martes, 20 de abril de 2021

Daniel Gómez-España/Abril de 2021


La madre del emigrante

 

Ahora que faltaba el padre

la familia campesina estaba tensa y sola,

más allá de la casa

la tierra verde hurgaba la soledad del horizonte.

La madre poseía una autoridad autoritaria,

quimérica, ansiosa, temerosa:

su rostro lleno de arrugas,

flotaba de un lado a otro de la casa,

con su mirada penetrante,

sus ojos castaños cargados de tierra.

Esta madre indagó en el verde horizonte

y. al fin, dio con ese continente allá lejano,

ebrio de maíz, de chocolate, de tabaco,

de azúcar y de ron.

Muchos siglos hacía que sus antepasados

cubiertos de acero y montados a caballo

habían creado ese crisol de pueblos barrocos

y con plazas exóticas llenas de palomas.

La madre miró a su alrededor,

como una loba que contempla a sus cachorros mamarios,

y encontró a uno de mirada triste y vacía.

Habría un plato menos en la mesa,

pensaron ella y los hermanos.

La tierra verde, hasta el último confín de las lejanas Asturias,

suspiró su aprobación.

El hijo entró a un barco,

afilado, moderno, metálico,

y entonces posó su alma en la mar,

hacia las tierras incógnitas que olían a tierra.

Y el hijo quizá habría de llorar

todas las lágrimas más al fondo de sus ojos,

y la madre quedaría allá en el puerto, al otro lado:

con su mirada, cada tanto,

navegando por ese horizonte de viento y de soledad,

y así olvidando que no tenía que olvidar...

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