cultura y Nación, “Clarín”, 17.1.94) con estas dos frases: “El de Verolín es un humor filoso, cruel incluso, pero que no llega al cinismo, como si no necesitase demoler la realidad sino simplemente entrar en ella, en todo caso descalabrándola desde un costado ridículo. Una forma de usar el humor que recuerda a otras narradoras argentinas, como Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o Alicia Steimberg.”  Y en el reportaje que te hiciera Susana Villalba para el diario “La Prensa”, en 1994, declaraste que solías releer a Libertad Demitropoulos, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué otras narradoras (y narradores) te atraen?

          IV — Me gusta la prosa de escritores más jóvenes, como Patricia Suárez y Hernán Ronzino. Leo frecuentemente a escritoras con las que comparto momentos de vida; no puedo dejar de citar a Liliana Allami, que es una excelente cuentista, y a Inés Legarreta, que viene escribiendo una prosa muy cercana a la lírica; las nada convencionales novelas de María Teresa Andruetto también son insoslayables, o los relatos de la rosarina Marta Ortiz. Hay escritores, como las dos últimas escritoras nombradas, que tampoco residen en Buenos Aires y son estupendos: el correntino José Gabriel Ceballos, que ha ganado varios premios en España, finalista del premio Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis últimos descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y Lorrie Moore, y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de Irène Nemirovsky para comenzar a leer. En estos años descubrí a Jean Rhys, la autora de “El ancho mar de los sargazos”, me leí todos los libros que conseguí de ella. Incluso me interesa la prosa más llana de una escritora italiana como Susana Tamaro, valoro su sencillez. Ahora debo confesar que en los años en que me retiré de la literatura no leí absolutamente nada de ficción literaria: leí textos de Stephen Hawking, de Fritjof Capra, sobre hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al regresar procuré ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo sigo intentando. En este momento estoy abocada a la lectura de poesía.


          11 — Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994 del diario “La Nación” y no en la Red, ¿nos brindarías un relevamiento de las variantes de título que fue teniendo tu novela El puño del tiempo”? ¿Por qué no lograbas que cabalmente los que fueron surgiendo abarcaran el núcleo, la esencia de la historia? (Transcribo de un reciente mail privado: “Tardo tanto en publicar que los libros van cambiando de títulos.”)

          IV — Esa novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que me sugiriera, estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título de “Celeste gris” una primera vez que no ganó; aludía al color de la bandera nacional envejecida. Salió finalista de Planeta un año más tarde con un título horrendo: “La casa del patio con baldosas grises”.
Cuando pensaba en el título, daba vueltas alrededor de la idea de casa, ya que en mis relatos el espacio es fundamental, sea la casa, el barrio, el monte, tengo la impresión de que el espacio no sólo ordena el mundo de los personajes sino que decide el punto de vista del relato. Me acuerdo que se la mandé por encomienda a Patricia Severín a  Reconquista, en la provincia de Santa Fe, donde ella vivía entonces (un borrador de la novela cuando ésta estaba en proceso de edición, con el título de “La casa grande”). Patricia me dijo que ese título no encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le puso el título final con la que llegó al público. Por lo general los títulos o me surgen de entrada o me dan un trabajo inmenso, como en este caso. Es algo misterioso, se trata de bautizar a la criatura, nada menos, de darle una identidad. El nombre en esencial para la persona y para el libro. En una experiencia de interiorización y autoconocimiento que hice hace unos cuantos años llamada Rebirthing, me conecté, a través de una técnica en respiración, con el momento de mi nacimiento, y cuando deciden qué nombre ponerme sentí una alegría difícil de explicar, más que alegría fue felicidad. Sospecho que el título de un libro surge de la relación emocional que entablamos con el texto. Por ejemplo, en poesía no se me está planteando ninguna dificultad, no tengo dudas; aunque me lo cuestionen al título, yo siento que es el apropiado. Casi todos mis títulos en poesía  —porque hay editado un libro pero otro viene en camino, y tengo nuevos proyectos e incluso otro poemario más ya terminado— están asociados a la noción de tiempo: “De madrugada”, “Los días”, “Invierno”.


          12 — ¿Hay algo que te haya costado muchísimo “quitarte de la cabeza”?

          IV — Yo diría que no es exactamente la experiencia de la muerte que viví en mi infancia sino la disolución de una familia de seis miembros que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó reducida a dos personas, mi hermano menor y yo. Eso produjo un quiebre interno en mí que ha afectado mi manera de sentir la vida y de darle contornos  definidos a mi presente.


          13 — ¿Cuál era el ambiente literario en Misiones en el momento en que te radicaste en esa provincia?

          IV — Esta pregunta me causa gracia porque yo no me relacioné con nadie del ambiente cultural en Misiones, ya que vivía aislada en una casita rodeada de otras pocas casitas de madera, prácticamente en el borde del monte misionero. Lo único que veía eran hacheros, camiones con madera, araucarias, coatíes, tierra colorada, hombres con los dedos cortados que trabajaban en el aserradero y gente muy, muy pobre. Mis grandes aventuras se reducían a ir en la camioneta destartalada de Salud Rural a los puestos sanitarios en lo más profundo de la selva subtropical. En aquel momento, en esa zona, según un estudio que había hecho mi pareja, era de un sesenta por ciento de desnutrición infantil. Fue al instalarnos en Córdoba cuando establecí un verdadero intercambio intelectual. Posteriormente, con mi primer libro publicado, aproximadamente cinco años después de haber abandonado la provincia, a instancias de un movimiento de mujeres escritoras presidido por Libertad Demitrópulos, inicié una  relación literaria con los escritores y escritoras misioneros, entre ellos con Olga Zamboni, profesora universitaria, poeta, traductora y narradora. Lo enriquecedor de la experiencia de haber vivido en el monte misionero fue principalmente para mi vida personal. Me parece que el primer gran impacto en mi conciencia fue conocer a aquella gente e involucrarme con su cotidianeidad. Durante las siestas misioneras, que eran largas, agobiantes y pesadas, se escuchaban las palmadas en la puerta de la casa, y no siempre eran enfermos que venían a buscar al doctor, eran por lo general los chicos de la zona que venían a pedir salame y pan. Y hielo, también querían hielo. Me llamaban “patroncita”, lo que, por supuesto, me producía una gran incomodidad.


          14 — ¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas? ¿Qué leés infructuosamente o sin convicción?

          IV — Maravillosa tu pregunta. Yo leo mucho la vida, no sólo los libros. Siendo una niña me interesaban los tonos de las conversaciones además de las palabras, la forma en la que la gente contaba sus anécdotas. Tuve la dicha de que mi abuela fuera dueña de una peluquería en el barrio de Caballito cuando yo tenía cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las grandes historias; las mujeres iban allí a confesarse, no sólo a cortarse y teñirse el pelo. Estoy casi segura de que escuchando aprendí a leer entre líneas y claro está, en mi barrio, Floresta, se contaban historias sabrosas sobre la gente que vivía allí o sobre los que se habían ido del barrio como si el barrio fuera una patria o un reino. Irse del barrio era poco menos que una traición a la propia identidad o un abandono de la familia. Y por supuesto, las voces teatrales de mis tíos recitando a los autores clásicos. Así que a leer entre líneas lo aprendí de la vida, porque se leían también los rostros, no sólo la voz desnuda. Volviendo a lo literario, he leído con aprensión literatura, libros muchas veces escritos por hombres que quieren seguir la moda, las últimas tendencias del mercado editorial, las exigencias que surgen desde las universidades como canon, textos en los que, a pesar de lo cultivado, se nota el esfuerzo por agradar y posicionarse. Lo que leo sin convicción es la narrativa excesivamente llana que está sólo en función de la historia; por más bien articulada que esté, me aburre, y en esta imposición con respecto al género contribuyó considerablemente el menemismo y la llegada al país de las megaeditoriales que se devoraron a las más pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de razón, con la publicación de autores genuinos, han propiciado el sostenimiento de la tradición literaria nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de la entronización de la novela del siglo XIX como modelo universalizado. El realismo finisecular expresaba una determinada visión del mundo, sabemos que las formas artísticas encuentran correspondencias con los procesos históricos en algún sentido, aunque más no sea tangencialmente, pero hoy vivimos y sentimos diferente. Es posible que esa cuestión de escribir “para que la megaeditorial me publique” haya causado impacto entre nosotros, los escritores. Hoy por hoy buscar una manera de expresar, “de decir” el mundo, supone también una manera de relacionarse con los grandes poderes. La narrativa ha sido muy cascoteada. No sé si es por ese motivo que me siento tan impulsada a seguir profundizando en la poesía. Supongo que sí.


          15 — Ezra Pound sentenció: “La piedra de toque de un arte es su precisión. Y ‘escribir bien’ es tener un control perfecto”. Y opinó: “En cuanto a la poesía del siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre de babosa emoción.” Te invito a derivar desde este Pound hacia donde te lleve.

          IV — Hay algo en esta cita que me lleva a pensar en “dar en el blanco”, trabajar la palabra desde el centro de una misma en tanto persona. Entiendo, desde ya, que esa afirmación de Pound se refiere a su propuesta poética con respecto a su propia tradición literaria y a la necesidad de crear postulados a seguir; aquí se trata de que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy a intentar: La palabra escrita es una cosa seria, es un objeto denso que no soporta fácilmente el intercambio, y yo me enfrento a él con respeto y con absoluta reverencia. Pero a veces me distraigo y entonces, como diría mi abuela, “piso el palito” y la palabra me traiciona; por lo general pago muy caro el precio de mi distracción. Para llegar a esa perfección de la que habla Pound es necesario un compromiso muy grande con la labor de escribir textos que adquieran la forma que sea, relatos o poemas, pero que fulguran en la dimensión más lejana a lo pedestre. Mis años de trabajo en este oficio me llevan a pensar que la relación que establecemos con las palabras, como nuestro objeto primordial de trabajo, es la que determina el resultado. Y el peculiar vínculo que establecemos con las palabras tiene que ver con el que forjamos con respecto a la vida en general y con una parte interna de nosotros mismos en tanto personas. Reverenciar, tomar con respeto lo que está vivo, no manipularlo desconsideradamente es la premisa y eso nace de una cosmovisión. A la clásica disyuntiva que enfrenta la vida y el arte, creo haberle encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos paralelos. Puliéndonos interiormente como personas vamos encontrando los recursos para pulir nuestros textos. En caso de aprender a pulir los textos solamente, se puede alcanzar una obra relativamente perfecta, pero fría, alejada de la intensidad que, al menos, yo busco; aspiro a acercarme lo más posible a que el texto sea una revelación de los sentidos de la existencia. Obviamente se trata de ser fiel al trazado de ese camino; yo lo hago y, como no podía ser de otra manera, de tanto en tanto me equivoco, a veces me salgo de la línea, pero si se tiene claro el itinerario, no hay error que sea demasiado irreparable. En el arte lo mismo que en la vida la clave está en encontrar la sintonización precisa, algo parecido a afinar una guitarra, afinar las propias emociones, lograr que las palabras encarnen esa misma resonancia.



*


Irma Verolín selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:



DOMINGO


Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras 
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de  naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada, 
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón 
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos  
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.


            
                                       (de “Los días”, en proceso de edición)


*

Un atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero
y pomposas letras doradas en filoso altorrelieve
contorneando el planeta,
dentro del círculo del mundo
debajo del título puede leerse:
1950 - año del Libertador General San Martín.
Papá abre el atlas:
sonidos de manoplas avanzando por una playa mojada
en el ir y venir de las hojas
zarandeados perfiles de mares y territorios,
el dedo de papá
decidido
robusto
indica un derrotero que se burla de las dimensiones del mundo
y avanza.
Mi hermanito rubio y mi hermano mayor
se acercan
miran
se están asomando a un pozo ciego
y lo que hay para ver los cautiva
irremediablemente.
Los tres contemplan la mentira de las proporciones
el mundo entero al alcance de la mano,
a papá sólo le interesa mostrarles la cordillera de los Andes
su dedo
es el general San Martín atravesándola.
Los héroes hacen esa clase de cosas, explica papá
los ojos de mis hermanos se deslumbran
un héroe desplegado sobre la mesa del comedor
en nuestra propia casa
a media mañana
así como así
y nosotros en camiseta y sin escarapela.


   
                                        (De “De madrugada”)



*

       
Un despliegue de cartas españolas
sobre la superficie tambaleante de la colcha
que cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente movedizo dentro de su enfermedad,
ese vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones
el miedo
las manos de los médicos
las de mi madre que dicen ay.
Montones de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y quieren abrigarlo
mamá las ha echado alzando su brazo con brusquedad
—revoltijo en el aire cara y ceca sin pronunciación—
para dar un salto hacia el futuro,
ese otro lugar que no existirá para ella
aunque las cartas vaticinen fabulados prodigios
lunas fosforescentes en la ventana quieta
luces para repartir como caramelitos en un cumpleaños.
Todos aquí
nos asomamos al futuro de mamá
estirando el cuello hacia la colcha
que ya no soporta el colorido de las barajas
ni el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está hecho de nácar su cuerpo
deshecho su cuerpo
lábil entre las sábanas
que apenas recuerdan sus perfiles
las líneas
las rugosidades,
ese cuerpo que se adelgaza en una precipitación
que no conoce límites.
Grande es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar
cada una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan,
nácar como piedra o interior de caracola
nácar los diminutos botones de su camisón.



                                    (De “De madrugada”)


*


SUS OJOS


No había nada detrás de sus ojos
sólo un mar sin movimiento,
un mar
de aguas oscuras
con peces nadando en cámara lenta
y sirenas desmenuzadas
en un fondo sin fondo
entre montañas hundidas
que alguna vez fueron
remotamente
animales que el tiempo extinguió.
Sus ojos
a pesar de todo
buscan
en mí
otro mar
parecido y distante
para acariciarlo con su mirada.



                     (de “Los días”, en proceso de edición)


*

                 
DESPEDIDA


pusiste mi mano sobre tu pecho
y cerraste los ojos:
mi mano quedó dentro de tu pecho.
Del otro lado de tus ojos
mi mano acarició tu memoria
parsimoniosamente,
mi mano se ahogó en tu lisa memoria, después
alguien silbó en el pasillo.
La tarde pulió sus aristas,
despedirse es fácil
cuando el silencio envuelve a la vida
sin límites,
el silencio es un pequeño dios
que convierte nuestra despedida en sitio de llegada.
Puedo mirar ahora
mi propia muerte en tus ojos,
la veo trepándose sobre el borde de mi nombre
y nos cobija a los dos


                       (de “Invierno”, inédito)
                  

*


POLLERAS


Con sus polleras largas iba mi bisabuela a través 
del campo,
un campo muy grande
tan grande como este país
que una mañana la atrajo igual que un imán
desde el otro lado del océano
hasta estos espacios fronterizos,
un campo que se mira
y se huele
y se transita arrastrando esas polleras
que terminan con el ruedo embarrado.
Anchas las polleras,
inmenso el país
hecho y deshecho entre un rumor de ranitas y bicheríos
escoltando esa caminata
que dura toda la vida
y que roza la mía hoy
a estas alturas de las penurias
del  nuevo milenio,
un siglo después casi exactamente.
Veo el cielo abierto dado vuelta y al campo
por el que mi bisabuela va
como una taza que cayó de boca
y perdió el contenido,
el cielo de pronto
le robó el campo al país
sus moneditas tristes
sus pálidas pertenencias y ella,
mi bisabuela
lo camina sin escuchar
sin ver
sin que exista sobre esta tierra para nadie
otro lugar, el cielo
se cayó de bruces
ya no acompaña al paisaje
ni a los pasos de mi bisabuela
que ha perdido su voz
su propia voz muy ajena
en ese trajinar de lavar ropa y pisos y fregar
lo ensuciado por la vida una y otra vez
una y otra vez
y otra vez ella piensa en el ruedo embarrado de su pollera
en las cacerolas sucias
en el fuentón donde se cansarán sus brazos
mientras pasan las horas
de refilón
y rasguñan las paredes de una casa que se viene abajo.
Mi bisabuela camina sobre mis propias huellas
en este terraplén
rústico
desiluminado
en este escenario de mampostería, cielo revuelto
donde se resbalan las pisadas
una mujer camina
y el campo
sin un cielo que lo cobije
lo desconoce todo:
el nombre de mi bisabuela
sus polleras con el ruedo embarrado
y  nuestra interminable caminata.



                   (Inédito de un libro en preparación titulado “Árbol de mis ancestros”)


*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Irma Verolín y Rolando Revagliatti, 2015.

*

 


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