lunes, 20 de mayo de 2019

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Mayo de 2019


EL GORRIÓN

¿Se puede vivir entre la confianza
y la desconfianza?
¿Si se pierde la fe, huye la calma?

                ¡Vaya ¡ ¿ De donde cayó este gorrión? Se preguntó doña Rosita mirando la copa del árbol.
                Doña Rosita y su esposo Tomás, vivían junto a sus tres hijos: Agustín de 10, Ramón de 8 y Margarita de 6 años, a orillas del río Elqui, en la localidad de “Guayiguayca”, hoy pueblo sepultado bajo del tranque “Puclaro”, en el valle del mismo nombre.
                La vida giraba en torno a las festividades religiosas que doña Rosita se esmera en celebrar puntualmente. El sacerdote, iba desde Vicuña sólo una vez al mes, por este motivo, ella  ejercía como diácono. Era una autoridad que regía la vida de las familias.
                No había servicios públicos, ni luz eléctrica, no se escuchan radioemisoras. Era un pueblo tranquilo donde la vida y las relaciones humanas se vivían en forma natural.
                El río fluía gélido y rápido hacia el mar, pasando por La Serena. En él se bañaban las bandurrias y patos silvestres. Los altos y nutritivos pastos alimentaban las cuatros vacas y dos asnos que constituían el tesoro de la familia. La leche se vendía en el pueblo. Tomás, en sus pollinos, comercializaba leña serrana. No le sobraba el dinero, sin embargo, la familia siempre pudo salir adelante, ya que sus gallinas y conejos ayudaban al sustento familiar.
                El olor a pan amasado atraía a los vecinos, aumentando los ingresos del hogar.

                Apenas llegó al pueblo, Juan Eduardo Morales Rojas, fue bautizado como “El Gorrión. Doña Rosita lo encontró dormido bajo la sombra de un centenario “Chañar”, el cual con su sombra protegió al muchachito del fuerte calor de un día de verano. Semi desnudo, sucio, maloliente fue llevado en brazos por la buena señora. Lo aseó y le brindó un vaso de leche recién ordeñada. Tenía más o menos cinco años. Nunca se supo cómo había llegado hasta ese lugar. Creció en ese hogar, como un hijo más sin privilegios ni imposiciones.
                Pese a todo fue a la escuela del pueblo. Se destacó en los estudios y, a los doce años egresó de sexto básico. Posteriormente fue enviado a la escuela normal de Copiapó, donde obtuvo el título de Profesor Primario a los 18 años. Sus hermanos, no siguieron estudios regulares, continuando con la tradición y los trabajos del campo. El Gorrión, fue destinado a la escuela de la hacienda “Cutun”, en el cercano pueblo de “Las Rojas”…

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                Las ramas del sauce llorón eran mecidas suavemente por la corriente del río. Una bandada de zorzales y tencas trinaban hermosas melodías. El agua saltaba de piedra en piedra rompiendo la monotonía de la tarde, así como si quisiera llevar al corazón del hombre sentado en sus orillas, una explicación al dolor que le atormentaba.
                -¿Quién soy?, se interrogaba. Alguien le había susurrado que él no era hijo de Ramón, ni de Rosita, en aquella oportunidad, no le dio importancia a tal aseveración
                -¿Pero, hoy, porqué me atormenta aquello?
                -¿Por qué esta angustia?
                -¿Es delito amar a una mujer? ¿Cómo la puedo amar? ¡Ella es hermana mía!
                -¿Acaso nuestros padres no nos dieron todo para que fuéramos unidos como hermanos?
                -¡Dios! Amo a Margarita! ¡Ayúdame señor a dilucidar esta pasión!
                Se tendió sollozando muy angustiado a la sombra del árbol y, de pronto, se quedó dormido.
                Lejos, en las profundidades de su sueño, se vio muy niño corriendo junto a Margarita, recogiendo “Añañucas y retamas”, jugando con el corderillo recién nacido de la oveja “Carinegra”, sentada en la carretilla de la huerta, llena de pasto seco, mientras un ganso picoteaba de su mano granos de maíz. ¡Eran tan felices y reían…!
                Se vio crecido, iban tomados de la mano, él la conducía para desposarla al pié del Santísimo Sacramento. Pero, al llegar al altar, el sueño se esfumaba.
                Se encontró delante de sus padres, preguntándoles:
                -Papá, mamá ¿Se puede vivir entre la confianza y la desconfianza? ¿Hay ahí un espacio para el amor? ¡Amo a Margarita! ¿Traiciono con ello la confianza que ustedes depositaron en mí? ¿Si ella no es hermana carnal, la puedo amar?
                Si me autorizan a desposarla ¿volverán a confiar en mí?
                En su loco y afiebrado sueño, los padres respondían:
                -Eres nuestro hijo y siempre hemos confiando en ti. ¡Sí!, tú puedes desposarla, llegaste a nosotros en forma sorpresiva y casual. No es pecado ni afecta nuestra confianza, el amor que sientes por ella, por Margarita. Pueden casarse y ser felices.
                Despertó muy entrada la noche, y con una tranquilidad asombrosa, el “Gorrión” se dirigió a su casa.

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