domingo, 27 de noviembre de 2016

Agustín Rojas-Chile/Noviembre de 2016



VALPARAÍSO, CRUCIFICADO

El último Viernes del Antiguo Testamento, vive sus últimos instantes. Jesús de Nazaret, fue juzgado por el gobernador de Palestina, Poncio Pilatos y ha sido condenado a morir en la cruz.
Son las 8:00 horas de ese fatídico día viernes en que la historia del hombre se divide en un Antes  y un Después  de Cristo.
De inmediato, bajo los azotes propinados por la soldadesca romana, Jesús, con el madero a cuestas, inicia el más cruento viaje, en éste sufre de vejaciones y sufrimiento extremo. Las fuerzas le abandonan y cae una y otra vez. No hay respiro ni agua para mitigar su sed. Apenas llegar al sitio señalado, es crucificado en la cumbre del Gólgota. Luego de tres horas de agonía, fallece.
A las seis de esa tarde, es bajado de la cruz y sepultado en la cripta de propiedad de José de Arimatea, integrante del “Sanedrín”, quien generosamente pone la tumba a disposición del “Hijo del Hombre” para su reposo eterno.
El sábado es de recogimiento y pesar para sus apóstoles y discípulos.
El domingo, resucita en gloria y majestad.
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Mil ochocientos sesenta y seis años después, en Sábado Santo, en Valparaíso, un humilde puerto de Chile, a orillas del Pacífico Sur, está a punto de repetirse tan ignominioso acto.
El almirante español, don Casto Méndez Núñez, izando su gallardete de mando, en el mástil de su navío acorazado “Numancia”, se encuentra presto a dar cumplimiento a la más infame orden, emitida por su Majestad la Reina Isabel Segunda de España: “Bombardear Valparaíso” para lavar la afrenta de apoyo al pueblo peruano, quien en busca de su independencia, se ha negado bajar la cabeza ante el imperio español.
La parroquia “La Matriz”, se encuentra repleta de feligreses que rezan recordando la maldad de los hombres y solicitando al cielo su perdón.
A bordo de la “Numancia” está todo preparado para romper el fuego, tan pronto el señor Almirante, hijo del país más católico del mundo, lo decida.
Las plegarias suben al Altísimo, la totalidad de los parroquianos, allí reunidos, no creen que llegue a realizarse tal osadía, justamente por su condición religiosa que une tanto a los hombres de abordo, como al pueblo que se aposta en lo más alto de los cerros contiguos. Éstos sí creen que se producirá la agresión.
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Juan Rojas D’Gol, nacido en esta ciudad en 1844, ejerce su oficio de “calafate”, en la Maestranza del Ingeniero en Construcción Naval, el señor Juan Duprat; debe entregar el “falucho” que calafatea para el próximo Lunes 2 de Abril, para ser remolcado a Talcahuano por el vapor “Mapochito”, cargado de madera y pertrechos de guerra.
A cada golpe de martillo sobre el cabezo de la “cala”, la estopa empapada en aceite del cabo, se aprieta entre los tablones que dan forma al casco de la embarcación, proporcionándole impermeabilidad. Juan, le ha solicitado al señor Obispo la dispensa necesaria para dar término a su trabajo en Sábado Santo.
Su mente divaga alocadamente. Está muy preocupado. Su madre, su esposa Rosa María y su hijo Agustín, están en el interior del Templo. ¿Qué pasa si el Numancia rompe el fuego? ¿Respetarán las banderas blancas izadas en las iglesias, hospitales, bomberos y otras entidades de beneficencia? El puerto está indefenso, no hay un solo cañón para responder el fuego.
La pequeña Escuadra Nacional se ha unido a la peruana y se encuentran en el sur en espera de la recalada del “Huáscar” e “Independencia”, que vienen en viaje desde Inglaterra. ¿Habrán arribado? ¿Llegarán a tiempo para enfrentar a la Escuadra Española y evitar el descalabro? Éstas, y mil dudas más, pasan por su mente.
¡Es imposible¡ se repite una y otra vez. El gobierno no puede aceptar el ultimátum dado por Méndez Núñez el día 26. ¡Es demasiado humillante aceptar estas cláusulas!

Rendir salva de 21 cañonazos a la bandera de España.
Pagar una indemnización de 3 millones de reales.
Envío de un Ministro Plenipotenciario a España para dar explicaciones.
Hacer devolución de la “Covadonga”. (Apresada el 26 de Noviembre en Papudo, por el Capitán de Fragata Señor Juan Williams Rebolledo).

Si este ultimátum no es acogido por el gobierno Chileno, en cuatro días más Valparaíso será bombardeado”.

Hoy, se cumple el plazo. Son las 7:30, las Escuadras de Estados Unidos y Francia, surtas en la bahía se hacen a la mar. Han hecho todo lo posible para disuadir al señor Méndez de esa insensatez sin conseguir que cambie de opinión.
A las 8:00, la “Numancia”, dispara un cañonazo. ¡Es la señal!, en una hora más, las fragatas Blanca, Villa de Madrid y Resolución, más la goleta Vencedora, romperán el fuego.
En tierra se produce la estampida, la gente no tiene dudas, está cierta que la hecatombe se aproxima y huye despavorida llevando, solamente lo puesto. Los pequeños comercios cierran sus puertas, las iglesias cierran sus puertas, los bomberos se alejan del centro, la defensa civil toma resguardo, Se prepara fusil en mano, por si la marinería desembarca y así repelerla. Los trenes en la estación del Barón, son desplazados a Viña del Mar. En media hora el puerto queda solitario.
Juan, al sentir el estampido del cañón deja el talego de herramientas y corre en busca de su familia. El desconcierto es total, corre la gente hacia cualquier parte en busca de refugio; unos caen, otros pasan sobre ellos. Juan sigue su búsqueda, llega a “La Matriz”, la iglesia está cerrada, pregunta por su madre, la llama a viva voz. ¡Nada! Grita el nombre de su esposa. ¡Nada! Los ojos se le llenan de lágrimas, la desesperación le aprieta el corazón. Llega a su casa, está desierta, baja corriendo por la quebrada “La Cajilla”, un mar humano corre hacia arriba, hacia el cerro “Las Perdices”. Él, es arrastrado por la multitud. Desvanecido por el cansancio se acurruca en el quicio de la puerta de un negocio, frente al Cuartel de Artillería. Observa que en la parte más alta, flamea el Pabellón Nacional.
A las 9:00, las naves rompen el fuego. El estruendo de los cañones es aterrador. Las granadas estallan muy cerca de la gente. Los destrozos son mayúsculos, pronto los incendios se hacen presente. Al caer los faroles a parafina y aceite, producen más incendios. El puerto es una gran fogata. Una granada disparada por la “Villa de Madrid”, inclina el asta de la bandera. Juan, al ver que ésta puede desprenderse corre escaleras arriba, endereza el asta y la sujeta fuertemente con estopa que aún lleva en su cintura.
Horas más tarde, cuando los incendios han sido extinguidos, el cuerpo de Juan es encontrado al pie de la bandera. Una esquirla de metralla está incrustada en su corazón.
Los almacenes de la Aduana repletos de mercaderías arden por los cuatro costados. La estación de ferrocarriles es bombardeada una y otra vez. Los navíos españoles van y vienen, desde el Barón al Puerto, arrojando su vómito de fuego. El edificio de la Bolsa de Comercio está destruido. El caos se prolonga por tres horas. El infierno se hizo eterno. Valparaíso, atado como un niño indefenso, recibió estoicamente el injustificado castigo.
¡Ardió, ardió por mucho tiempo!
12:00 horas: a bordo de la “Numancia”, suena el clarín ordenando el cese al fuego. Luego de esta infamia, la Escuadra Española leva anclas y se aleja del puerto mar adentro, perdiéndose tras la camanchaca de otoño que se levanta en el horizonte. La neblina húmeda corre rauda hacia el puerto, como una mortaja, para cubrir el horror de este crimen de lesa humanidad. ¡Valparaíso, ha sido Crucificado! 20-o8-2007.


                                                                                       






Bibliografía:
Lucas 23, 24-56
24, 1-12   
-         La Armada de Chile desde la Alborada al Sesquicentenario 1818 – 1868 de Rodrigo Fuenzalida Bade, Tomo II. Capítulo XXVIII, páginas 625 – 630
-         Historia de Chile de Walterio Millar, página 261
                                                    

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