lunes, 23 de septiembre de 2024

Nilda Bernárdez-Argentina/Septiembre 2024


 

El Fabián

 

 

  Fabián Luna abordó el tren del San Martín que lo llevaría de vuelta a su pueblo. Casi lo pierde, era la segunda vez que estaba en la estación Retiro y solo, porque la primera venía con su primo Norberto. Confundió el andén y no interpretaba bien la cartelera ni las flechas indicadoras ¿y el altavoz? No se le entendía nada.

  Sentado del lado de la ventanilla, ya había dejado atrás las zonas ciudadanas y los trechos de campo eran cada vez más prolongados, arribaría a su pueblo entrada la noche. Allí para todos era el Fabián, el que le hacía los mandados a la abuela Elvira, el que ayudaba a descargar camiones en la cooperativa, el que hacía de albañil o de pintor, el que hasta había acompañado a don Emilio, en un viaje del cerealero.

  En Buenos Aires, nadie lo había llamado Fabián, le habían dicho, che pibe, pendejo de mierda, vení boludo. Hasta su primo parecía haber olvidado su nombre cuando le dijo: Bueno hermano, ahora tendrás que arreglártelas solo, yo entro a trabajar en una fábrica de Avellaneda y me voy para allá. Tenés plata como para unos días más en la piecita. Buscate algo, cuestión de que no tengas que volverte al pueblo con facha de derrotado.

  Eso nunca, se lo habían prometido mutuamente y así sería. Aparte la tía Leonor, la que se había hecho cargo de él y de su hermanita cuando falleció el padre y la madre se desapareció con un viajante, no había podido disimular un gesto de alivio al liberarse de semejante carga.

  Uno a uno los amigos se fueron yendo y de tanto en tanto, alguno venía de visita con pilcha nueva o con un autito, de segunda mano, pero motorizado.

  Él no podía volver al pueblo confesando lo que no había podido y que hasta lo habían estafado. La Capital, definitivamente, no era para él. Prefería toda la vida, seguir siendo el Fabián, sin pilchas y sin autito.

 

Cuando llegó a O´Higgins, con bastante atraso, no faltaba mucho para la medianoche y había comenzado a llover, solo tenía que resguardar la mochila y un paquetito con los restos de sanguche de milanesa que había comprado a la salida.

  Primero, corriendo, esquivando los charcos, pasaría por el bar del club, seguro encontraría algunos amigos jugando al billar o al truco, con la cerveza al lado, seguramente.

  Noche de invierno, lluviosa, pasadas las 12. Todo cerrado, ni luz en la casa del cuidador, allá en el fondo.

  La tía Leonor estaría durmiendo, pero unos golpecitos en la ventana… qué sorpresa le daría.

  Fueron tres los intentos, al último por una rendija mezquina, se oyó la voz de Juanita, la hermana menor.

  - No te vengas con chistes, pelotudo, el Fabián está en Buenos Aires, mirá si te voy  creer.

  Bien claro le habían dicho a ella, no atender a nadie por la noche por más que dijera ser un conocido. Un golpecito prudente dio por concluido el diálogo con el cierre de la rendija.

  ¿Y ahora? Le quedaba Teresita, su última novia que lo había despedido entre caricias y promesas mutuas. Eran tres cuadras, había cesado de llover y ella era de quedarse hasta tarde mirando películas.

¿Qué hace la moto del Cacho Figueroa en la puerta de la casa de Teresita…?

  Ya no llovía pero gruesas gotas se le estaban descolgando de los ojos,

  En un banco de la sala de espera de la estación, se echaría a dormir hasta la hora de salida del tren para Retiro, por suerte en un bolsillo de la mochila encontró lo justo para un pasaje con el que tendría que darle el adiós definitivo a… el Fabián.   

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