lunes, 21 de octubre de 2013

Marcos Polero-Miramar, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2013

RUBÉN

Te lo cuento a vos, gomía, porque conocés la calle, igual que yo. Yo anduve mucho en la calle. Anduve tirado, pero tirado, tirado, de dormir a cielo abierto.
También tuve otra vida. Anduve por Nueva York. Allí la viví. Conozco la noche de Nueva york. Te podría contar tantas cosas que ahora no vienen al caso, pero una desgracia me trajo de vuelta, y quedé en la lona.
Y en esa racha, cuando no tenía para comer y revolvía la basura en el mercado de San Telmo, lo conocí a Rubén.
—Vení— me dijo un día—Tomá. Y me dio una bandejita de rotisería. Yo, hacía rato que no veía una comida decente. Me puse en un rincón a comer con la mano.
De ahí en adelante, todos los días me convidaba. Al poco tiempo, me dijo:
—No comás con la mano— y me regaló un juego de cubiertos.
Era bueno ese hombre. Era raro encontrar gente así en la selva de Buenos Aires.
Otra mañana, en el parque, se me acercó.
— ¿Qué te pasa, pibe?
—No, nada, quería tomarme un vino pero no tengo un mango.
— ¿Te alcanzan diez?; ¡Mejor quince!
Cuando le dije ¡Gracias!, él ya se había ido. Así pasó varias veces. Le quería preguntar sus razones.
Rubén limpiaba los baños del mercado. Ponía mucho empeño en su labor, era meticuloso y  tremendamente pulcro.
Todos los días él me acercaba tímidamente la comida y me daba algo de guita para un vino o una cerveza. Nunca se quedaba, enseguida desaparecía antes de que pudiera agradecerle.
Una tarde me decidí. Lo esperé hasta que terminó su trabajo.
—Rubén, ¿Por qué sos tan bueno conmigo? Me das la comida y hasta para los vicios y no siquiera me dejás que te agradezca.
El me respondió:
— ¿Sabés? Yo tenía un hijo sano y hermoso más o menos de tu edad. Era muy parecido a vos. Pero lo descuidé. No le di los gustos y casi no lo veía. Un día se enfermó y… lo perdí para siempre. Ahora cuando te veo, me hago la ilusión de que vos sos él, mi hijo, que no murió. Trato de darte los gustos que a él no le pude dar.
Me abrazó. Lloramos.
Justo fue el tiempo en que estuve en un comedor y me surgió la posibilidad de irme a  Necochea. Estaba atareado, aturdido, todo pasó tan rápido. De la noche a la mañana me fui sin despedirme de nadie.
Pasó un tiempo hasta que me acordé de Rubén. A las cosas buenas se las aprecia cuando ya no se las tiene.
—Andá a verlo— Le dije a mi hermana por teléfono— Contale que estoy bien, que en cualquier momento me le aparezco.
Y mi hermana no pudo encontrarlo.
Cuando fui a la capital, lo busqué en el mercado.
—No sabemos nada. Hace meses que no viene— me dijeron.
Traté de conseguir su dirección. Nadie me supo decir. Nunca más supe de él. 

Miramar, 3 de octubre de 2013.

2 comentarios:

Marta Susana Díaz dijo...

No se puede preguntar: ¿Quién lo escribió? Tiene el sello "Marquiano"
Tiene la calle, el submundo y la emoción en el alma como a mí me gusta. Felicitaciones amigo.

Anónimo dijo...

El escritor en sus escritos indaga su interna realidad. No es necesario que los hechos sean vividos, pueden llegar a ser presentidos. Desde ese génesis, es que este escritor nos elata la vida de un personaje humilde pere de un tierno y gran corazón Acaso en Marcos no han existido instantes de vivencias propias o de otras personas como la del relato?
El escritor Marcos conserva el arte de armar las plalabras...pero no deja al dolor estoqueando en el olvido. Es entonces cuando surge la espleranza manifiesta en este delicioso cuento. Abel Espil