domingo, 20 de marzo de 2016

Carmen Puelma-Chile/Marzo de 2016



LA ABUSADORA

         Esa tarde la señora Hilda estaba más cansada que nunca, había estado recorriendo la hacienda de arriba abajo buscando a su capataz, pero todo había sido en vano, por ninguna parte lograba dar con él. Decidió acercarse a la casa para tomar el té y aprovechar de consultar a sus hijos si lo habían visto.
         Acababa de enviudar, estaba ya entrada en años, la piel curtida por el sol, las manos ásperas de tanto faenar en el jardín, su máxima entretención. Había tenido cinco hijos, de los cuales sólo dos varones, se habían quedado laborando en las tierras heredadas de don Segundo.
         Se sentó en la mecedora del corredor a esperar que los hombres llegaran de su faena; no tardó mucho en escuchar a la distancia, el trote cansado de los caballos que habían estado todo el día arreando los novillos que debían quedar en los campos de engorda.
        Se dirigió prestamente a la cocina para ordenar a la encargada una buena y contundente merienda. Se sentó con sus hijos ocupando la cabecera de la mesa, para recibir el informe diario de las tareas realizadas y averiguar lo que estaba pasando con su capataz. Estaba segura de haberlo visto llegar a trabajar por la mañana y después había desaparecido toda la tarde.
            -¡Ay, madre! Hace varios días que lo notamos extraño, anda despistado, con la mirada perdida, parece que no entendiera las órdenes, hasta lo vieron durmiendo debajo de un sauce, algo que nunca antes le había pasado. A lo mejor tendríamos que pensar en cambiarlo.
            La señora Hilda quedó bastante confundida, Juanito había llegado a trabajar a la hacienda siendo un muchachito y siempre se destacó por trabajar con gran entusiasmo. Su esposo, don Segundo, lo había nombrado capataz a los pocos años y a pesar de ser bastante joven, cumplía a cabalidad con sus responsabilidades.
            -Lo voy a mandar a someterse a un chequeo médico, es probable que esté enfermo, me preocupa porque está a cargo de los productos químicos, no puedo creer que esté simplemente flojeando.
         
            Cierto día que estaba jardineando entre los rosales. Se le acercó la encargada del servicio doméstico, para contarle que sabía lo que le estaba pasando al Juanito.
            -Lo tiene “enlesado” la abusadora - señora Hildita- hace unos tres a cuatro meses que lo tiene atrapado, el pobrecito parece un alma en pena ¿ha visto cómo está de flaco?
            -Explícame Rosa ¿quién es esa  abusadora y qué le está haciendo?
            -La abusadora es una mujer bellísima, de larga cabellera rubia, como el trigo, intensos ojos azules, piernas largas y bien torneadas, dicen que tiene un cuerpo hermoso. Se les aparece a los hombres jóvenes entre los viñedos, completamente desnuda, y los vuelve locos, lo único que anhelan es estar en sus brazos, ella los lleva hasta su lecho y les exige tener sexo hasta llevarlos al agotamiento. Cuando  quedan rendidos de cansancio y se duermen, la abusadora  hace crecer su cabello para envolverlos, completamente con él. Cada cabello se va incrustando en la piel de las víctimas y les extrae así todos los nutrientes. Los pobres hombres se van adelgazando, quedan sin fuerzas para trabajar, se andan durmiendo en cualquier parte, despiertan con un hambre espantosa y parecen lesos, andan por ahí cómo ánimas en pena.
            -¿Y qué podemos hacer para corretearla? Necesitamos que lo deje tranquilo.
            -Dicen que la abusadora no los tiene atrapados por mucho tiempo, después de unos meses se aburre del que tiene de turno y lo cambia. De pronto se fija en otro joven, buen mozo, y fornido al que le toca “disfrutar” de ella por alguna temporada.
            -¡Ay, que susto! ¿Y si se fija en uno de mis chiquillos?
            -¡Mmmmm!, no creo…..quédese tranquila señora Hildita.
      Esa noche le costó conciliar el sueño, el problema de la abusadora daba vueltas y vueltas en su cabeza; se le vinieron diversas ideas a la mente. Pensó organizar una cuadrilla para atraparla y llevarla a varios pueblos de distancia o entregarla a carabineros y decir que la habían pillado robando en la casa.
       Al desayuno les pidió a sus hijos que le prepararan la calesa para ir al pueblo más cercano. –Voy a llamar por teléfono a mi hermano de Santiago, le voy a pedir que me mande algunos muchachos para trabajar en la cosecha de uva, dicen que este año va a ser difícil encontrar temporeros, porque muchos lugareños entraron a la faenadora de cerdos que se instaló cerca del pueblo.
         El hermano de la señora Hilda administraba un colegio en la capital, llegadas las vacaciones tenía que despedir al personal que no tenía contrato fijo, así que seguramente le iba a gustar la idea de enviarlos a trabajar al campo por el verano y  poder recontratarlos nuevamente al comenzar las clases; la señora Hilda le ofreció, que incluso podía enviar a los chicos que terminaban cuarto medio.
            La cosecha trascurrió sin demasiados contratiempos, terminadas las faenas se organizó la fiesta de la vendimia, que ese año incluyó dos haciendas vecinas. Hubo competencias, concursos, la elección de la reina, fue un evento excelente, muy superior al de años anteriores. Los temporeros volvieron a sus pueblos de origen y la calma volvió a la estancia.
            Una mañana llegó un mensajero preguntando por la señora Hilda y le entregó una nota, su hermano quería comunicarse con ella. Pidió que le prepararan su calesa y se dirigió al teléfono del pueblo.
            -Aló, Hilda, ¿cómo estuvieron las cosechas?
            -Este año mejor que nunca ¿por qué?
            -¡Vaya! Yo pensé que les estaba yendo muy mal.
            -¿De dónde sacas eso? ¡Qué ocurrencia hombre!
            -No les diste ni comida a los trabajadores que te mandé.
            -¡Qué te has imaginado! En esta hacienda siempre hemos alimentado muy bien al personal. ¿Por qué?
            -Porque volvieron más flacos del campo, hay uno que parece espíritu, se anda quedando dormido de pie, parece que no entendiera cuando le hablan y tiene un apetito voraz, se come todo lo que encuentra.
            -Debe estar pegando el “estirón” o está pasando por la “edad del pavo”, seguramente se le va a pasar. ¿Cómo han estado tu mujer y los niños?
            Cuando la señora Hilda volvió a la estancia, Rosa la esperaba en la puerta de la casa. La ayudó a bajar de la calesa y la notó especialmente contenta.
            -¿Qué le pasa señora Hildita? ¡Se viene riendo sola!
            -Si no me equivoco, tendremos de nuevo a Juanito con nosotros.



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