jueves, 24 de octubre de 2019

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Octubre de


PROBLEMA NO RESUELTO

       Oswald Laquer sale apresurado de la ducha. Está demasiado justo a la hora. Debería estar ya sacando el coche para partir al trabajo. Mientras se viste, traga casi hirviendo, su café con leche y mordisquea una tostada. Trae suavemente, lo más silenciosamente posible el carro frente a su casa, pues no sólo su hogar duerme, sino también todo el vecindario, y aún brillan las estrellas. Pero es la hora de salida.
            Cada día es un peldaño en la escala del trabajo y la esperanza. Para Oswald es mucho más. Su mente, su cuerpo, su labor, su afán y justificación de la existencia es la entrega diaria a la ciencia, la investigación. Algo absorbente que a los demás mortales les está vedado inmiscuirse. Es tan rápido el avance  tecnológico y científico que a veces se descorazona al no poder avanzar en su conocimiento con la velocidad que demanda, por ejemplo, el desarrollo de la energía nuclear. En sólo cinco años el tamaño de los reactores se ha triplicado. Por lo tanto la experiencia y los puntos de referencia deben estar paralelamente capacitados para enfrentar este acelerado desarrollo. Pero todo marcha correctamente en su Central. Ya de nuevo al frente de sus controles, el sólo manejo de los controles, el sólo manejo de los tableros de mando le da seguridad. Puede relajarse algo y no puede reprimir un bostezo. Su noche ha estado pésima. La esposa llevaba ya muchas noches cuidando al menor de los niños y los demás han visto interrumpido el sueño con el fatigoso trajinar, batir el jarabe para la tos, calmar a la criatura, dar interminables paseos con el niño en los brazos. Aún con el cambio de médico no acusa mejoría evidente. La empleada todavía no envía reemplazante. Esta semana se ha turnado Oswald para que descansen los demás – Qué resistencia poseen las mujeres. Esto es heroico. Los tres niños, la comida, vigilancia, las compras, el aseo, empleada medio día, cuando hay y, ahora el pequeño ha salido más delicado que los otros chicos. Ya vendrá el buen tiempo y mejorará – se consuela Oswald. Pero él tiene incrustado en los tímpanos el llanto agudo que ha durado casi hasta el amanecer cuando el nene quedó rendido por un calmante.
            No puede permitirse un joven ingeniero a cargo de la revisión diaria de los sistemas  de control, el perder tiempo en rememorar desgracias tan poco científicas. Acá todo está normal. Trabajan cientos de ingenieros verdaderamente  casi sabios en la gran usina nuclear en un engranaje matemático – Oswald Laquer, eres sólo un corpúsculo inmerso en la magnitud...- La grandeza de la ciencia no permite a quien la investiga o trabaja, tener una visión completa, sino que debe aferrarse a una subdivisión de quehaceres en los que se debe desplazar ordenada y pulcramente. La maestría en el manejo de los controles, hacen de Laquer, un ingeniero que domina su técnica. Siente ahora una suerte de cansancio, fatiga, sueño acumulado a través de una semana. Noches tensas, difíciles con el problema tan doméstico del niño enfermo que se afiebra tosiendo. Su mente vuelve a su sitio de vigilancia. Algún ruido extraño ahora capta su oído y no lo comprende. No está permitida una falla bajo su previsión. ¡Maldito malestar al cerebro!  El café no le ha despejado, al contrario de otras veces. Ahora siente un dolor súbito que le trepana y cesa misteriosamente. – Sueño, sueño nada más – Hasta pagaría una suma considerable de su sueldo porque las noches volvieran a ser tranquilas, silenciosas, acogedoras, en que el sueño limpia como una blanca esponja toda molestia. Oswald repasa mentalmente los operativos ejecutados en el último Curso de Prevención de Accidentes. Todos los operadores salieron aprobados por la Comisión Reguladora de la seguridad de los reactores y él obtuvo la máxima distinción. Está orgulloso de su puesto y de su responsabilidad. Ha leído volúmenes sobre estimación de fallas posibles. Un solo informe abarca más de mil páginas. Tendría que acaecer algo así como una ruptura en cadena de los instrumentos de control en su totalidad según la Comisión Reguladora, lo cual es imposible.
            Entrecierra los ojos por el sueño como por una burbuja gigantesca y...
            El estruendo horrible abarca kilómetros...
            Frases breves, espantadizas se oyen en la carrera. El vapor envuelve. Los técnicos, ingenieros, mandos medios corren despavoridos a comprobar el desajuste en el sistema de control programado. Es tarde para lamentaciones. Pero nadie atina a nada y órdenes contradictorias y cortadas se gritan desesperadamente.- Regulación del vapor -.- Presión del agua del reactor -.- Pérdida de líquido refrigerante... -.- La burbuja de hidrógeno...
            El calor generado sube y sube y los hombres que no han logrado escapar caen en serie asfixiados...
            Errores estructurales del edificio, programación para leer temperaturas para leer temperaturas inferiores a los 370 grados, defecto mecánico en las compuertas de agua del circuito secundario de refrigeración...La temperatura subió y subió hasta fundir las envolturas de circonio que protegían el uranio y en ese instante las pantallas de los ordenadores mostraron sólo signos interrogantes...Lectura equivocada...Pero...
            ¿Qué paso verdaderamente Oswald Laquer...?

                                                                                   Relato inspirado en el accidente de la Central Nuclear de Harrisburg – Pensilvania.

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