miércoles, 20 de mayo de 2020

María Laura Finochietto/Mayo de 2020


Reflejo del alma

Investigando por casualidad en Internet, Sonia encontró ese lugar que sería en algunos años su lugar en el mundo.
Sola, sin hijos y habiendo perdido a su esposo meses atrás en un accidente, decidió vender su casa, que tanta añoranza le traía y que le causaba demasiado daño. Sólo se quedó con algunas prendas y una caja de recuerdos familiares. Pidió licencia en su trabajo como profesora de lengua en una escuela secundaria, y se la otorgaron sin inconveniente, sabiendo que hacía poco tiempo había quedado viuda.
Partió a la aventura, a ese sitio maravilloso, alejado de la ciudad. Aún era joven, a pesar de la tristeza que le embargaba, dejo amigos que la ayudaron en difíciles momentos.
Tomo su vehículo y marchó en busca de una nueva vida.
 El pueblo se llamaba Chacine y sabia por una amiga que quedaba cerca de Rawson. Se imaginaba que en ese lugar hallaría la tranquilidad que tanto deseaba.
Luego de un trayecto de ochocientos kilómetros, cansada de manejar, arribó al pueblo pintoresco y de muy pocos habitantes. Se dirigió a la cabaña que había alquilado. Por el camino podía observar la belleza y la paz que emanaba de ese sitio, su majestuosidad, parecía un paraíso. Desde su coche pudo ver la casa, divisó a un hombre, pensó que sería el encargado o el casero.
Al llegar y descender, se acercó al auto, se presentó como Pablo. Le extendió su mano con amabilidad y ella pudo notar su apretón muy fuerte, era elegante.
Pablo le contó que era una alegría que viniera gente nueva, que la casa era muy confortable además que hacía algunos años ya que no la rentaban.
Le mostró los alrededores, le entregó la llave y le dijo que vivía a sólo cinco cuadras. Sonia agradeció con respeto y lo vio alejarse, pensó que no derrochaba simpatía, pero se sentía protegida sabiendo que estaba cerca.
Se arrimó a la puerta. Era de madera, con llamador de bronce, que le daba un aspecto antiguo, donde estaba grabado el nombre Los Sauces
 Al ingresar se encontró con una sala inmensa, con muebles de algarrobo, en un rincón cerca de una ventana, una mesa redonda con cuatro sillas tapizadas de color mostaza. Los cortinados gruesos impedían que entrara la luz solar y quitaba alegría al ambiente.
 Siguió con su recorrida. En el dormitorio, una cama grande con acolchado en color azul y almohadones rojos daban colorido y brillo a la habitación. Todo lo que veía le causaba buena impresión. La limpieza del lugar era extraordinaria.
Fue a la cocina, era grande y con mucha luz, una puerta comunicaba con el parque.
Se dirigió al coche en busca de sus maletas para desempacar. Al regresar advirtió que detrás de la casa había un galpón, pero estaba cansada para investigar lo que había dentro.
Dejo las valijas en el dormitorio y se sentó en la cama. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando unos golpes en la puerta la despertaron. Se levantó, y fue a abrir, pero no había persona alguna. Pensó que lo habría soñado.
 Sin darle importancia, fue a la cocina y se preparó un café. Nuevamente oyó que tocaban a la puerta, y pudo ver desde la ventana del comedor que no había nadie. Imaginó que podía ser el viento -no era miedosa-, o tal vez alguna alma perdida, pero Sonia no deseaba ser molestada.
 Se dirigió al cuarto a desempacar, y fue colocando la ropa sobre la cama.
Acomodó con cuidado cada prenda en el ropero antiguo y desvencijado por el paso del tiempo, era una reliquia con cajones amplios y un espejo detrás de una de las puertas. Mientras colocaba todo en orden, creyó escuchar un grito, pero no se inmutó, no quería amargarse.
Anochecía cuando resolvió salir al jardín y fumar un cigarrillo, el clima era hermoso, la noche estrellada.
Pudo divisar a lo lejos a Pablo, paseando a un perro. Le extraño la situación, porque un hombre tan atractivo vivía en lugar como ése, donde no hay porvenir. Pero luego se dijo que al fin de cuentas no era asunto suyo.
 Dio un paseo por el jardín, sentía una profunda calma. Estaba fresco, entonces quiso volver a la cabaña, cuando miró hacia el galpón y vio que entre las rendijas había una pequeña luz.
Temerosa entró a la casa y cerró con llaves las puertas de acceso. Pasó la noche acostada en el sillón hasta que se durmió.
El calor del sol en su cara la despertó, percibió que una sombra pasaba por la ventana. Rápidamente fue hacia la puerta y la abrió, pero no vio a nadie. En el suelo había una canasta con variedad de frutas y verduras.  Se preguntó quién era el misterioso que golpeaba su puerta y le regalaba la canasta. Pensó que ya era hora de averiguarlo, además de pasear y conocer a los pueblerinos.
Se cambió de ropa, subió al auto y partió hacia el pueblo, además pasaría por el almacén, para la compra de víveres.
Estacionó cerca de la plaza y caminó. Notó con extrañeza que la miraban, claro era nueva en la vecindad. Entró en un mercado compró varias cosas, y cuando fue a pagar la cuenta el vendedor le preguntó si era de otro lugar y donde vivía, Sonia le respondió que estaba parando en la cabaña Los Sauces. Se mostró sorprendido, le cobró y luego dijo:
-Ah, esa es la casa de los…bueno aquella--. Quedó pasmada con la repuesta, pero no deseaba averiguar más. Después le preguntaría a Pablo, y pensó también la respuesta que buscaba posiblemente la encontraría en el galpón.
Ese día no encontró ni a Pablo ni al perro, debería arreglárselas sola. Fue hasta el cobertizo. Tenía un candado puesto, pero se encontraba abierto empujó el pesado portón y sintió que se le aflojaban las piernas. No podía creer lo que veía, las paredes rodeadas de espejos. Fue mirándose en cada uno de ellos, observando su silueta, pero en la recorrida se reflejaba el paso del tiempo, era ella en las distintas etapas de su vida, su infancia, su niñez, su adolescencia, su juventud, su adultez y su ancianidad.
Se preguntaba desde cuando habitaba esa casa, cuantos años habían pasado, ¿era posible que el tiempo pasara tan rápido?
Pero si había llegado ayer. Salió corriendo de allí con profundo dolor, quería verse en el espejo del ropero, ella sólo tenía cuarenta años.
 Entró al dormitorio, abrió la puerta y se vio en el espejo, su cabello cano, su piel arrugada y sus manos donde se podía ver sus venas denotaban el tiempo transcurrido. Sintió una presencia cerca y al darse vuelta vio a Pablo, que ya no era el hombre apuesto y atractivo.
Se abrazaron fuertemente. Sonia había encontrado su lugar en el mundo.

2 comentarios:

Graciela "Boticaria"- Boti dijo...

¡Qué lindo cuento! Uno de esos finales que sorprenden: mis preferidos. Felicitaciones, Laura.

Cristina dijo...

Muy bello!!!!!!felicidades