sábado, 22 de septiembre de 2018

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Septiembre de 2018


LORENZO


            Lorenzo brinca y corre delante de mí. Vamos de compras, si de compras puede llamarse llevar un paquete de zapatos a la reparadora. En cierto modo es también una compra, ya que hay que cancelar la suela que coloca el maestro. En fin, para qué complicarse si Impuestos Internos lo tiene o no clasificado como “Prestación de Servicios”... ¿No es más sencillo salir corriendo con el paquete bajo el brazo, agarrar de la mano a Lorenzo y gritar desde la puerta?       -Ya vuelvo, voy de compras...
            Porque este pequeño paquete es algo especial. Son los zapatitos destrozados de mi Lorenzo. Y Lorenzo es algo especial. Especial para mí. No es rubio, ni de ojos azules, ni su pelo es ensortijado. Un chico común y silvestre de tez blanca y pelo oscuro sobre su frente. Esto es para los demás. Para mí, es mi niño, mi amigo, mi ángel, mi tesoro. Mi sangre y mi vida, la luz que me ilumina. Es calor, cariño, hogar y alegría. Sus cinco años son los puntales en que se afirma mi felicidad.
            Nuevamente ha roto sus zapatos. Brinca en las pozas de barro. Chutea: tarros, piedras, basuras, pelotas... Llega triunfante con la carita encendida, los ojos brillantes con una florecilla que encontró en la acera al jugar con los chicos vecinos, y me la trae rumbosamente. Me abraza y me besa dejándome pegajosa con un chicle que ha estado en su boca: - “Te quiero mucho, mamá”, me dice melosamente.
            ¿Cómo reñirlo? ¿Cómo decirle que su overol recién puesto viene revolcado, las mangas inmundas, los zapatos sin cordones y con la suela despegada?
            Pienso triste. - Me apretaré aún más y este mes le sacaré otro par de zapatos a crédito, terminando de cancelar los que lleva puestos.
            He sido loca. Le he comprado en vez de ropa cuanto juguete he visto en las vitrinas. Ya me lo había advertido Ricardo, un compañero de la Universidad, cuando me salí en tercer año para entrar a trabajar: -“No lo habitúes mal, adecua sus necesidades a tu presupuesto, nunca tus ingresos a sus caprichos”.
            Recordaba perfectamente sus doctorales enseñanzas tras sus lentes bifocales...El estudiaba Psicología. Ahora ya es catedrático y solía verlo de lejos, cuando pasaba raudo en su lujoso auto con su señora y un niño precioso, de la edad de Lorenzo, pero impecable, limpio, bello, rubio como un príncipe...Ellos tienen el confort, la seguridad, la educación, el dinero...Todo como en un canastillo de oro para brindarlo al hijo que crecería ajeno a la terrible frase que el mío ya conocía: -“No tengo plata”.
            ¡Pero este día, Lorenzo mío, lo tenemos todo! ¡El sol inmenso, esta luz, el aire puro bajo los árboles, la alegría, esta compañía y comunicación tuya y mía! Este amor, ese correr, saltando delante de mí en la tibia mañana. Tu dinámica energía que fortalece la mía...¡Oh sí, mi pequeño! Somos fuertes y poderosos...Tenemos claro el entendimiento, abundante el entusiasmo, potentes los músculos, alta la voz... ¡Podemos cantar, saltar, remontar en alas el espíritu! No hay oscuridad en nuestras vidas, ni cansancio, ni fatiga en nuestra mirada. Mi juventud se ha prolongado en la tuya. Mis aguas han formado tu río. Mi risa se ha duplicado, amplificado y resuena más con la tuya. ¡Tu pureza limpia mi camino...!
            ¡Oh, mi pequeño!  Te haré fuerte como un árbol del bosque, y la lluvia que caiga a cántaros te hará crecer más aún. ¡Un mismo Dios nos dio la vida, un mismo oxígeno respiramos y este gozo de beber en el mismo manantial es el que en este instante nos da tan maravilloso impulso que, quizás hasta las piedras que pisamos desearían también vivir... ¡
            Nos serenamos para cruzar juiciosamente la ancha avenida. Pasan buses, camiones, autos y más autos...Súbitamente un auto se detiene. Un señor que viaja solo, baja y viene hacia nosotros... ¡Es Ricardo! mi compañero de universidad, el catedrático... Algo abochornada, no sé como decirle – si es que me pregunta -  que aún mi marido está cesante y yo sólo he encontrado un empleo mediocre donde chapoteo para salir a flote. Pero...algo extraño le sucede...Él, siempre tan seguro de sí mismo, se acerca ahora lento y envejecido...
-¡Cuánto he pensado en ti¡ -me dice al saludarme - ¡Cómo te he recordado y cuánto me he arrepentido...!
            -Quedo perpleja...Su voz está ronca, su aspecto es demacrado y su mirada cae como un manto oscuro sobre mi Lorenzo, que con su manecita en la mía le abre sus grandes ojos sin comprender nada. Algo, una intuición como un soplo helado viene a mi mente y pregunto a medias, sin atreverme a completar la frase.
            -Tu niño...
            Y también solamente una palabra, una palabra que abruma es la que recibo.
            -Leucemia...
            ¡Qué pobre y mísera en consuelo puedo ser ahora...! Mi alegría y aliento se han enfriado...Algo profundo ha bajado sobre nosotros y las huecas frases que trato de extender sobre su sufrimiento tienen respuestas vagas y sin firmeza.
            -Sí, aún esta vivo. Muriendo un poco cada día. Ni los viajes a Norteamérica a ver los mejores especialistas. Ni las más poderosas drogas, los más exquisitos alimentos, los juguetes más excéntricos...Nada ha conseguido siquiera hacerlo sonreír... Se apaga como una lámpara que se extingue, sus ojos se hunden y la angustia ennegrece sus ojeras...
            Ricardo se despide de mí, besa a mi niño en la frente y se aleja abatido, aplastado...
            Quedamos solos, mi hijo y yo. Graves, serios. Frente al Misterio Frente a la Vida. Frente a la Muerte. Lo abrazo, lo aprieto...Un grito sale de mi alma sin pasar por mis labios:
            -¡Oh, Dios, protege a Lorenzo...!

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