miércoles, 21 de mayo de 2014

Ita Espinoza Mandujano-Chile/Mayo de 2014



TERROR INCONFESABLE

           
            Al llegar a casa, la encontré muy silenciosa. Los muchachos no estaban a la vista. Subí al piso superior y abrí la puerta del dormitorio de mi hija, ella estaba con sus amigos. -¿Qué están haciendo?- Pregunté.- Cecilia turbada, contestó. -Estamos llamando a los espíritus, mamá -No hagan eso, es demasiado peligroso, pueden atraer espíritus malignos a casa. Les prohíbo que continúen jugando con eso. Lo antes posible desháganse de esa guija.-Bueno mamá, eso haremos.
       A  media noche desperté sobresaltada al sentir que abrían bruscamente la puerta de mi dormitorio. La casa estaba en silencio, todos dormían. Pensando en los espíritus, dije en voz alto que me dejaran dormir, yo no era quien los había molestado. Al rato, nuevamente advertí carreras por la casa. En el pasillo, Ana María, amiga de Cecilia, dijo:- Tía, alguien encendió todas las luces de la casa y ando apagándolas.
             La noche siguiente,  mientras cosía un botón, sentada en mi cama. Rubén, mi marido, apareció muy molesto en la puerta del dormitorio. -No tienes porqué dejarme a oscuras en el baño. Lamento que estés molesta conmigo por no pasar a buscarte a tiempo a la fiesta.- Era difícil explicarle que yo no me había movido del lugar, mientras la lámpara que colgaba en la habitación se balanceaba, sin que mediara ni una brisa. Comencé a rezar en voz alta y lentamente la lámpara empezó a estabilizarse. Al referirle a Rubén lo ocurrido con los chicos, responsables de lo que sucedía, no quedó muy convencido pero si un tanto asustado. Luego ambos nos metimos en la cama. Por mi parte me dormí invocando ayuda divina para librarme de estos hechos anormales e inexplicables.
            Ese tercer día, estuvimos todos en casa de parientes, festejando un cumpleaños. De vuelta, ya de noche, Cecilia apareció de improviso en mi dormitorio con el rostro desfigurado, su mirada desafiante e increpándome cosas increíbles respecto al trato que yo le dispensaba a ella y su padre. Llegó a tanto la situación que estuve a punto de abofetearla, pero reaccioné a tiempo. ¡Esa no era mi hija! Ante los gritos destemplados de Cecilia apareció mi marido. La niña al verlo, se le abrazó con furia. -¡Papito, echa a esta mujer, es mala, no nos quiere!, junto con apretarlo en forma morbosa, colocando sus manos en los bolsillos de su pantalón, con tal fuerza que se los rompió. Trató de calmarla abrazándola por los hombros y llevándola a su dormitorio, mientras la niña gritaba incoherencias contra mí, a voz en cuello. De vuelta, Rubén sin acertar a comprender lo que estaba sucediendo, me pidió le explicara más en detalle lo acontecido hasta ese momento.
            Visiblemente asustada le referí todos los fenómenos ocurridos, pidiéndole me acompañara en una invocación divina: “San Silvestre, del Monte Mayor, bendice esta casa por todo su interior y todo su alrededor....” La oración fue interrumpida por una presencia invisible que trataba de escapar de la pieza cerrada, rasguñando las persianas con furia, la lámpara se balanceaba a punto de salir disparada. Por fin el ente maligno pudo salir a través de la ventana cerrada, cayendo pesadamente a una terraza y de ahí a la calle, sin apreciarse nada más que el sonido de su torpe caída. Esa energía intangible, fue detectada inmediatamente por los perros del barrio y los alrededores. Sus fuertes aullidos se escucharon largo rato y se congregaron junto a mi puerta de calle.
            Me imaginé que ese enorme monstruo volvería nuevamente a casa. No me cabía duda que se había posesionado de Cecilia. Sin embargo, cuando fuimos a verla estaba en profundo y tranquilo sueño, en su cama, libre de la posesión diabólica. Ya a punto de dormirme, nuevamente sentí la carrera agitada de Ana María por el pasillo. Asustada le pregunté que sucedía. –Tía, les estoy tirando pan a los perros para que dejen de aullar y nos dejen dormir-. –No hagas eso, mejor ayúdame a rezar. Al día siguiente Cecilia, no recordaba nada de lo sucedido.
            Aunque llevé prontamente a un sacerdote para que bendijese la casa, sin embargo, pensando en la conveniencia de venderla. Nunca estaría totalmente segura que esa presencia maligna hubiese abandonado definitivamente mi hogar.  

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