miércoles, 20 de febrero de 2019

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Febrero de 2019


NOCHE DE HALLOWYN

            Los últimos rayos de sol hicieron un adiós con su conjunto de colores brillantes, cuyo reflejo hizo del horizonte una línea continua, sugiriendo una cordial bienvenida a la próxima oscuridad. El lucero fue el primero en aparecer y una tímida luna en cuarto menguante le acompañó. Aquello me indujo a pensar que esta noche se abriría una puerta al misterio de lo desconocido.
            Es noche de Hallowyn, anterior al Día de Todos Los Santos y al de los Fieles Difuntos. Es el recordatorio del ayer, de aquellos que fueron nuestros comienzos y que hoy sólo están en la añoranza.
            Desde que se pone el sol empieza el “dulce o travesura” con los más pequeños y posteriormente aparecen los mayorcitos. Animales simpáticos, personajes de las últimas películas ínterespaciales, brujas, monstruos y toda una serie de seres horripilantes y los más variados disfraces improvisados. Hasta los adultos, a veces, se unen en esta noche de muerte, con reuniones de amigos para compartir y celebrar esta festividad importada del otro hemisferio.
            Muchos rechazan de plano esta costumbre foránea, por sus convicciones religiosas o por tratarse de  festejos que nada tienen que ver con nuestras raíces. Sin embargo cada año, la costumbre encuentra más adeptos, sobre todo en los niños más pequeños y por ende el comercio aporta más novedades en disfraces, accesorios y dulces, promocionándolos en sus vitrinas con mucha anticipación.
           
            Es media noche y deambulo solitario, por una plaza llena de gente disfrazada. Mis audífonos llevan a mis oídos una música agradable y me siento volver a una infancia en que este festejo estaba muy lejos de llegar. Me atreví a transformar mi imagen en un ser horripilante. Una túnica negra con capucha y una careta, me ocultaron por completo de los posibles conocidos que me pudieran identificar.
            Di una excusa a mi polola, dije que me acostaría temprano, porque mañana me había comprometido de ir al cementerio a dejar flores a la tumba de mis abuelos. Ella dijo que su grupo de amigas se había organizado para salir a recrearse, disfrazándose de la forma más original e improvisando un vestuario con lo que su closet les permitiera.
            Dejé mi auto estacionado en un pasaje cercano al centro de la ciudad, como costumbre lo hacía siempre en el mismo sitio, por tal razón estaba tranquilo y podía disfrutar mi actuar y poder ver con placer morboso la cara de espanto de cuantos pasaban por mi lado. De pronto la música conocida se interrumpió y dio paso a un extraño silencio. Pensé que se trataba de la tablet que quizá se había desconectado de los audífonos. No era así porque de pronto sentí un chisporroteo que duró bastante rato, estaba a punto de sacarlos de mis oídos cuando sentí una voz lejana, como en eco, diciendo algo que en un comienzo no entendí. Intrigado me senté en un escaño desocupado y manipulé el aparato, pensando que se había producido una interferencia con alguna otra estación. No alcancé a mover los botones porque una voz de ultratumba me frenó. Me sentí inquieto, sin embargo presté atención a la voz y alcancé a escuchar la palabra MUERTE... primero como en lejanía, pero en la medida que pasaba el tiempo, la voz fue subiendo de tono hasta hacerse más fuerte y más fuerte. Me saqué los audífonos y pensé ignorar la música o lo que fuera y disfrutar solamente el entorno, sin embargo y para sorpresa mía, ya no me encontraba en la plaza, sino en un camposanto solitario. La luna iluminaba las tumbas y un vientecillo suave pasaba entre las ramas de los cipreses provocando un sonido lúgubre. ¿Cómo llegué a este lugar? era la incógnita. Miré en rededor y no vi ningún alma viva, solamente lápidas, cruces y ángeles en mármol que proyectaban su sombra en los pasillos de circulación. Un pájaro lanzó un chillido que me hizo saltar. ¡Debía buscar pronto la puerta para salir del lugar, porque mi valentía ya estaba a punto de abandonarme¡ Caminé bastante rato pero a cada momento me sentía más perdido.         Llegué a un lugar donde los arbustos que adornaban las tumbas formaban como un pequeño bosquecillo. Estaba oscuro, pero algo me impulsó a seguir adelante, me di cuenta que una fuerza  me guiaba y no era dueño de mi voluntad. De pronto llegue ante un mausoleo de no tan larga data y me llamó atención el nombre. Harold Stanley Stevenson y unas fechas 23 de Marzo de 1983  y 1° de Noviembre del 2017. Tuve un vuelco en el estómago y casi pierdo la estabilidad. Sin embargo logré controlarme, era yo. Sin embargo hasta hacía poco rato estaba deambulando en una plaza. ¿Qué había pasado?  Me saqué la máscara y quise alejarme rápido del lugar, sin embargo, de pronto me encontré cayendo en una fosa abierta muy honda y me hundí en la más completa oscuridad. Me sentí tan indefenso como un niño pequeño y sin querer lancé un grito a todo pulmón y traté de safarme de esas paredes húmedas y malolientes. Fue tanto el esfuerzo que puse al hacer el giro con toda mi humanidad, tanto que sentí que mi  cuerpo se azotaba fuertemente en una superficie dura y fría.

            Abrí los ojos y debí cerrarlos de nuevo. Era una mañana luminosa y yo estaba envuelto entre las cobijas, pero tendido en el suelo. El giro había sido tan violento que mis costillas acusaron el golpe, a duras penas logré levantarme y tenderme nuevamente en la cama, tratando de recordar todo cuanto había soñado en una noche de Hallowyn. Pero me quedó la intriga de saber por qué en el sueño tenía otro nombre en circunstancia que me llamo Iván Pérez González.     

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