DEL DINERO
“El que ama el oro no estará libre de pecados,
el que busca la ganancia se dejará llevar por mal camino”
-dice la Biblia en Eclesiástico 31,5.
No te puedo decir que no quiero el dinero:
el dinero que gané honradamente
durante años, -¡casi cincuenta!-
como médico de niños.
Profesión tantas veces mal paga,
de madrugadas junto a lechos de dolor,
madres angustiadas por la fiebre repentina
de un lactante que delira o convulsiona.
Sobresalto e impotencia frente a una vida
que en la sala de partos ni siquiera empezó.
O, al contrario, exaltación de fiesta y alegría,
cuando reanimé al recién parido
al que el sueño eterno parecía acecharle.
Su llanto fue la prodigiosa melodía
que el partero y yo -y la sufriente mamá
y la enfermera y todos- anhelábamos ansiosos.
.
También debo decirte, bien lo sabés,
que busqué una ganancia justa, con la que pude
“parar la olla con pobreza franciscana”
como rezonga algún tango…
¡Qué fuentes de inspiración para estos versos!:
la Biblia y el tango... Verdadero cambalache
que no fue sólo del siglo veinte sino que sigue
y se empeora en este implacable desatino
regalado por prepotentes mandones
que creen que saben.
“El que ama el oro no estará libre de pecados”,
Invoca el Eclesiástico. Ellos pecarán. Espero que yo no.
Ni tampoco los que ven escabullirse sus ahorros,
los ruinosos jubilados, las viejitas de las colas
interminables e infecundas de los Bancos,
ni aquellos que soportan inhumanos trajines
con magros sueldos compensados,
ni los que afanosos buscan una changa.
Ni vos, mujer, que en tu casa hacés milagros
para que alcance el pan para tus hijos:
estos hijos de la crisis, que te miran afligidos
sin animarse una vez más a preguntar: ¿Por qué?
Y sólo escuchan respuestas elusivas, ambiguas,
de abatidos padres desolados.
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