viernes, 21 de abril de 2017

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Abril de 2017




UN  REY  SIN  CORONA

        Desde uno de mis sitios favoritos observo las luces parpadeantes del puerto. A la distancia se confunden  mar y cielo,  tan sólo separados por las diferentes tonalidades del azul. Arriba comienzan a titilar las primeras estrellas del anochecer veraniego, cual tapete bordado en plata. Como fondo, una luna parecida al casquillo de una naranja y para que el paisaje sea más  perfecto, una suave brisa con olor a mar me llega desde el océano.
            Seguido de un silbido muy particular, me llega a la distancia mi nombre.
            -!Uf!- ¡Qué lástima!- Cuando me siento más a gusto, con este agradable espectáculo. Lo gozo aun con mis ojos cerrados y deberé interrumpirlo. Ha llegado la hora de mi merienda. Tal como mi familia lo exige, debo asistir a la hora precisa o me quedo sin probar esos ricos bocados que me están causando una obesidad prematura. Al decir de todos, es parte de mi encanto.
            Muchos preguntan el por qué de mi nombre tan especial, Halley. La explicación es bien simple; según sé, nací el 25 de marzo del año en que el cometa Halley hizo su aparición cerca de la Tierra, después de casi 75 años de ausencia.
            Eso de cerca fue bien relativo, pues todo el mundo pasó largo tiempo escudriñando infructuosamente el cielo nocturno, asociando su presencia con cualquier estrella que se presentaba a través de sus binoculares. Los más, mirando de cara al cielo, sin siquiera imaginarse que de él sólo se apreciaba una opaca luminosidad. Nada parecida a la idea que se tiene de un cometa, una gran estrella brillante con su respectiva colita en degradé.
            Para mi gusto, la experiencia fue gratificante. Sirvió para que todos se hermanaran mirando hacia el cielo, percatándose de la pequeñez de la tierra con respecto a otros mundos desconocidos. Olvidándose de los conflictos contingentes. Mi aparición coincidió con este evento y,  por ende, este nombre que me distingue y halaga.
            De mi progenitora tengo un vago recuerdo; sé que era bella y de porte majestuoso. Además de una abnegada madre, preocupada siempre de su primer retoño. Pero su compañía fue breve, apenas comenzaba a valerme por mí mismo, un virus maligno la abatió de muerte. Debí buscar el refugio cariñoso de mis padres adoptivos, quienes siguieron con orgullo mis progresos.
            Más tarde,  ya crecido, no pude sustraerme al llamado de la naturaleza y por ello a llevar un pasar bastante disipado. Fui irresistible a muchas de mis congéneres. Tanto que, sin pecar de falsa modestia, puedo asegurar que ninguna de ellas  se negó a mis encantos.
            Pero cualquier exceso tiene su límite y  pienso que ya estaba en él. El doctor puso fin a mis andanzas con un atinado y rápido tratamiento, frenando paulatinamente mis ímpetus juveniles.
            Hoy, ya adulto, me siento afortunado de todos mis logros. Gracias a la confianza que tengo en mis facultades,  he podido establecer una gran comunicación con todos los  miembros de la familia. Podría decir que con algunos extraños,  también.
            Ocupo un sitio preferencial en casa y mi vida es agradable y sin complicaciones. Aunque a menudo presencio o escucho problemas realmente espinudos. Me gustaría intervenir, pero ese no es mi papel. Simplemente me refugio en mis lugares favoritos, pensando filosóficamente en lo complicado del comportamiento humano. ¡Qué horror!,  sufre,  se angustia y se ahoga  en vasos de agua. Sus días se debaten entre risas y lágrimas, que hasta cierto punto me conmueven. Si pudiera decírselo en palabras, es probable que diera luces a muchos de sus conflictos. Los cuales les impiden gozar de las experiencias simples, como yo lo hago a cada minuto.
            Les diría: sean capaces de escuchar el canto de los pajarillos al amanecer. Vayan a la orilla del mar y perciban el ruido de las olas acariciando la arena, el susurro de las hojas movidas por la brisa, amanezcan con el coloquio de los gallos anunciando el nuevo día.
            Ocupen sus ojos para observar los bellos colores que les brinda su entorno. El dulce sueño de un recién nacido. El encanto de una noche de luna llena, mi favorita.
            Gusten cada alimento, como si fuera el manjar propio de un rey.
            Palpen con largueza el calor de una mano amiga y finalmente gocen con el aroma de cada flor en primavera. Con todo esto, vuestros sentidos estarán  gratificados a cada instante.
            Tanto así, que después de estas simples experiencias, a lo mejor coincidirían conmigo que la vida es bella, a pesar de todo.
            Sin ir más lejos, un día llegó a casa una pariente. Estaba muy entusiasmada con un test que le había confiado una amiga sicóloga.
            -¡Piensen!-, dijo eufórica. -Si les sucediera decidir sobre su propia reencarnación ¿En qué animal les gustaría convertirse?
            -¡En un gato!- contestaron todos al unísono, observándome con una mirada de complicidad. Pues eso soy, ni más ni menos. Un gato convertido en rey que aun sin corona, goza de los mejores privilegios. Tengo el cariño incondicional de mis  amos, sometidos al afecto que me prodigan. Mi reino es mi hogar.    SIR  HALLEY.

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