Los viajeros amanecían a la nitidez de cada día como si tal acontecimiento fuese lo más común del mundo y entonces, así dispuesta a madrugar desde bien temprano, dueña de una alegría tal vez un tanto maliciosa, la llanura se despabilaba en medio de la incertidumbre enancada en el albur del probable galope arrasador de los malones, pues ya se sabía de antemano que las hordas de indios en taparrabos estaban siempre disponibles para salir a cabalgar a campo traviesa, sonrientes y listos para lanzarse a la aventura final contra el huinca. En efecto, en una clara demostración de la eficacia de su rudeza, el peligro se encarnaba en esos verdaderos ejércitos de tunantes en cuero, desplegados al aire libre, tipos conflictivos por naturaleza, portadores de cero nivel de decaimiento y menos diez de depresión, capacitados a partir de los albores de la prehistoria para alcanzar a demoler su objetivo, con la maldad sacada a relucir a cualquier hora y esgrimiendo cualquier excusa armada hasta los dientes, tal el grado de libertinaje y osadía adjudicado a los naturales de la zona ocupada por la caravana allí estacionada, donde a los numerosos viajeros, además del disgusto, se les notaba mucho la impaciencia marcándose en los rostros, comisura de los labios mediante.
Fragmento de EL ACAMPE, publicada por EDICIONES DIOTIMA; ya se la consigue en las mejores librerías del país.

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